ace un siglo que se estudia el fenómeno migratorio y siempre surgen nuevas y sorpresivas modalidades. Es el caso de Haití, una migración generada por fenómenos naturales, crisis ambientales, económicas, políticas y sociales. Si bien en ese país hay una larga tradición migratoria, especialmente hacia Estados Unidos, República Dominicana, Canadá, Francia y otras naciones; el terrible terremoto de 2010, que dejó miles de muertos, devastó la pobre infraestructura existente y arrasó con miles de viviendas, fue el detonador para originar un intenso flujo migratorio con un destino diferente, hacia Brasil, Chile y Argentina.
En efecto, en 2010 el éxodo fue masivo. Muchos haitianos utilizaron la vía de Ecuador, que no requería de visa, para pasar de ahí a Perú y llegar a la frontera con Brasil que ofrecía visas humanitarias, pero también requería de mano de obra para el Mundial de Futbol y los Juegos Olímpicos. Otro grupo se dirigió a Chile, el país sudamericano con mejores salarios y con escasez de mano de obra, y otros tanto es hacia Argentina.
Pero el proceso de integración en Brasil y Chile parece no haber funcionado. En Brasil, una nación con 50 por ciento de la población negra, los haitianos eran discriminados y obtenían los peores trabajos y menores salarios que los demás. Con todo, podían llegar a ganar unos 700 dólares mensuales. Pero la crisis económica y la devaluación redujo los salarios al equivalente de 400 dólares, con lo que ya no era posible sobrevivir, pagar sus deudas y enviar remesas.
En 2016, un primer grupo, de unos 20 mil haitianos, decidió invertir sus ahorros en una nueva aventura migratoria para dirigirse hacia Estados Unidos y solicitar asilo. Es año llegaron a México cerca de 20 mil isleños y en la frontera norte se generó una crisis; no era posible atender a todos los solicitantes de asilo.
Otro grupo decidió arriesgarse y cruzar de manera subrepticia, con la esperanza de mimetizarse con la población negra que no es estigmatizada como ilegal
, como la latina. Finalmente, unos 4 mil optaron por quedarse en México, en la ciudad de Tijuana, y se incorporaron con muchas dificultades al trabajo en la maquila, la construcción y el ambulantaje. No sólo se trata de trabajar, hay que encontrar dónde vivir y es muy difícil hallar cuartos o casas en renta.
La experiencia en Chile fue complicada para los haitianos, no había vías de legalización como en Brasil y las leyes migratorias son más estrictas y complicadas para los migrantes que ingresan de manera irregular.
La acogida fue mala por parte de la sociedad, en general, acostumbrada a la llegada de bolivianos y peruanos, más cercanos culturalmente a ella, especialmente para realizar trabajo doméstico. No obstante, los empleadores, vieron con agrado la llegada de mano de obra barata para la construcción y para la agricultura, el segundo rubro sufre por escasez de trabajadores en tiempo de cosecha de frutas y verduras destinadas a la exportación. Hay trabajo temporal, aunque no existe infraestructura adecuada de vivienda y únicamente se consigue' trabajo durante la temporada, lo cual dificulta la sobrevivencia y el asentamiento.
En vez de quedarse y asentarse en un lugar de destino, sea Brasil, Chile u otra nación, grupos de haitianos se fueron movilizando en el territorio continental buscando un lugar adecuado para vivir y arraigarse. El flujo se convirtió en itinerante, como si fuera un pueblo nómada que busca el mejor lugar donde asentarse y tener las condiciones adecuadas.
Y así llegó a México, atravesando el continente, otro grupo de unos 20 mil haitianos con la esperanza de entrar a Estados Unidos o quedarse en México. Los haitianos, a diferencia de los centroamericanos, viajan en grupos de familias extensas, a los que se agregan paisanos y conocidos, estrechamente conectados por medio de las redes sociales familiares y de paisanaje, y todos comunicados vía celular y las redes sociales.
Se trata de un grupo organizado, estructurado y jerarquizado. El portazo
que dieron en el puente internacional de Ciudad Acuña y Del Río fue algo muy pensado y organizado. En vez de ir a la frontera más cercana, a Nuevo Laredo, que queda a tres horas de Monterrey, eligieron Ciudad Acuña que se ubica a 500 kilómetros y seis horas en camión. Escogieron ese lugar como punto de reunión y unas 15 mil personas llegaron a Ciudad Acuña de manera pacífica y silenciosa y esperaron un día preciso para cruzar el río juntos, en un lugar donde existía un vado y era fácil cruzar. Por otra parte, no había muro, y debajo del puente ya estaban en territorio de Estados Unidos.
Los migrantes haitianos tienen organización y recursos; muchos viajan en avión a la frontera y conocen perfectamente las regulaciones migratorias y los resquicios que tiene. Su fuerza está en que se mueven en grupos de varios miles, con familias y niños, prefieren el anonimato, algunos se hacen pasar por africanos, manejan y utilizan varios idiomas de acuerdo con las circunstancias y muchos llegaron para asentarse en México, cerca de Estados Unidos y otros esperan la oportunidad de ingresar o cruzar al otro lado.
Los migrantes haitianos son como un pueblo nómada que se mueve por el continente, como en otros tiempos, se trata de un éxodo, donde no hay retorno posible y van en busca de la tierra prometida, y merecen reconocimiento.