s posible sostener que todo lo que sucede hoy en la UNAM tiene una marcha perfecta? O, por el contrario ¿Es posible afirmar que la Universidad Nacional no está cumpliendo con su encargo social? Una de las grandes enseñanzas de las ciencias sociales es que las explicaciones generalizadoras y contundentes no siempre son la mejor ruta para avanzar en el conocimiento y que, para poder identificar los claroscuros de las instituciones universitarias, es menester plantear algunas precisiones analíticas.
A través de la investigación social y humanística se ha logrado comprender que la Universidad tiene una condición histórica y que es necesario reconocer ese carácter que se extiende por casi un milenio, alcanzando hasta sus precursoras medievales. Sin embargo, también es posible señalar que la Universidad es contingente y que se encuentra articulada a su tiempo y a su espacio. Es decir, que la Universidad de hoy de ninguna manera es la misma de ayer y que aquello que ocurre en un lugar no siempre puede trasladarse a otro. Asimismo, se sabe que la Universidad es crecientemente compleja y que, tanto sus actores como sus procesos y saberes se encuentran en un constante flujo que los articula, de manera inexorable, al contexto que los rodea.
En el caso de la UNAM es posible apreciar tales rasgos y en este 2021 –a más de un siglo de su fundación– se está haciendo necesario pensar a la institución de manera tal que podamos actualizar la mirada y acercarnos a su intrínseca complejidad. Nuestra universidad, ya se ha dicho, ni carece de fisuras ni es intemporal. Se trata de una institución en la que coexisten más de 400 mil mujeres y hombres agrupados en torno a disciplinas e interdisciplinas que, organizadas con base en criterios de racionalidad científica y académica, dan forma a programas específicos de docencia, investigación y difusión de la cultura.
De manera inequívoca, la Universidad Nacional ha constituido un factor crucial para la construcción de la nación formando a miles de mujeres y hombres quienes, además de ejercer sus saberes en el vasto campo del trabajo productivo y de servicios, forman parte de una ciudadanía que participa día con día en la operación del país. La comunidad universitaria, integrada por estudiantes, académicos, administrativos y directivos, así como por sus miles de egresados –incluyendo al hoy titular del Poder Ejecutivo– tiene múltiples voces y forma un conjunto múltiple y diverso. En la Universidad Nacional confluyen posiciones ideológicas diversas que muy pocas veces resultan armónicas. Sin embargo, dichas posiciones suelen ponerse en contacto a través del debate y la libre discusión sin más cortapisa que el rigor, el respeto y la consistencia académica.
También en la Universidad Nacional han cabido expresiones de resistencia y movilización opuestas a las decisiones institucionales o provenientes del poder político. Dichas expresiones, que se extienden hasta momentos tales como la autonomía de 1929, también forman parte de la Universidad. A su vez, no debe olvidarse que en las décadas recientes, la UNAM enfrentó fuertes presiones del poder. Durante las décadas de los 80 y 90 la institución padeció los embates de una política económica restrictiva que incluyó desde la pretensión de cobrar cuotas al estudiantado hasta la imposición de topes salariales, mismos que de ninguna manera reconocían el esfuerzo del profesorado universitario. Así, en términos institucionales, fueron impulsados múltiples esfuerzos para atender su problemática financiera, incluyendo procesos de evaluación que transformaron la composición salarial, aunque a la vez generaban efectos no deseados. Se trataba de un verdadero asedio del neoliberalismo económico que se imponía en la vida académica. Por supuesto, ello no ocurría de manera tersa y bajo el sometimiento de los universitarios. Una de las grandes enseñanzas de la investigación educativa y social ha sido el reconocimiento de movimientos contrahegemónicos y de resistencia que, en el caso de la UNAM, se transformaron en movimientos estudiantiles y académicos que lograron algunas de sus mayores expresiones en 1986 y 1999.
Ya en el siglo XXI la Universidad Nacional ha dado cabida a importantes expresiones de resistencia social y política. De tal suerte, acompañando al magisterio democrático de la segunda década del milenio, numerosos académicos, estudiantes y trabajadores se sumaron a la defensa de la educación pública. También hoy resulta claro que la Universidad Nacional se expresa a través de las voces y la acción de sus mujeres, así como de quienes defienden su identidad sexual. Por todo ello, pensar la UNAM es reconocer a sus múltiples actores y a sus mútiples expresiones.
Con este texto inicia una serie de artículos que buscan aproximarse a los grandes momentos de la Universidad Nacional y a la presencia de sus diversos actores en la vida del país. No se trata de referirse solamente a quienes la dirigen o a sus académicos más reconocidos, sino a la vitalidad universitaria expresada a lo largo de más de un siglo. Y no se trata de una construcción histórica cerrada, sino de una propuesta que se pone a la consideración de quienes se acerquen a estos textos. De antemano expreso mi agradecimiento a la hospitalidad de La Jornada.
* Investigador y director del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación de la UNAM