a impresentable presidenta
de Bolivia ha celebrado la muerte de Ernesto Che Guevara, al rendir homenaje el 8 de octubre a quienes el 9 de ese mes de 1967 lo asesinaron por decisión de la Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA).
La intervención de la CIA en Bolivia es un hecho y el seguimiento interesado que hizo Lyndon Johnson a los guerrilleros, también. El presidente estadunidense recibía de forma regular informaciones sobre el rastro del Che, desde que en 1965 dejó de ser visto públicamente en Cuba. Uno de los 29 documentos desclasificados con fecha del 22 de abril de 1967, que publicó la semana pasada el Archivo de Seguridad Nacional de la Universidad George Washington, registra que el dictador boliviano René Barrientos informó al general estadunidense William Tope de la situación de la guerrilla en el país.
Barrientos solicitó a Washington armas modernas y Tope expresó sus reservas con respecto al envío de cualquier arsenal, porque sería inútil si los soldados bolivianos no reciben instrucciones para la contrainsurgencia
. Los últimos cuatro meses de la vida de la guerrilla, los pasaron Ernesto Guevara y su tropa intentando evadir al ejército entrenado por los boinas verdes estadunidenses y asesorado por tres feroces anticomunistas de nacionalidad cubana que trabajaban para la CIA. Uno de ellos, Félix Rodríguez, fue clave para enfocar los esfuerzos del 2do. Batallón de Rangers en la región de Vallegrande, donde los rebeldes de Guevara estaban operando
, según otro documento de la CIA.
La cineasta cubana Rebeca Chávez obtuvo imágenes de los entrenamientos de los boinas verdes y fue la primera en entrevistar a Leonardo Tamayo ( Urbano), Harry Villegas ( Pombo) y Dariel Alarcón ( Benigno), sobrevivientes de la guerrilla, cuando nadie los conocía. Ellos creían que la muerte del jefe guerrillero era algo que estaba en los planes, pero admitieron que en Bolivia todo se precipitó, básicamente por la intervención de Estados Unidos
, afirma Rebeca.
La historia es cíclica y tal parece que los fantasmas del pasado vienen a decirnos que los hombres no hacen la historia a pura voluntad. El golpe de Estado a Evo Morales fue un viaje de ida hacia el peor de los pasados, a aquellos tiempos de la doctrina de seguridad nacional hemisférica
y al regreso de otros procesos similares en la historia de la región: el golpe contra Salvador Allende en Chile y contra Chávez en Venezuela; la copia de la etapa inicial con una gran campaña nacional e internacional de desprestigio a través de los medios; una segunda etapa de agitación de las capas medias que favorecerían la intervención de los militares y policías. Y, finalmente, un remake vergonzoso del asesinato del guerrillero argentino-cubano con el homenaje a sus verdugos.
El mito del Che Guevara, los significados insondables de la sonrisa de su cadáver sobre una mesa de la lavandería de Vallegrande, empezó a caminar por el mundo aquel primer día en que el ejército boliviano celebraba la muerte del guerrillero con la venia silenciosa de Washington.
El colonizador no necesita ser fanático para defender sus intereses. El colonizado sí, para demostrar su servilismo. Pero ni unos ni otros pudieron prever en 1967 que en ese mismo instante había comenzado otra guerrilla, ya no en los cerros ni en las selvas, sino en el imaginario de los pueblos. Ellos le dieron al guerrillero nuevas vidas, lo reconstruyeron, y aunque el Ernesto Guevara que hoy es imaginado no sea el de la década de los 60, al mismo tiempo lo sigue siendo. La historia también es cíclica cuando renueva el desprecio a los dictadores con detonantes como el infame homenaje que le rinde la aprendiz de gorila no a su ejército, sino a los reales asesinos del Che que la catapultaron del Olimpo de la mediocridad al Palacio Quemado, para que siga siendo tan mediocre o más de lo que ya era
Cuando la autora de esta nota era pionera en Cuba y saludaba en los actos y matutinos de la escuela con un “Seremos como el Che”, sin saber dónde quedaba Bolivia ni qué calado tenía la vida de aquel hombre, sí comprendía perfectamente la diferencia entre quienes dieron la orden y quienes lo mataron. La presidenta golpista me ha hecho recordar versos de mi infancia escritos por el poeta cubano Nicolás Guillén, que musicalizó el chileno Víctor Jara, víctima de otra dictadura, como la del ciclo Barrientos-Áñez:
Soldadito de Bolivia, soldadito boliviano
Armado vas de tu rifle, que es un rifle americano
Que es un rifle americano, soldadito de Bolivia
Que es un rifle americano.