La personalidad de Donald Trump // Dos fechas aún importantes del proceso electoral en EU
Él ganó, pero dejó en claro que no cedería y seguirá intentando revertir el resultado de las elecciones presidenciales.Foto Afp
a columneta, sencilla, humilde, recatada, con esa tendencia permanente a la asunción de su baja autoestima, como el estigma histórico que la distingue, se resiste hoy, como siempre antes, a la audacia de formular predicciones, vaticinios y menos aún al anuncio de acontecimientos inevitables. Modosita, apenas musita, como dicen lo hizo la madre superiora interrumpiendo dulcemente sus rezos: ¡Carajo! ¿Cómo no pueden entender?, si está más claro que un blanquillo sin yema que Trump es ignorante, iletrado y egocéntrico pero no estúpido. Él no puede concebir que un desvaído y mustio octogenario le hubiera podido vencer en una lid democrática y legal. Sabe que ganó, porque en su mente la derrota no es una opción concebible. Sus enemigos, dentro del partido, en el gobierno, aún en la intimidad de la Casa Banca y, por supuesto, en la URSS (¿cómo, y para qué explicarle que este fantasma ya no existe?), se han unido para impedir que el grito que inflamó al país: Make America great again! sea el imperativo categórico de la nación más poderosa del planeta durante los próximos cuatro años (o más, si la gente se da cuenta cabal de lo que significa poner su destino en las manos de un terrícola superior de este planeta, y posiblemente de otros mundos. A menos, claro, que la esencia Trump sea como lo concibiera el maestro Vasconcelos, una raza cósmica y haya Trumps de diversos colores en otros confines. (Por ahí he sabido que éste es un sueño recurrente de don Donald).
Varios amigos telefónicos (como suelen ser las buenas amistades de estos días), me comentan sus pronósticos de lo que puede suceder en los próximos 66 días (a partir de hoy lunes 16 de noviembre y hasta el 20 de enero de 2021). Los hay tan abúlicos que piensan que será todo como de costumbre y ahora, por la pandemia, hasta aburrido y, por supuesto, están los que se saborean pensando que el día 20 de enero se presentará en la Casa Blanca un actuario y algunos policías (no olviden los cargadores que se reúnen en las puertas de los juzgados ofreciendo sus servicios para sacar los triques de los inquilinos morosos y perfeccionar la orden de desahucio). En mi recatada opinión, por esta vez la sangre no llegará río
(ni siquiera al Potomac, que es el que a Washington le queda a la mano).
La primera razón que se me ocurre para avalar mi dicho es que todavía faltan, en proceso durante el mes de diciembre, dos importantes actos del proceso electoral, y que ambos serán seguramente fuertes macanazos en la tornasolada cabeza de don Donald. El primero de ellos se llevará a cabo el día 8. Se conoce a esta fecha como Safe harbor, o sea, puerto seguro, porque éste es el último día en que las autoridades de cada entidad tienen como límite para presentar todas la informaciones relativas al proceso electoral llevado en sus respectivos territorios. También la definición de sus designados que integrarán el Colegio Electoral y las instrucciones sobre el sentido del voto que habrán de emitir. Las decisiones no son un secreto desde hace buen tiempo y, por otra, las quejas y denuncias que don Donald ha propalado en toda oportunidad que se ha presentado, nunca han sido avaladas por ningún recurso probatorio. Otra de sus arraigadas convicciones es que al ser proferidas por su incontrolable bocaza, las palabras se convierten en un torrente de apotegmas y acciones que constituyen, por la calidad intrínseca del emisor, la verdad revelada.
La segunda fecha de importancia clave es el 14 del mismo diciembre. Ese día se reunirán, en sus entidades, los electores que conformarán el Colegio Electoral y cantarán su voto. Ese canto, ya también se sabe, es un himno bideniano. Pero aquí sí, que la culpa es totalmente trumpiana: por racista, discriminadora, engreída y petulante. Si don Donald hubiera sido capaz de girar su cabeza al sur y ver cómo aquí, en este ignoto y oscuro tercer mundo, existen maravillosos chamanes capaces de, con un simple giro verde, cambiar convicciones y voluntades, le habría encomendado al doctor Lozoya Austin tratar con los representantes estatales ante el Colegio Electoral. En los mismos términos (toda proporción guardada), que utilizó en sus sesiones de persuasión y convencimiento con los jóvenes patriotas que, doctorados en aquel país, decidieron la reforma energética que despojaba a la nación de los mexicanos de la riqueza que, hasta el diablo, les había reconocido.
¡Nombres, nombres, nombres!, le reclaman a la columneta. Ésta, porque no es rajona, contribuye con su óbolo: Ricardo Anaya, Gil Zuart, Ernesto Cordero, García Cabeza de Vaca, Francisco Domínguez Servién, José Luis Lavalle.
Dos cuestiones más con las que podría, con gusto, sustituir toda la columneta, primero: Biden y Trump son, no hay que olvidarlo nunca, simplemente mandatarios; es decir, los que obedecen y cumplen el mandato que les señalan los mandantes. A reserva de datos concretos, sólo señalo, por hoy, ciertos nombres: Jeff Bezos. Se le conoce como el primer “cienmilmillonario del mundo. Ganó, en 10 años, 102 mil 100 millones de dólares. Bill Gates, El Señor de Microsoft, quien acaba de ganar a Amazon un contrato por de 10 mil millones. Warren Buffett ganó en los últimos 10 años la cantidad que le permite ahora acumular 88 mil 900 millones de dólares.
¿El modesto millonetas Joe Biden o el ostentoso enano del tapanco
don Donald, en verdad gobernarán el país y el planeta? Lo iremos platicando.
Twitter: @ortiztejeda