n días recientes pregunté a algunos de mis conocidos, hombres y mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, sobre la calidad de su descanso durante las noches de confinamiento. Es decir, si en las condiciones actuales logran conciliar el sueño con la misma facilidad con que lo conseguían antes del Covid-19 y, de ser así, si alcanzan igual profundidad en el reposo. Las respuestas obtenidas en el minúsculo muestreo fueron prácticamente unánimes: referían al insomnio y a un sueño superficial.
Mis interlocutores coincidieron en que sus hábitos de sueño se han visto alterados en meses recientes y varios de ellos comentaron haber tenido que recurrir a algún tipo de sustancia o fármaco para superar el trastorno del sueño que, como casi todo lo relacionado con esta pandemia interminable, tiene ya un alcance global.
El diario El País publicó hace unos días una nota sobre los resultados de un metanálisis
realizado por investigadores canadienses en el que se muestra un aumento considerable en la prevalencia de alteraciones como el insomnio, ansiedad, trastorno por estrés postraumático y hasta depresión, a raíz de la crisis generada por el Covid-19. Sus conclusiones confirman la gravedad del asunto.
La pandemia erosiona la salud mental de millones de individuos. Distanciamiento físico y social, angustias financieras, temor al contagio, preocupación por la salud de familiares y amigos, duelos, y de manera enfática, la incertidumbre, forman parte de los múltiples disparadores de las alteraciones emocionales y trastornos referidos.
Según la información del diario español, el equipo de especialistas de la Universidad de Ottawa efectuó un metanálisis con datos de 55 estudios internacionales, con más de 190 mil participantes, realizados entre enero y mayo. Gran parte de la información provenía de China, pero también se utilizaron cifras de trabajos desarrollados en Italia, Estados Unidos, Perú, Irán y España, entre otros. No obstante que los estudios chinos eran los predominantes, sus resultados no arrojaron diferencias sustanciales con otras zonas del mundo.
Los expertos encontraron que la prevalencia del insomnio fue de 24 por ciento, la del trastorno por estrés postraumático alcanzó 22 por ciento, la depresión, 16 por ciento y la de ansiedad llegó a 15 por ciento. En este sentido, se precisa que dichas alteraciones fueron de entre tres y cinco veces más frecuentes en comparación con los reportes habituales de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
En el metanálisis –publicado en la más reciente edición de la revista científica Psychiatry Research– se señala que no se observaron diferencias significativas por género o región geográfica. Tampoco entre la población en general y los trabajadores de la salud, salvo en el caso del insomnio
. El estudio reflejó que los problemas para conciliar el sueño eran dos veces más pronunciados entre el personal de atención a la salud.
El insomnio, dicen los especialistas, es una forma en que se manifiestan los temores y las preocupaciones y advierten que puede desencadenar otros problemas más severos como depresión e ideas suicidas.
En octubre pasado, la OMS publicó un informe donde advirtió que la crisis por el Covid-19 ha perturbado o paralizado los servicios de salud mental críticos en 93 por ciento de las naciones, cuando la emergencia sanitaria obligaría precisamente a reactivar estos servicios imprescindibles.
Los líderes mundiales deben actuar con rapidez y decisión para invertir más en programas de salud mental que salven vidas durante la pandemia y más allá
, declaró el titular del organismo internacional, Tedros Adhanom.
Reconocidos especialistas mexicanos, como la doctora María Elena Medina Mora, ex titular del Instituto Nacional de Siquiatría y actual directora de la Facultad de Sicología de la UNAM, están de acuerdo en que es imprescindible construir desde ahora un plan efectivo de respuesta sobre salud mental, no sólo para ésta, sino para futuras pandemias.
Existen terapias e incluso recomendaciones muy puntuales para superar los trastornos del sueño y alcanzar descansos más reparadores, que en circunstancias como la actual se convierten en instrumentos muy valiosos para mantener la fortaleza física y mental, indispensables para contender con esta crisis epidemiológica.
En lo personal, debo admitir que el insomnio se instala en mi cama con mayor frecuencia desde que la pandemia nos mandó a confinarnos. No tengo claro sobre qué es más recurrente en mi caso: no poder conciliar el sueño con facilidad a la hora de ir a la cama o despertar súbitamente durante las madrugadas –sin un motivo aparente– para luego pasar largos ratos en vela, dando vueltas sobre el colchón sin conseguir dormirme otra vez.
Dudo tener un trastorno serio, pero creo ser una de esas millones de personas que, desde hace meses, duermen y despiertan con el estrés, y que anhelan (anhelamos) que el año que comienza mañana traiga, junto con las vacunas, tiempos mejores de paz y sosiego.