Evangelina Elizondo, la huella de una dama
Los destinos son siempre insobornables
Myriam Moscona, Estación
n abril de 1929 nació en la Ciudad de México una niña que parecía tener destino artístico con una madre pintora y una abuela aficionada a la ópera. Sin un plan formal de carrera, desde los primeros años aprendió a cantar. Con una memoria y capacidad de aprendizaje que la destacaron siempre, debió recortar su extenso nombre para caber en las marquesinas y sellar su firma sobre un nombre artístico: Gloria Evangelina Elizondo López-Llera, sería para siempre Evangelina Elizondo.
Cenicienta
Tal como le ocurrió a diversas figuras femeninas del ambiente artístico en los años 40 y 50, Evangelina tuvo que hacer equipo con su madre para librar la rígida posición del padre respecto del espectáculo, una vez que la chica manifestó sus deseos de ingresar al teatro. Si bien tenía una gran belleza, poseía también una voz excepcional. De ahí que acudiera al llamado de la radiodifusora XEW ( La Voz de la América Latina desde México), que convocaba para hacer el doblaje de la gran producción de Walt Disney La Cenicienta (1950). Fue su hermano José Carlos quien le avisó de la citación; fue también apoyo para que su padre no le bloqueara la posibilidad. Evangelina ganó la audición y su voz quedaría plasmada en el clásico con un detalle importante: mientras en otros países se usó más de una voz para el personaje (alguien cantaba y otra persona hacía diálogos, etcétera), ella hizo todos los diálogos y canciones. Después grabó discos infantiles y de diversos géneros.
Escena y escuela
La familia la respaldó cuando su mesa se llenó de ofertas, principalmente musicales, tras el éxito de La Cenicienta. Sin embargo, existió una condición: no abandonar sus estudios. Evangelina rompió entonces con el prototipo de las jóvenes de éxito instantáneo en el espectáculo, ya que no dejó todo para mantener su nombre en la marquesina, sino debió multiplicarse a fin de cumplir ensayos y también progresar en la parte académica. De su madre aprendió técnicas pictóricas, arte en el que siempre exploró y llegó a tener exposiciones en México y el extranjero. Aprendió además guitarra e idiomas y a bailar; en este último arte destacó como gran ejecutante, luciendo su carisma y figura. A pesar de sobresalir en el espectáculo, nunca dejó de prepararse, licenciándose en estudios teológicos, aficionada a la lectura, lo que la ponía en ventaja cuando se presentaba ante los medios de comunicación, dueña de un lenguaje poco común en el ámbito. Pero lo que la distinguió fue su preparación musical, convirtiéndose en la primera mujer en dirigir una orquesta, cosa que marcó enteramente su carrera y le ganó el aprecio crítico del medio del espectáculo. En el teatro, encontraría otro público y otro aprecio a su calidad escénica.
El cine, la otra orquesta
Evangelina Elizondo debutó con el personaje de Paloma en el largometraje Las locuras de Tin Tan (Gilberto Martínez Solares, 1951), donde le andaba comiendo el mandado a Lolita (Carmelita González), por los pasos de baile y amores del cómico. Paloma bailaba, cantaba, coqueteaba y requería de atención sicológica especializada. Era una luz divertida y atractiva en medio de todos los guiñoles del absurdo.
Siguieron diferentes cintas, como Amor qué malo eres (José Díaz Morales, 1952), pero quizá la que la colocó en definitiva como una actriz ideal para esas tramas de chica que despertaba pasiones y amores divididos fue la comedia Genio y figura (Fernando Méndez, 1953), en la que compartió con los actores Luis Aguilar y Antonio Badú, estelares de la producción fílmica mexicana. Desde ese momento, la joven y talentosa Evangelina tuvo hasta para escoger, encontrando en la comedia la mejor plataforma para hacerse estrella.
Los productores la aliaron con las figuras de la comedia, cosa que dejó grandes dividendos en la comedia de ciencia ficción Platillos voladores (Julián Soler, 1956), donde interpretó a Saturnina, para embarcarse en reventón con su desastroso inventor enamorado marciano (Adalberto Martínez Resortes), lo que armaba confusión de aparente misión interplanetaria, de acuerdo con las creencias del adusto profesor Saldaña (Andrés Soler), quien confunde (como todos) el bólido con el que pretendían concursar en la Carrera Panamericana con una nave espacial que llegó a la Tierra. Llena de disparates divertidos, fue uno de sus grandes éxitos fílmicos.
Al año siguiente, Evangelina hizo otro de los llamados clásicos del cine b mexicano con El castillo de los monstruos (1957), también con dirección de Julián Soler, y alternando con otro cómico de la época de oro: Antonio Espino Clavillazo. La actriz interpreta a Beatriz, quien las pasa maduras sin empleo alguno, por lo que es auxiliada por Clavillazo, el corazón suave del barrio, quien le da cobijo sin propasarse en sus intenciones románticas. Llena de personajes del horror clásico, como Drácula (Germán Robles), Hombre Lobo, El Monstruo de la Laguna Negra, Momia, y un científico loco (Carlos Orellana el Doctor Sputnik) con todo y criatura revivida, la comedia colocó a Clavillazo en el primer plano de la taquilla, con Evangelina como una estrella en toda forma.
En varias películas apareció exclusivamente en números musicales, como en Un callejón sin salida (Rafael Baledón, 1965), pero en otros tuvo papeles importantes en los que, además, participaba su orquesta, como ¡Viva la juventud! (Fernando Cortés, 1956). Evangelina Elizondo hizo un interesante papel con otros matices en Rapto al Sol (Fernando Méndez, 1956), como la millonaria caprichosa y seductora Yolanda, quien rehuía sus compromisos legales en firma de documentos y manejo de compañías, haciendo viajes para quedar varada y secuestrada por El señor de las islas (Demetrio González), en ríspido juego de posesión amorosa disputado con Liliana (Flor Silvestre).
En el western encontró otra serie de personajes que la mantuvieron en cartelera, como el díptico de los Villalobos Los tres Villalobos y La venganza de los Villalobos (1955) dirigido por Fernando Méndez, un director que impulsó mucho su carrera. Evangelina aparece como la enfermera Betty, tornando en mujer de cabaret para la segunda entrega, en la que compartió pantalla con Joaquín Cordero, Freddy Fernández El Pichi (Machito). Ella lo mismo genera conflicto que canta y baila con el mismo encanto. En Tres balas perdidas (Roberto Rodríguez, 1960) hizo divertido trío con sus supuestas hermanas Rosita Quintana (Rosaura) y María Victoria (Cristina), en enredos de herencia y galanteos en que ponen en su sitio a los pretendientes Julio Aldama (Neto), Alfredo Sadel (Juancho Dosamantes) y Javier Solís (Cuco). En otro escalón quedó el nuevo western El Tragabalas (Rafael Baledón, 1966), que la puso con Eulalio González Piporro y un gran elenco (Julio Aldama, Flor Silvestre, José Ángel Espinoza Ferrusquilla, etcétera), que es una de las piezas del cine popular mexicano que no se ha oxidado con el tiempo.
Uno de sus papeles más recordados es el de Rita en la película Días de otoño (1962), dirigida por Roberto Gavaldón, por el que obtuvo el galardón Diosa de Plata. Hace el personaje que acompaña a la soñadora y despistada Luisa (Pina Pellicer), quien cuenta historias en el trabajo y en la vida misma, laborando en una pastelería. Evangelina maneja con gran sobriedad su personaje, una mujer simpática que busca auxiliar a la jovencita Luisa, quien parece fuera de sitio en la gran capital de México, más aún cuando anuncia que está por casarse. Rita piensa en todos los detalles que escapan a Luisa, incluida la ropa interior que debe adquirir para su luna de miel. Bonachona, concreta, sentimental y avispada, es el contrapeso ideal de la imaginativa Luisa.
Evangelina pasó por cinematografía del terror en filmes como Dimensiones ocultas (Don’t Panic, Rubén Galindo Jr, 1987) y Pánico en la montaña (Pedro Galindo III, 1988, que volvió a reunirla con Resortes), combinando con su presencia en la pantalla chica para distintas telenovelas, como El pecado de Oyuki, de 1988, y con un papel muy celebrado por la industria televisiva en Mirada de mujer, de 2003. En 1995 aceptó un buen papel en la producción internacional de Alfonso Arau Un paseo por la nubes, de sus últimos pasos destacados en la cinematografía.
La dureza y la rectitud
Evangelina buscó manejarse siempre con la misma rectitud estricta que vivió en casa, con la disciplina que le dio la academia, con la alta exigencia que tuvo para ella y sus músicos en una orquesta. Por lo mismo, también tuvo aplomo para encarar causas legales como embarcarse a demandar al emporio Disney por regalías del cine y la industria fonográfica por La Cenicienta, que por generaciones se exhibió en múltiples formatos sin que ella devengara dinero alguno. Terminaron por grabar una versión nueva. Su fama de ser una mujer de carácter fuerte la distinguió dentro y fuera del set. Refinada y educada, nunca dejó que su trabajo desmereciera en el aprecio y atención de ninguna empresa. Su energía la llevó a causas en la Asociación Nacional de Actores y mantuvo vigor hasta sus 88 años, cuando le dejó al mundo sus más de 60 películas, su voz, su baile y su talento.