Sábado 19 de diciembre de 2020, p. a12
La nueva obra de Ólafur Arnalds, Some Kind of Peace, ya es considerada por muchos como el mejor disco del año. El Disquero tiene otros datos: ese lugar en el podio corresponde a Bob Dylan; el compendio de lo mejor de 2020 será la siguiente entrega del Disquero; mencionamos a Dylan por dos motivos: el título de una de las obras de ambos es una feliz coincidencia. El otro motivo: la confluencia más importante entrambos es la esperanza: los dos perfilaron sus producciones artísticas de este 2020 como una señal de aliento y confianza en el futuro, en cuanto la pandemia cunde y devasta al mundo.
El título de coincidencia es una variante: Dylan tituló la pieza inicial de su álbum, ese sí el mejor del año, Rough and Rowdy Ways, con el siguiente enunciado: I Contain Multitudes; mientras Ólafur Arnalds tituló We Contain Multitudes al track penúltimo de su nuevo disco: Some Kind of Peace, el segundo mejor disco del año que vivimos en peligro.
Some Kind of Peace es un disco hermoso, lúdico, propositivo y muy pero muy positivo. Significa una evolución al mismo tiempo que un retorno a las raíces de Ólafur Arnalds (Molfellsbaer, Islandia, 3 de noviembre de 1986): combina su característico sonido electrónico con instrumentaciones en cuerdas y al piano y formas muy evolucionadas de balada, además de su conocida capacidad de crear opciones muy únicas, cuya creatividad se eleva en espiral.
Los escuchas en distintas partes del mundo coincidimos en una apreciación: al escuchar este disco, sentimos que flotamos.
El track inicial, Loom, es la primera obra en colaboración, en este caso con su homólogo británico Bonobo; contiene los elementos predominantes en todo el disco: un loop digital, vocalizaciones femeninas, un tono ambient. Un título parecido publicó en 2014: Loon, con ene en vez de la actual eme, álbum concebido al alimón con el compositor alemán Nils Frahm.
El segundo corte, Woven Song, es un embrujo: escuchamos una cantinela que proviene de otro mundo, otra era, el umbral de un portal dimensional. Por igual evoca rituales primitivos que nos lanza a un futuro sideral: tono inca pero igualmente maya, helénico, islandés, vikingo; nos remonta a los orígenes de los tiempos en cuanto atmósfera sonora y nos ubica en medio de un espacio acústico vacío, donde flotamos.
Por igual arrullo que caricia; melopea ancestral que canción de cuna; una extraña conjunción de aires a lo Monteverdi con cantigas de Alfonso Décimo, motetes de Guillaume de Machaut, aromas medievales, estancias sonoras del ars nova, tradición sacra y secular al mismo tiempo.
Es una de las obras más hermosas que ha logrado Ólafur Arnalds, maestro artesano, artífice de obras de belleza natural, primigenia.
El siguiente capítulo, Spiral, es una larga disquisición en violín, coro de violonchelos, granulaciones en piano, frases muuuuy alargadas, lentas y plenas de una serenidad pasmosa. Mientras crece el coro aumenta la sensación de ingravidez en el escucha: una parvada a lo lejos levanta el vuelo, tan lejos que no se escucha el palpitar del aleteo de las aves, apenas ecos de sus pétalos escanciados bajo el horizonte azul. Al final escuchamos un fonógrafo de un siglo de edad: el clavo del brazo hiende sobre el viejo acetato. Nuevamente, el espejeo mágico que domina Ólafur: lo antiguo y lo presente, lanzados al futuro con nosotros a bordo.
La siguiente pieza son gotas de agua que caen sobre un espejo, rocío de la mañana deslizándose desde los geranios en flor, burbujas pequeñas y de rotunda redondez rebotando como un juego de abalorios, un collar de gotas de agua cuyo lazo se distiende y forma no una catarata sino un lentísimo diluvio sobre nuestra piel desnuda. El violonchelo que suena al final es el canto de un ave que se aleja, lenta, parsimoniosa. Un quetzal alcanzado en pleno vuelo por la gracia de un colibrí: el violín que se empareja al violonchelo.
Back To The Sky, el siguiente hilo, es la pieza central del disco y le da título, con la intervención de la compositora islandesa Jófriour Ákadóttir, quien concibió con Ólafur poesía. Traduzco frases mencionadas de manera aleatoria y a renglón seguido, sin dividir los versos originales: sobre la Luna, bajo el manto de estrellas, percibo su llamado, incognoscibles se posan al ocaso, caen y se rinden igual que las enfermedades cesan…
Then when the stars align
with some kind of peace
I could be love by you
Either way
Cuando las estrellas se alinean con cierta paz. Ese es el mensaje central del nuevo disco de Ólafur Arnalds, Some Kind of Peace y ha sido recibido con atención.
La esperanza crece con la escucha de este disco. Se cultiva.
Los distintos matices de estados de ánimo que prodiga este álbum imprescindible en estos tiempos de pandemia oscilan pasmosamente mientras la masa sonora relaja, cobija, atenúa tensiones, protege. Cura.
El track ocho, The Bottom Line, es el favorito del Disquero: una versión improbable de El cantar de los cantares, una bellísima canción de amor prerrafaelita, una esencia de Oriente en la garganta de Josin, cantante alemana que nos envuelve en sus sedas canoras, nos transporta con su poderío dramatúrgico semejante a, pongamos por ejemplo, Rufus Wainright cantando un soneto de William Shakespeare.
The Bottom Line es lo más cercano que ha escrito Ólafur Arnalds a la joya más preciada por sus seguidores, de entre todo su repertorio: Particles, con la cantante Nanna Bryndís, de su disco Island Songs que dio a conocer el Disquero en 2016.
The Bottom Line, en voz de Josin, es el hallazgo musical más importante del nuevo disco de Ólafur Arnalds.
En apenas un lustro, a sus 34 años, ha logrado colocar su concepto de manera clara: lo más importante de ser músico consiste en colocarse en la posición correcta para poder inspirar a otros, porque la música no es unívoca, no es un acto personal, es, en cambio, una conversación, de manera que el papel que juega un compositor es tan importante como el papel que juega el escucha
.
Esa claridad mantiene, desde hace cinco años cuando colocó frente a los reflectores un proyecto grande, el disco The Chopin Project al alimón con la pianista japonesa alemana Alice Sara Ott, una atención de ida y vuelta con sus escuchas y, es por eso, que su música, por complicada que parezca en algunos pasajes intrincados, siempre resulta familiar, un estar en casa.
Luego vino Island Songs, el disco que consagró a Ólafur Arnalds entre un público que de inmediato experimentó esa sensación de flotar, frente a algo insólito, tan nuevo y propositivo como que ese disco presente al inicio la voz de un poeta, Einar Georg Einarsson, un campesino nativo de Islandia, que dice en islandés su poesía y el mensaje es tan claro que todos parecemos entender todas y cada una de sus palabras, todos y cada uno de sus versos, todas sus sílabas y diéresis y acentos raros, aunque no entendamos nada de islandés.
Aquel disco incluyó, como proyecto, un filme, al igual que sucederá con el disco que ahora nos ocupa, Some Kind of Peace, que también resultará en una película cuyo estreno acaba de anunciar Ólafur en redes sociales, con un mensaje sencillo que firma como lo llaman en su casa: Óli.
El paisaje islandés, la poesía islandesa, las formas instrumentales más sencillas y al mismo tiempo sofisticadas que se pueden lograr en casa con artefactos electrónicos, la esencia de lo que ha movido al mundo durante siglos: la canción, la voz humana, la balada, la danza contemporánea, la vida cotidiana, las preguntas esenciales que se ha planteado la humanidad desde su origen, todo eso contiene y desborda la música de Ólafur Arnalds.
En su pieza más apreciada por todos, de su disco Island Songs, vienen los versos de la pieza Particles:
Here I am, floating in emerald sea.
Keep me dancing,
Keep me as still as can be
En su nuevo disco, Some Kind of Peace, logra nuevamente ese efecto. El equilibrio entre las voces femeninas, el piano, sus artefactos electrónicos y la poesía, surten efecto: flotamos.