na de las presencias más esperadas en el festival donostiarra ha sido la del cineasta italiano Paolo Sorrentino, sin duda el más célebre de su generación, quien ha venido a presentar su reciente película È stata la mano di Dio (Ha sido la mano de Dios), apenas estrenada y elogiada en el festival de Venecia. Por primera vez de visita en San Sebastián, Sorrentino también estuvo presente para sostener una conversación con el público, en la sección llamada Pensamiento y Debate.
De carácter autobiográfico, la realización se sitúa en el Nápoles de los años 80, donde el joven Fabietto (Filippo Scotti) pertenece a una gran familia que se junta para comer y echar desmadre a la italiana (el paterfamilias lo interpreta el imprescindible Toni Servillo). La primera parte de la narrativa es jocosa –y uno podría decir excesiva–, pero un hecho trágico e imprevisto, notablemente resuelto, le cambia la tonalidad a una de reflexión introspectiva. El protagonista aún virgen, si bien enamorado de su tía la ex prostituta Patrizia (Luisa Ranieri), ha decidido hacerse cineasta. Por ahí se ha mencionado a Zeffirelli, a Fellini (que hace casting en esa ciudad) y a Leone. Sin embargo, el verdadero agradecimiento es para el realizador napolitano Antonio Capuano, para mí desconocido, que se convierte en la figura tutora del joven.
Tal vez debido a la impronta personal, È stata la mano di Dio es la cinta más emotiva pero también la más indisciplinada de Sorrentino. Como que quiso decirlo todo en sus dos horas y pico de metraje. La película es un canto de amor evidente a Nápoles, pero también a Maradona (el título es una cita de su frase famosa cuando metió un gol con la mano en el mundial mexicano de 1986), a las mujeres voluptuosas, a la familia. (Curiosamente, Sorrentino evita la trampa nostálgica de llenar la pista sonora de canciones ochenteras, si bien Fabietto siempre porta un emblemático Walkman).
En la sección Nuevos Directores pudo verse la producción sudcoreana Hon-ja sa-neun sa-ram-deul (traducida al inglés como Aloners), de la debutante directora Hong Sung-eun, que se refiere a un tipo de soledad urbana muy común en nuestros tiempos.
La protagonista Jina (Gong Seung-yeon) vive pegada a su teléfono celular y es como un autómata que cumple una desgastante rutina, trabajando en un diminuto cubículo de atención a llamadas de clientes de una tarjeta de crédito, duerme y cena en su diminuto departamento, y hace forzada conversación si la situación lo requiere. Para colmo se ha distanciado de su padre viudo, a quien espía por una cámara de video conectada, por supuesto, a su celular.
Es obviamente un personaje enajenado y le llegará el inevitable momento de crisis.
Jina tendrá que hacer un cambio. Si bien la resolución es algo previsible, Hong filma la monótona existencia de su personaje sin hacernos partícipes de su tedio. Gracias a la inexpresiva actuación de Gong, hay algo fascinante en la forma en que se va abriendo una vez que se derrumba.
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