Cicatrices
n una nota al final de Cicatrices (Stitches, 2019), segundo largometraje del realizador serbio Miroslav Terzic (Redemption Street, 2012), se reporta que en una época de intensos conflictos bélicos, a principios de este siglo, desaparecieron en la ex Yugoslavia cientos de niños. Muchos de ellos fueron arrebatados a sus madres al momento del parto y declarados muertos al nacer. Aunque la cinta no profundiza en este tema ni aporta mayores precisiones en materia de contexto histórico, el guion de Elma Tataragic se centra en la búsqueda incesante y testaruda que emprende Ana (Snezana Bogdanovic), costurera y ama de casa, para ubicar el posible paradero del hijo que sospecha le robaron 18 años atrás.
Las pesquisas que realiza Ana obsesivamente, casi siempre en solitario y sólo después con ayuda generosa de una empleada en un hospital, parecen ser infructuosas y tener también efectos muy nocivos en su equilibrio mental. Ante su familia (un esposo resignado y débil, y una hija harta ya de lo que considera un delirio materno), la taciturna y enigmática madre semeja cada día más un personaje distante y enajenado. La burocracia médica oficial está a punto de completar su faena de borrar los últimos rastros de voluntad y energía en la mujer demandante, cuando súbitamente todo anuncia la resolución del misterio.
A partir de esa lucha personal, desestimada por las autoridades y destinada al fracaso, el director serbio elabora un estudio de personaje realmente notable. El médico que atendió a Ana durante el parto y otros funcionarios burócratas le dan a entender de mil maneras que todo ese reclamo suyo es sólo una fantasía de duelo y que todo está en su cabeza. Persistir en el reclamo y agotar de paso las paciencias ajenas puede tener incluso para ella consecuencias judiciales. Su estado de indefensión, dentro y fuera de su casa, es lamentable. Pareciera que a través del caso de Ana, el propósito central de la película fuera exhibir la vulnerabilidad de toda una sociedad frente a un aparato oficial tan ineficaz como insensible, y de modo particular la ausencia de una memoria histórica y de un deseo de reparar viejos agravios colectivos. Al respecto, el título de la cinta es elocuente, así también su traducción al español. El original Stitches significa puntadas, parte del remiendo que la costurera aplica a la ropa a su cuidado, y también lo necesario para cerrar heridas; Cicatrices, por su parte, alude a los vestigios de dolor y de vergüenza en personas, como Ana, que son víctimas de injusticias todavía impunes.
Es curioso y revelador ver cómo en la cinta los personajes masculinos se muestran pasivos o indolentes, como el marido de Ana, un triste velador que muy pronto abandona todo clamor de justicia, o fatuos y calculadores, como los burócratas médicos que cierran puertas y oídos ante la indignación de la madre. Las mujeres, en cambio, exhiben un temperamento fuerte y mayor capacidad de una empatía efectiva. El cine serbio no ha dejado de señalar los efectos y las cicatrices de una guerra fratricida, y también las dificultades para transitar del viejo sistema autoritario de la Yugoslavia comunista a una nación nueva en la que subsisten agravios tan fuertes como el que señala Miroslav Terzic. En este sentido, la larga búsqueda solitaria de Ana tiene todas las resonancias de un malestar colectivo. El espléndido desenlace de Cicatrices es abierto, a la manera de un interrogante, pero también como una vieja herida.
Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional a las 13:45 y 18:45 horas.
Twitter: @Carlos.Bonfil1