arios miles de migrantes que estaban detenidos por la pandemia en Panamá, después de haber atravesado a pie la selva más impenetrable, el Tapón del Darién, continuaron su camino y los primeros grupos de haitianos, cubanos, africanos y de otros lugares, han empezado a llegar a México, el último escollo para llegar al otro tapón: el muro y la frontera de Estados Unidos.
Para los migrantes hay tres opciones: seguir su camino, tocar la puerta y solicitar asilo en Estados Unidos, saltar el muro y pasar a la condición de expatriado irregular o, quedarse en México y ver la forma de regularizar su situación. Después del periplo vivido y sufrido, la alternativa de regresar al país de origen está cerrada.
Pero una cosa es querer y otra poder, las puertas a la inmigración están cada vez más cerradas, incluidas las de México. Por eso los migrantes ponen su cuerpo por delante, y dicen aquí estamos, no nos vamos a mover, después de haber cruzado una decena de naciones, ríos, selvas y desiertos.
La pelota queda en la otra parte de la cancha y la pregunta obvia es ¿Qué hacer? Le pasan el turno a la burocracia que ralentiza el trámite, individualiza los casos, pone trabas y transfiere el caso a otro organismo. Al final, el destino depende de las circunstancias.
Paradójicamente los dos países, México y Estados Unidos, podrían fácilmente admitir población. El último censo mexicano de 2020 reporta la presencia de 1.2 millones de extranjeros, de los cuales son hijos de mexicanos, nacidos en Estados Unidos, unos 400 mil. Es decir, sólo hay 800 mil extranjeros en la nación, lo que representa 0.64 por ciento del total de la población. En términos estadísticos NADA. Sobre todo, si se considera que México tiene a 10 por ciento de su población en el extranjero.
Por su parte, Estados Unidos acaba de reportar un crecimiento poblacional de 7.4 por ciento cuando en 2010 fue de 9.7 por ciento. Sólo en la década crítica de los años 30 se había consignado un registro más bajo, 7.3 por ciento. La conclusión es simple, cayó la natalidad y disminuyó la inmigración. Por tanto, se incrementa el envejecimiento y se reciben menos recursos por impuestos y para la seguridad social, que pagan las personas que trabajan, incluidos los indocumentados.
De acuerdo con Emilio Parrado, demógrafo de la Universidad de Pennsylvania, las proyecciones del Social Security Advisory Board para determinar la solvencia de Sistema de Seguridad Social, requiere que se incorporen anualmente a la fuerza de trabajo 1.2 millones de migrantes residentes netos y una fecundidad del 2.0 (¡unos 4.2 millones de hijos al año!). Todo muy lejos de la realidad actual. Para producir 1.2 millones de migrantes asentados, Estados Unidos, tiene que admitir unos 2 millones de personas en todas las categorías, incluso indocumentados.
Esas son las crudas realidades numéricas. Estados Unidos, un país que envejece y cierra la puerta a los jóvenes y México, un país de emigrantes, que cierra la puerta a los inmigrantes.
En otro hemisferio y en un tiempo cercano (2014) se discutían temas parecidos en Alemania y Angela Merkel decidió, por sus pistolas, admitir a 1.2 millones de migrantes y refugiados, lo que representaba 1.5 por ciento de su población. Así, de golpe, solucionó el asunto de los refugiados de manera ejemplar, con justicia y compasión y le dio aire fresco a su población envejecida y necesitada de mano de obra. En esos tiempos la tasa global de fertilidad en Alemania era de 1.5 hijos por mujer, muy por debajo de la tasa de reposición de 2.1.
Pero los números son una cosa y las ideologías otra. A Angela Merkel casi le costó el puesto la decisión de admitir refugiados y, a la inversa, a Trump le valió la presidencia su campaña antimigrante. A López Obrador la crisis migratoria de los aranceles o el chantaje de Trump en 2019, lo puso contra las cuerdas; al igual que ahora Biden tiene que sortear la crisis de los niños no acompañados.
En el siglo XXI es la migración la que pone en jaque a muchos gobiernos, pero mientras en Europa las crisis se dispersan entre diferentes países: Lapendusa en Italia hace unos años, Grecia en tiempos más recientes y Ceuta, España en tiempos actuales, en nuestro hemisferio las crisis se concentran principalmente en las fronteras sur y norte de México.
Pero el destino es inexorable, México se está convirtiendo en una nación de inmigración, aunque las cifras censales, por el momento, no lo avalen.