n medio de la incertidumbre, cerramos un año trastocado profundamente por la pandemia que vino a replantearnos la normalidad y a evidenciar la fragilidad de las estructuras que rigen nuestra sociedad. Hoy, en el corto plazo de esta nueva normalidad, nos encontramos resistiendo esos equilibrios precarios entre salud, economía y salud emocional de las personas. No obstante, la nueva normalidad de mediano y largo plazos nos obliga a preguntarnos si queremos regresar al viejo orden, o si aprovechamos la oportunidad para reconfigurarnos como sociedad.
La irrupción de la pandemia ha cuestionado varios factores estructurales y culturales de nuestra sociedad. El primero es la manera que como humanidad nos hemos relacionado con la Tierra. La actual era geológica del antropoceno está marcada por la relación nociva con la tierra, y la posesión cada vez menor de recursos y herramientas para hacer frente a las nuevas crisis que vienen. Estamos inaugurando una nueva época de vida de la humanidad donde lo que tendremos por delante son posibles crisis recurrentes sin herramientas elaboradas para enfrentarlas.
El segundo factor es el de la interdependencia humana. La pandemia ha cuestionado el modelo hegemónico civilizatorio marcado por la carrera por el consumo y el poseer. La interpelación y la invitación de los tiempos pandémicos es a construir un nuevo concepto de interdependencia humana basado en la solidaridad y la libertad.
El tercer factor es el de las desigualdades estructurales. Como humanidad, ya teníamos pandemias y epidemias: pobrezas, desigualdades, violencia. Lo que la pandemia vino a afectar fue la profundización de esas desigualdades estructurales. Es ante éstas que la agenda de todos los gobiernos e instituciones para 2021 debe estar marcada por las siguientes dimensiones.
El modelo para prevenir y erradicar la pandemia ha fracasado no sólo en tiempos, sino en números. Una de las pocas bondades que ha tenido el modelo es que no hemos tenido colapso hospitalario, pero debemos preguntarnos si la población está llegando o no a los hospitales, es decir, si hay buen nivel de accesibilidad al sistema de salud. El panorama para inicios del próximo año no es optimista, los números de contagios van al alza, en lo que ni siquiera puede ser considerado un rebrote, pues la curva nunca decreció considerablemente. Garantizar el acceso a la salud y particularmente a las vacunas será primordial para la inmunización generalizada.
En el ámbito económico, y no obstante las expectativas oficiales, las tendencias hablan de que el PIB decrecerá en dos dígitos. Según los datos proporcionados por Julio Santaella, presidente del Inegi, del total de empresas existentes en mayo de 2019, más de 80 por ciento no logró sobrevivir para octubre del presente año. De acuerdo con la encuesta sobre el impacto económico generado por el Covid-19, murieron alrededor de un millón 100 mil negocios y se perdieron cerca de 4.2 millones de puestos de trabajo.
Esto nos remite inevitablemente al tema de la pobreza y la soberanía alimentaria. De acuerdo con el último reporte de Naciones Unidas, se prevé que en todo el mundo se colocará a 130 millones de personas en situación de hambre ocasionada por la pandemia. Para México estaríamos hablando de entre 10 y 12 millones de personas más que tendrían la categoría de pobres.
El propio confinamiento no logró reducir los niveles de violencia. Hasta antes del cierre del presente año, el homicidio doloso se incrementó 3.8 por ciento; el feminicidio, 8.9 por ciento, y la extorsión, 21 por ciento, según fuentes oficiales. Asesinaron a 19 periodistas en nueve meses, por lo que es el año con mayor deceso de periodistas en la República. En este año tenemos 6 mil 62 personas que permanecen desaparecidas, esto en un clima de impunidad donde sólo 0.7 por ciento de los delitos denunciados en el país logran llegar a la verdad y la justicia.
Estas cuatro dimensiones –salud, economía, soberanía alimentaria y violencia– deben marcar la agenda de prioridades públicas para 2021 y las mismas deben tener una traducción en la propia agenda de vigencia de derechos fundamentales básicos en democracia, como son la garantía de la libertad de expresión, los riesgos asociados en calidad democrática con el poder preponderante de las fuerzas armadas en el espacio público, la violencia de género y sus implicaciones desde el derecho a una vida libre de violencia hacia las mujeres, el derecho a un medio ambiente sano, particularmente frente a la política energética y megaproyectos y la propia agenda del Estado democrático de derecho, concretamente la lucha contra la impunidad y el fortalecimiento de las instituciones de justicia.
Los tiempos de crisis son también oportunidades para reconfigurarnos y redirigir el rumbo en el que nos encaminamos. No podemos pretender una vuelta a la normalidad, sino una nueva normalidad dignificante. Ante la agudización de las desigualdades estructurales, y ahora que se avecinan tiempos electorales, es menester no auspiciar la polarización, la intolerancia y los fundamentalismos desde el poder público y privado. Se debe trabajar, como poder público, privado y ciudadanía en general, en la generación de entornos de unidad que permitan enfrentar la siguiente etapa de la pandemia y crisis económica, que solo durante los próximos meses veremos la dimensión de su profundidad.