Jueves 15 de octubre de 2020, p. 4
En diciembre de 2014, Francisco Toledo honró a los 43 estudiantes desaparecidos en la ciudad de Iguala, Guerrero, elevando, junto con niñas y niños de escuelas primarias, papalotes con el rostro de cada uno de esos alumnos de la Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa.
En una entrevista que concedió en agosto de 2015 al diario El País, el artista señaló: Fue un gesto que preparamos con los niños de la escuela. Hay una costumbre del sur que cuando llega el Día de los Muertos se vuelan papalotes porque se cree que las almas bajan por el hilo y llegan a tierra a comer las ofrendas; luego, al terminar la fiesta, vuelven a volar. Como a los estudiantes de Ayotzinapa los habían buscado bajo tierra y en el agua, enviamos los papalotes al cielo
.
Así, pues, al elaborarlos y lanzarlos al vuelo con la ayuda de niñas y niños que estudiaban bajo la guía de otros ex normalistas, Toledo expresó el luto colectivo por la violencia criminal que asolaba a la nación y la sigue agobiando seis años después de los trágicos sucesos de Iguala. Fue un gesto valiente y desinteresado del excepcional artista que nos confortó un poco ante la enorme tragedia.
El gesto del maestro al realizar la exhibición y vuelo de los papalotes fue un acto de conciencia social que sigue conmoviendo a quienes exigimos una vida libre de violencia y conocer la verdad de lo que pasó en Iguala el 26 de septiembre de 2014.
Por ello, a quienes tenemos en la memoria estos sucesos, nos indigna una declaración del galerista Diego Bernardini Borja, quien manifestó al diario La Jornada esta frase que degrada y agravia al pueblo oaxaqueño: “… el oaxaqueño en sí, y el artista oaxaqueño, son complejos, complicados. La hermana de mi mamá tuvo durante 20 años una galería muy reconocida y en sólo una frase me comentó: ‘el oaxaqueño es ladino’, y sí, son muy ladinos”.
El motivo por el cual el propietario de Bernardini Art Gallery agravia de esa manera al pueblo oaxaqueño y sus creadores es porque la familia del maestro Toledo le pidió no utilizar la imagen del gran artista para comerciar con ella en un pretendido homenaje
, en el cual el galerista utilizó el recurso de los papalotes intervenidos con la faz de Toledo para venderlos en una subasta, utilizando a la Cruz Roja con el propósito de validar su acto comercial.
Cuando Toledo expuso sus papalotes sobre los 43 normalistas desaparecidos, lo hizo de manera altruista y en defensa de los derechos humanos. Por ello, es indignante y lamentable que un comerciante de obras de arte pretenda emplear la imagen del mecenas y creador de instituciones con el fin de validar un ejercicio mercantil.
Y peor aún: cuando quienes tienen autoridad moral le hacen ver que la imagen de Toledo no es una marca comercial ni un logo para obtener dinero, el galerista insiste codiciosamente en que puede manipular esa imagen porque Toledo nunca registró
su nombre ni su imagen para comercializarla. Y, además, el comerciante ofende a un pueblo y sus artistas porque expusieron su negocio y acaso se lo menguaron.
Bernardini no entendió la actitud que el artista oaxaqueño mantuvo a lo largo de su existencia frente a los problemas sociales de México. El maestro impuso una visión altruista, mientras el comerciante citado hace énfasis en un vacío legal para lucrar con la memoria del entrañable creador.
Y para empeorar su codiciosa conducta, el galerista, frustrado y quizá menguado en sus ganancias por el digno llamado de atención de los deudos, los ataca con adjetivos degradantes. De paso, también a la comunidad de artistas y al pueblo oaxaqueño, llamándolos ladinos
. Lo que este comerciante y otros de su calaña necesitan es que el espíritu generoso de Toledo les toque la conciencia.
El galerista frustrado en su intento de comercializar el rostro del maestro, parece ignorar que los artistas y el pueblo de Oaxaca le rindieron un sentido homenaje poco después de su fallecimiento: los estudiantes de la Facultad de Bellas Artes, a quienes les donó el edificio de su centro de estudios, salieron a la calle una tarde a principios de julio. Todos ataviados con máscaras elaboradas con los diseños del maestro. Marcharon desde Ciudad Universitaria hasta la explanada del templo de Santo Domingo. Y allí, frente al Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, que él fundara, elevaron globos de cantoya para que acompañaran el espíritu del artista en su ascenso por los cielos.
Ojalá el tal Bernardini Borja hubiese visto esos luminosos globos en el firmamento de Oaxaca para que entendiese que sus habitantes son generosos y desprendidos, como les enseñó a ser Francisco Toledo. Y si no, tendremos que conformarnos con que no intente vender máscaras toledianas
y globos de cantoya en una próxima subasta.
Ángeles Cruz, directora de cine; Luis Zárate, pintor; Saúl Alcántara, arquitecto; Mariana González, chef; Paulina Ávila, arquitecto; Agustín García, escultor; Ricardo Sanabria, pintor; Cristina Palacios, hotelera; José Luis Bustamante del Valle, hotelero; Jorge Pech, escritor; José Villalobos, pintor; Elena Poniatowska, Iván Restrepo y Nelly Keoseyán