a formación de un bloque opositor, entre los partidos PAN, PRI y PRD, constituye una excelente noticia para la democracia mexicana. La rearticulación de estos tres partidos que lanzaron el Pacto por México en 2012 despeja el panorama político. Su unidad deja más nítida que nunca la gran división histórica actual entre los liberales
que buscan progresar y los conservadores que quieren retornar.
Son tiempos de definiciones. Así como 30 millones de personas acudimos a las urnas el 1º de julio de 2018 para repudiar al viejo de sistema de corrupción y saqueo, el próximo 6 de junio de 2021 tendremos la oportunidad de enterrar de una vez y para siempre al antiguo régimen.
Recordemos que el Partido de la Revolución Democrática (PRD) recibió únicamente 2.83 por ciento de la votación para la Presidencia de la República en 2018. Hoy cuenta con sólo tres senadores y 13 diputados federales. Casi todos estos representantes son desconocidos para la población en general, menos Miguel Ángel Mancera, cuya fama
no es precisamente positiva.
Es casi seguro que el PRD perdería su registro si compitiera solo en las elecciones de 2021, ya que difícilmente alcanzaría el umbral necesario de 3 por ciento de la votación a escala nacional. Así que este otrora partido de izquierda hoy busca colgarse del PAN y el PRI en un desesperado intento de salvar el pellejo.
Aun así, no existe garantía alguna de que el partido del oportunismo y la hipocresía sobreviva más allá del próximo 6 de junio, ya que, de acuerdo con la nueva legislación electoral, solamente se suman los votos emitidos expresamente en favor de cada uno de los partidos en una coalición. Ya no es posible la vieja práctica de trasladar votos de un partido a otro dentro de una coalición con el fin de mantener su registro.
El Partido Revolucionario Institucional (PRI) también se encuentra en vías de extinción. Se antoja muy difícil que en 2021 el tricolor pueda superar el 13.56 por ciento que recibió en la elección presidencial de 2018. La tendencia de votación para el PRI se encuentra en franco declive desde hace una década. En 2012 Enrique Peña Nieto recibió 38 por ciento de los votos. Después, en 2015 el entonces partido oficial ganó solamente 31 por ciento de los sufragios, aún en el contexto de una Presidencia en manos del PRI y con millones de pesos del erario fluyendo ilegalmente hacia las campañas electorales.
En 2018, el PRI todavía contaba con todos los recursos del Estado y muchos empresarios y grupos semidelincuenciales le debían favores a Peña Nieto. Pero hoy el PRI ya no tiene acceso al dinero público ni respaldo de los poderes fácticos, ya que difícilmente puede prometer impunidades o corruptelas futuras. Así que sería un verdadero milagro si este partido recibiera más de 10 por ciento de la votación nacional en las próximas elecciones.
El Partido Acción Nacional (PAN) cuenta con una base electoral más sólida que el PRD o el PRI. El porcentaje (17.65) de la votación que este partido recibió en la elección presidencial de 2018 constituye el máximo nivel de su voto duro
a escala nacional. No más de 15 o 17 por ciento de la población mexicana se identifica con los ideales de la derecha (clasista, racista y machista)enarboladas por este partido que se creó en 1939 con el fin de combatir al cardenismo y los principios democráticos de la Revolución Mexicana.
Así que, en el escenario más optimista, la suma de los tres partidos que van en alianza para 2021 alcanzaría apenas 30 por ciento de la votación. Aunque en realidad probablemente sea menor, ya que Movimiento Ciudadano, que va por la libre, jalará también un porcentaje del voto de derecha.
Todo parece indicar que Morena, junto con los partidos aliados a su causa, podría recibir hasta 70 por ciento de la votación en las elecciones intermedias de 2021. Ello correspondería casi exactamente a la actual tasa de aprobación ciudadana a favor del Presidente de la República.
Un resultado de esta naturaleza permitiría que el proyecto de la Cuarta Transformación avance con mayor fuerza y contundencia durante la segunda mitad del sexenio que en la primera. Permitiría marcar aún más claramente el viraje histórico en favor de la honestidad, la participación y la justicia, en que todos nos encontramos inmersos.
Con razón andan tan nerviosos los consejeros electorales, empresarios, periodistas, intelectuales, medios y organizaciones de la sociedad civil que participan en el Bloque Opositor Amplio (BOA). Se niegan a aceptar su contundente derrota en la disputa por las conciencias en el nuevo contexto democrático de la Cuarta Transformación.