os primeros tres años de este gobierno han pasado y la oposición continúa con los mismos pronósticos de inminentes desastres. Poca referencia puede hacerse a los partidos rivales, coaligados en la pasada campaña. Tampoco de cada uno de ellos en particular, a no ser la magistral autodescobijada de los protofascistas del Partido Acción Nacional. Y, con ellos, a la minúscula tribu que oye y repite las consignas de su feroz combate al inminente
comunismo. Por oposición entonces se puede entender la que forman los opinócratas que esparcen las ideas, propuestas y posturas del viejo régimen. Estos personajes, capitaneados por unos cuantos –no más de 10– de sus mejores guías inducen repeticiones a destajo y contra cada iniciativa oficial. En esta ocasión me referiré de nueva cuenta a uno solo: Luis Rubio y su artículo, publicado en Reforma el pasado domingo, por ser ilustrativo. Ahí, vuelve sobre sus fijos pasos para condenar al gobierno y, precisamente al Presidente, a cargar con los daños ocasionados que para el analista son mortales, aunque no sean inmediatos. Ni modo, eso vuelve a ser todo lo que, en definitiva, airea tan insigne orientador desde la perspectiva de un modelo concentrador con marcado tufo neoliberal. Queda así establecida la bifurcada tendencia hacia 2024: unos ensanchando beneficios ciudadanos y otros aferrados a sus dogmas e intereses.
Es ya un retornelo obligado para los opositores insistir en la ausencia de proyecto presente y futuro, a no ser, dicen, ese que se quiere implantar forzadamente. Si tal premisa de implantación es cierta, pues entonces existe uno, aunque sea operado a rajatabla. Pero no se fije la vista en ciertas contradicciones evidentes de los opositores. Lo importante es pasar a la sustancia, aunque al analista Rubio no le parezca atractivo lo que resta por delante. La más reciente evidencia apunta hacia un acabado proyecto para las mayorías que ya han dado prueba de su decidida comprensión y apoyo.
Concentraré este alegato en dos facetas del modelo distributivo y justiciero del gobierno: la salud y la seguridad. Son estos dos aspectos por demás cuestionados por los consagrados opositores y donde recargan sus catastróficas predicciones.
La primera y muy debatida vertiente tiene que ver con la salud y el combate a la pandemia. Plantarle cara al letal virus, como lo ha hecho el gobierno de los morenos, ha sido un logro de base por más crítica que se haya recibido por su tratamiento. Contagios, hospitalizaciones y muertes fueron y vinieron sin tregua por el ámbito comunicacional del país. Cualquier elemento del complejo asunto pandémico, al alcance de la que se cree muy informada cátedra, se usó para la crítica despiadada e individualizada en un funcionario cuyo pecado fue tratar de orientar al angustiado público oyente. Tal personalización en el doctor Hugo López-Gatell de todo mal, habido y por haber, ha llevado a los opositores a pensar que, con ello, se dio al traste con el monumental esfuerzo público (también privado, por cierto) para restaurar el desastroso sistema de salud heredado. Las enormes cifras de dinero empleadas tanto en el combate a la pandemia como en la restauración de instalaciones hospitalarias olvidadas, contrataciones de personal especializado faltante, instrumental y demás artículos de curación es hasta fácil de ignorar, pero imposible de contrastar con la realidad de lo ocurrido. Emplear alrededor de 70 mil millones de pesos adicionales en el sector han sido insuficientes para normalizar las apremiantes necesidades. Las enfermedades crónicas de los mexicanos, dejadas al cuidado criminal de productores de gorduras y pésima alimentación, jugaron y todavía pesan en la mortandad padecida. El aprendizaje del personal médico fue factor de peso en la débil eficacia preventiva de muertes inevitables o innecesarias. Muchas carencias adicionales salieron a flote como en aparatos adecuados (respiradores), oxígeno o laboratorios con rutinas certificadas para pruebas y la incapacidad para elaboración vacunas.
Capítulo aparte hay que dedicar al sistema de compra de medicamentos. El existente estaba permeado por galopantes como concentradas corruptelas. Deshacer tan entrampado complejo tomó precioso tiempo que hay que reponer con trabajo, organización y honestidad vigilada. Todo apunta, ahora, a una salida aceptable por eficaz y justa para los ciudadanos.
La seguridad es un renglón del quehacer público por demás sensible. Es, sin duda, la base de sustentación del andamiaje de convivencia. Se ha trabajado en ello sin descanso. A tres años de iniciado el proceso se asoman los primeros logros en cada uno de los rubros que lo componen. El que dará el basamento, sin duda, es la creación de la Guardia Nacional. Un complejo aparato de seguridad que ya puede decirse consolidado. Sus 100 mil elementos, con equipo e instalaciones extendidos en buena parte de la República, será una palanca de apoyo para pacificar al país y acabar con la impunidad del crimen.