l 28 de noviembre de 1987 se inauguró la primera Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, iniciativa de la universidad de esa ciudad, con apoyo del entonces gobernador de Jalisco, Enrique Álvarez del Castillo. Estuvo dedicada al escritor Juan José Arreola y tuvo más de 140 mil visitantes.

No pocos dudaron que sobreviviera. Hoy es el encuentro editorial, académico y cultural más importante, y el mayor mercado mundial del libro en español. Acuden más de 700 mil personas.

Con justicia le fue otorgado el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2020. Al recibirlo en octubre pasado, quien la preside desde su origen llamó a defender la libertad de imprenta frente a los gobiernos populistas que hoy amenazan nuestra herencia liberal y ponen en riesgo la democracia.

La afirmación molestó al presidente López Obrador, quien criticó a la FIL y a su presidente por estar, junto con varios escritores invitados, entre ellos Mario Vargas Llosa, Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín, contra su gobierno.

La FIL emblematiza la diversidad de pensamiento de quienes presentan sus obras e intercambian ideas sobre los problemas que afectan a la cultura y la sociedad de México y el mundo. Todos conviven en un ámbito de libertad de expresión y respeto que enriquece.

Por ello han sido premiados con su máximo galardón figuras que han defendido las luchas encabezadas por el mandatario, como Carlos Monsiváis, Sergio Pitol y Elena Poniatowska. Además, otros de talante progresista, nunca conservadores: Juan Gelman, Nicanor Parra, Juan Goytisolo, Cintio Vitier y Rubem Fonseca.

Es cierto que quien preside la FIL reúne desde hace tres décadas enorme poder político y económico dentro y fuera de la universidad, al punto de impulsar a familiares y subordinados a puestos de elección y consolidar candidatos a gobernadores, y manchar el prestigio de la FIL al avalar el premio a Alfredo Bryce Echenique, acusado de plagio. Pese al poder caciquil de quien preside la FIL, ésta es patrimonio de autores, lectores y editores.