a consulta del primero de agosto presentaba un galimatías arropado en la pregunta que la enmarcaba y un comportamiento errático del principal promotor de ésta, el presidente López Obrador. A pesar de ser su promotor directo, después resultó que no votaría o que votaría en contra.
El contexto. El resultado era previsible en medio de la nueva ola de la pandemia, la inseguridad y los muertos derivados de la intervención del crimen organizado, un total desaseo del gobierno federal en áreas críticas y una campaña rabiosa orquestada desde algunos medios en contra de AMLO.
Ni como simbolismo. Se pueden hacer las comparaciones que se quieran y ciertamente más de 6 millones no es una cifra menor en general, en abstracto. Pero está muy lejos no del 40 por ciento necesario –que es de por si una cifra estrambótica–, para hacerla vinculatoria, sino de una cifra menor que pudiera expresar una simbólica aprobación, por ejemplo, para el establecimiento de comisiones de la verdad y, sobre todo, que transportara un deseo amplio y genuino de revisar con rigor legal y político las tragedias y crimenes masivos que enlutan a las familias mexicanas.
Surgen al menos tres lecciones de lo anterior. Se necesita tomar en serio la democracia participativa y generar un marco jurídico que la propicie para que sea un efectivo acompañamiento a la democracia representativa. El INE debe ser fortalecido en sus funciones de organizador de elecciones, cosa que ha hecho muy bien, pero no debe cumplir funciones de árbitro electoral. Eso debe estar concentrado en los tribunales electorales que requieren una cirugía mayor. Los miembros del Tribunal Superior deberían renunciar. Su indignidad colectiva no tiene nombre.
Pobreza, inseguridad, corrupción. Esta coyuntura está marcada por un conjunto de malas noticias: los resultados sobre la pobreza en el país que se derivan de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares, que elabora el Inegi, y la medición de la pobreza que presenta para el periodo 2018-2020 el Coneval.
Los ya cotidianos episodios de violencia criminal en muchas regiones del país. El empantanamiento de los procesos más sonados contra la corrupción. Todo lleva a discutir con una visión de gran angular, los temas de gobernabilidad.
Estar en nepantla. Ante este panorama prevalece en amplias capas de la sociedad mexicana un estado de ánimo que los antiguos denominaban estar en nepantla. La primera vez que la palabra náhuatl nepantla fue traducida al castellano e incluida en un diccionario se debe al padre Andrés de Olmos, que en 1547 escribió en el Arte de la lengua mexicana lo siguiente: Nepantla, «en medio» o «entre», por sí sola es adverbio y ayuntada a los pronombres to, amo, yn, en plural será preposición en lugar de «en» o «entre». Sin embargo el primero que registró el uso metafórico de dicho vocablo fue el dominico andaluz fray Diego Durán, quien relata la respuesta que le dio un indio anónimo al que estaba reprendiendo por haber organizado una costosa fiesta, en la que, sospechaba el fraile, se habían celebrado antiguos rituales, con el pretexto de la boda de un pariente. Reprochándole el mal que había hecho le respondió:
–Padre, no te espantes pues todavía estamos nepantla.
Como no entendió bien el fraile, el intelocutor contestó que como no estaban aún bien arraigados en la fe, que no se espantara de la manera que aún estaban neutros, por mejor decir que creían en Dios y que juntamente acudían a sus antiguos dioses, y esto quiso decir aquel en su excusa de que aún permanecían en medio y estaban neutros.
Aparentemente, hoy una buena parte de la sociedad está en nepantla. La pregunta en el contexto de un estado frágil y deteriorado, y una sociedad escéptica y fragmentada, se antoja que es ¿cómo gobernar?
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