¿Es Maradona un jugador de futbol?
regunta Pedro Brieger en Nodal y argumenta: “La muerte de Maradona impactó en el mundo y excede (…) su figura de futbolista porque Maradona no es un jugador de futbol ni una estrella del deporte. Maradona es pueblo. Por eso no puede ser comparado con otros jugadores de futbol, que eran –o son– sólo grandes y eximios jugadores de futbol. Si no, ¿cómo explicar que la mayoría de las personas que se acercaran a despedirlo ni siquiera lo vieron jugar el Mundial que Argentina ganó en México en 1986, hace 34 años? No lo vieron jugar, pero una de las canciones que más cantaban mientras esperaban ingresar en la Casa Rosada y saludarlo por última vez les recordaba a los ingleses los dos famosos goles de 1986, cuatro años después de la guerra de Malvinas de 1982, cuando todavía no habían cicatrizado las heridas de una guerra entre una potencia colonial y un país dependiente. La alegría de ese triunfo/revancha permitió un cierto alivio en una población (…) que había sufrido una tremenda dictadura militar, que –además– se despidió con una guerra” (www.nodal.am).
Maradona entre filósofos
Cuenta Ricardo Forster una acalorada y sabrosa discusión por Maradona entre filósofos: tres de los italianos eran del norte, el cuarto era de Nápoles. Nicolás y yo hicimos una cerrada defensa de Maradona y, para nuestra sorpresa e incredulidad, los tres italianos del norte dejaron su amabilidad y comenzaron a descalificar a Diego con palabras cargadas de resentimiento y racismo. El cuarto italiano, el oriundo de Nápoles, se puso hecho una fiera y salió en nuestra defensa. Con pasión habló largamente de Maradona y del fervor sacramental que había despertado en el pueblo de su ciudad. Habló también de la reparación histórica que para los meridionales había significado destronar a la Juventus y a los otros equipos del norte, que siempre se repartían los campeonatos y las riquezas, mientras en el sur dejaban la miseria y el abandono (www.pagina12.com.ar).
Punto final
El conato contrarrevolucionario del viernes en La Habana duró menos que un merengue en la puerta de una escuela. Otros vendrán. Hay mucho dinero y odio imperial en juego. La batalla se gana con ideas revolucionarias, sin miedo a renovar.
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