n medio del trajín cotidiano, un discreto busto de Federico Engels hace presencia en la Ciudad de México. Rodeado por el comercio informal, su figura destaca en una pequeña plaza. Más allá del metal que le da forma a su rostro, Engels ha sido una referencia entre quienes han hecho parte de la cultura política de la izquierda. Este año que celebramos 200 años del nacimiento del inseparable compañero de Karl Marx, no podemos no referir su presencia en el país.
Como es bien sabido, gran parte del marxismo difundido en el mundo ha sido el que ha pasado por cierta clave engelsiana. El movimiento obrero fue un activo promotor de la lectura y circulación de su obra a principios del siglo XX.
Si bien este permitía una clave democrática de ampliación de la participación social, también primaba una noción del socialismo como ejercicio de superioridad científica sobre otros paradigmas políticos.
En El Machete, el periódico fundado por artistas, que rápidamente se convirtió en el órgano del Partido Comunista, aparecieron por entregas algunas de sus obras. En tanto que Vicente Lombardo Toledano leyó la realidad socio-política de la Revolución Mexicana a partir de una cierta interpretación de Engels.
Baste ver la discusión radiofónica titulada Marxismo y antimarxismo, donde, además del líder sindical, participó Daniel Cosío Villegas.
El Engels de Lombardo es la clásica figura del engelsianismo: una ideología con fuertes tintes positivistas, con certeza cientificista y anclado en la idea del progreso. Superar este engelsianismo popular, cuya existencia no es exclusiva de México, sólo fue posible con el proceso de modernización política e ideológica de la izquierda en la década de 1960.
Además de estos ecos en el ámbito político, es pertinente recordar que, en los años 40, el biólogo Enrique Beltrán lo incorporó en sus planteamientos de una biología dialéctica, en un episodio muy sugerente de la historia de la ciencia local.
Después de la revolución cubana, Enrique Semo fue uno de los promotores de presentar a un Engels distinto, anclado menos en las ciencias de la naturaleza y más en las de la historia.
Tanto en Nueva Época como Historia y Sociedad, revistas comunistas que atestiguaron el cambio, Engels dejó de ser resguardo exclusivo del positivismo o el cientificismo.
Las décadas siguientes fueron cruciales para la recepción de Engels. Jorge Fuentes Morúa recurrió a él para realizar la crítica de la urbanización capitalista; Concepción Tonda, y el grupo de la efímera revista Ítaca, para entender la situación de la mujer. Jorge Veraza lo llevó a discutir la posmodernidad, en tanto que Rosaura Ruiz destacó sus aportes científicos, al tiempo que criticó su dialéctica de la naturaleza.
De entre sus lectores, quizá el más decidido fue Josep Ferraro, que produjo dos obras claves en las que realizó una anticrítica de Engels en torno a la dialéctica y al materialismo. Sus obras –aparecidas en 1989 y 1998– pasan revista de las principales críticas, de Jean Paul Sartre a György Lukács, de Alfred Schmitd a Lucio Colleti.
El día de hoy sigue la producción: Elvira Concheiro ha insistido en su concepción de partido; Eduardo Nava, en el lugar de Mary y Lizzi Burns en su itinerario; Perla Valero en el carácter anticolonial de su pensamiento.
Existe aún una deuda pendiente con Engels. No sólo en la valoración de su trabajo, independiente del de Marx –algo ya avanzado–, sino sobre todo en la reconstrucción de las veredas que tomó su pensamiento en América Latina.
En ese marco realizamos el viernes 27 de noviembre en el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México, el seminario internacional Engels 200: Dialéctica y revolución, como un homenaje y diálogo sobre quien propiciara, en 1844, el nacimiento de la crítica de la economía política.
* Revista Memoria