on tantos los supuestos que los opositores pasan como realidades demostradas que minan sus propias construcciones verbales. Construir alegatos sobre bases inciertas o francamente inexistentes debilita sus continuas y valentonas críticas. El objetivo de mellar al gobierno en su incesante trajinar para cambiar el vetusto régimen se torna cada vez más etéreo y lejano. Y no sólo eso, sino que, en el largo proceso de incesante y cotidiano golpeteo, han ido perdiendo de vista el horizonte hacia el cual dirigirse, tanto como el peso de sus usuales argumentos. Dan por sentado que AMLO ha desmantelado contrapesos; debilitado instituciones; elimina fideicomisos para usar sus recursos a discreción; regresa al presidencialismo de partido hegemónico o sueña con el poder concentrado. Son estas verdades
, lanzadas con desparpajo, las que robustecen a detractores empedernidos de que su discurso será aceptado por el ancho público del país. Un supuesto por demás alejado de toda compostura y desconocimiento del sentir popular.
Las constantes diatribas en contra de cuanto proceso se inicia en Palacio Nacional contaminan la tarea de la cátedra difusiva. Para ella y sus experimentados como nutridos oficiantes, cualquier tema o momento es oportunidad para rebatir, ridiculizar y derrotar al monstruo
Es este personaje quien los trastorna, con inusitada alarma, su valoración de la vida democrática que siempre, sostienen, han defendido. Misma prevención adelantan por el desuso del espacio difusivo desde ese rincón mañanero de la tesorería de palacio. Quisieran, como de costumbre, ser los amos indisputables del territorio que alumbra el presente, el porvenir y aún más allá. AMLO, sostienen, sin duda valedera, apabulla a todos los que considera opositores: los degrada hasta grupúsculo de conservadores y adalides del anterior tinglado. Recurren a su terminal condena por el permanente estigma y el aliento polarizante que de ahí emana, merma la libertad de expresión, concluyen. Un valor en riesgo y al que habrán de abocarse a defender, juntando para ello, a todos aquellos que han sido capturados por similares temores.
No hay que olvidar, menos dejar pasar, los pegajosos motejos que le encajan consagrados opinócratas. Uno, (J.S.G.M., Reforma) se apoya, como es su inveterada costumbre, en teóricos de reputación mundial. Esta vez le sorraja a AMLO dos categorías para su actuar: el tianguis y el templo. ¡Ah!, se diría ocurrente el señor. Más allá todavía: certero hasta el detalle. Su teórico israelí le auxilia todavía más, pues disecciona la política como economía y como religión. Alumbradora
separación llevada al punto de ataque central: el rasgo andresino, ya certificado en numerosas ocasiones, con racista sarcasmo sobre el misticismo presidencial. El uso desmedido del púlpito
, aclaran, lo califica con suficiencia. Convertir su retórica, su narrativa de cambio en intocable e innegociable materia es un tonto hallazgo que valoran como indubitable.
De este peculiar modo, el incisivo analista cree liquidar toda iniciativa o pronunciamiento desde su mera base. Lo derivado será, entonces y por esas sencillas sentencias, la unión indivisible entre religión y política. ¡Pum! Queda, sin embargo, resonando por ahí aquella teocrática sentencia neoliberal: no hay otro camino, este es el único, de doña Margaret, la heroína inglesa, misma sacerdotisa de la inexistente sociedad donde sólo se agazapan individuos. Para qué contrariarse frente a tan profunda reflexión de opinador consagrado. No queda sino aceptar la tajante definición de que el presente gobierno experimenta un sectarismo oficial
comprobado. Tal vez incurra en relativa indiscreción exponer algo de mi experiencia directa. El Presidente, en distintas reuniones, ha expresado, repetidamente, lo siguiente: con respeto a su independencia, dignidad y autonomía solicito (a varios funcionarios) que me ayuden a completar estas ideas que les expongo. O esta otra, suplica: la primera tentativa será introducir las modificaciones buscadas para mejorar lo establecido respetando las leyes; sólo si esto no es posible se recurrirá a cambios de leyes pertinentes.
Habrá que dejar de lado, como otras innumerables frases redundantes de D. Dresser, esta, que afirma con insuperable seguridad: el gobierno no se rige por la seriedad, sino por irracionalidad. ¡Sopas! Muy bien, señora, asunto zanjado, ojalá y medite, aunque sea un ratito en su íntima e irracional furia. Y tanto este, como otros alegatos, salen a cuento para defender los liquidados fideicomisos. Sepan que sólo en transferencias, originalmente dedicadas para apoyar la ciencia y tecnología, se desviaron a grandes empresas 30 mil millones de pesos durante los gobiernos panistas y otros 50 mil millones de pesos con Peña Nieto. Son cuentas de la ASF, de Fonden, de Conacyt y de otros investigadores (C. Fernández V., La Jornada). No eran, como se puede constatar, dineros menores los desusados.