n octubre de 2019, el Movimiento al Socialismo-Instrumento para la Soberanía de los Pueblos (MAS-IPSP), con Evo Morales de candidato, sacaba 47.08 por ciento sobre poco más de 6 millones de votos válidos, con casi 11 puntos de diferencia sobre Carlos Mesa, segundo con 36.51 por ciento de los sufragios. Tal porcentaje y diferencia le hacía ganar en primera vuelta, pero la operación de la OEA denunciando un fraude que nunca existió, y una revuelta de las clases medias urbanas con apoyo e impulso policial y militar, culminaba en un golpe de Estado que terminó de manera paradójica en las urnas con un porcentaje de apoyo al MAS superior (55 por ciento, 3.4 millones de votos) en octubre de 2020.
Y con Evo y Álvaro exiliados, primero en México y luego en Argentina, muchos pensamos que la travesía en el desierto iba a ser de al menos cinco años, y que los golpistas y Estados Unidos, decisivos para movilizar a policías y militares, así como para ordenar a la oposición golpista, no iban a entregar el poder que tanto les había costado recuperar, mucho menos con el riesgo de ir a la cárcel, bien sea por asesinos o por ladrones. Pero la incapacidad golpista para gobernar y la cercanía de los comicios presidenciales estadunidenses y un posible triunfo de Joe Biden, han sido determinantes para que los servicios de inteligencia extranjeros con la ayuda de cipayos locales no hayan podido sostener el golpe.
Sin embargo, la movilización popular de las clases populares, junto con los movimientos sociales y pueblos indígenas, el núcleo duro que recuperó su dignidad con el proceso de cambio que llegó al gobierno en 2005, hizo justicia en las urnas para cerrar la boca, con 55 por ciento, a quienes miraban para otro lado o hablaban de fraude con el 47 por ciento de 2019.
Una diferencia fundamental para entender lo sucedido es que si bien la victoria de 2005 se produce con un movimiento popular que venía en ascenso a partir de las luchas por el agua en Cochabamba en 2000 o en El Alto en defensa de la soberanía por el gas en 2003, la victoria de 2020 se produce con un movimiento popular resistiendo a un golpe de Estado que quería volver a relegarlos y quitarles la dignidad, utilizando para ello el racismo y el clasismo.
Por eso es importante subrayar que la victoria de 2020 se produce gracias a unas clases medias que reaccionaron ante el destrozo golpista a la economía, pero sobre todo, como una demostración de resistencia de aquellos y aquellas a quienes el proceso de cambio boliviano devolvió su dignidad.
Pero como los nombres son importantes, es tan trascendente en esta historia el de Evo Morales, que sintetizaba los sueños y aspiraciones de esas mayorías sociales, jefe de campaña del MAS-IPSP desde el exilio de Buenos Aires, como el de Lucho Arce y David Choquehuanca, un ex ministro de Economía marxista junto con un ex canciller aymara, una síntesis de los 14 años de proceso de cambio.
Tras la toma de posesión de Luis Arce como presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, las primeras medidas irán dirigidas a reactivar la economía de un país cuyo PIB llegó a crecer a tasas chinas durante varios años pero actualmente decrece 11 por ciento, mientras el desempleo se triplica de 4 a 12 por ciento. En primer lugar, un bono contra el hambre de mil bolivianos (144 dólares), una devolución impositiva parcial del IVA a las personas con menos recursos, y un impuesto a las grandes fortunas.
También se hace urgente y más que necesario impulsar una Comisión de la Verdad que desmantele por completo el golpe de Estado. Tanto para denunciar ante la justicia los crímenes golpistas (tan solo en Sacaba y Senkata fueron asesinadas 37 personas, 27 de ellas por impacto de bala, además de 512 heridas) como para exonerar a las más de mil 500 personas acusadas de sedición y terrorismo por la resistencia al golpe.
El MAS-IPSP tiene mayoría tanto en la Cámara de Diputados como en la de Senadores, pero se encuentra ante el desafío de rectificar los errores de 14 años sobre los que se montaron los golpistas, para al mismo tiempo profundizar el proceso de cambio. En unos pocos meses serán los comicios territoriales y el MAS que, por ejemplo, ha sido segunda fuerza en Santa Cruz, podría terminar de dejar fuera del escenario político a los golpistas.
También hay riesgos, entre ellos que vuelvan a avanzar al interior del MAS-IPSP las posiciones más favorables a pactar con la oposición y acercarse a las clases medias, posiciones responsables en buena parte de la mala gestión de la crisis de hace un año que culminó en un golpe de Estado. En un carril paralelo, también es un riesgo que no se reconozca el liderazgo de Luis Arce como presidente y haya quien quiera posicionarse de cara a la próxima elección presidencial de 2025.
En todos los escenarios posibles se hace necesario el regreso de Evo Morales a Bolivia, no tanto para incidir en un gobierno que tendrá muchas caras nuevas, como para cohesionar y conducir un partido que por primera vez en 15 años deberá hacer política por carriles distintos a los del gobierno, fortaleciendo la organización territorial y la creación de nuevos cuadros políticos.
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