a canciller saliente de Alemania, Angela Merkel, advirtió ayer que la cuarta oleada de contagios en el marco de la pandemia de Covid-19 va a ser peor que todo lo que hemos visto hasta ahora
y que las restricciones a la movilidad establecidas por el gobierno de Berlín para disminuir el número de nuevas infecciones ya no son suficientes
. Tanto Merkel como su probable sucesor, Olaf Scholz, han decidido endurecer las restricciones para personas no vacunadas, que en el caso alemán suman uno de los porcentajes más altos de Europa: 32 por ciento.
Es un hecho que, a pesar de las campañas masivas de vacunación, en la mayor parte del Viejo Continente –algunas de las cuales están en una fase de terceras dosis– hay una nueva cresta de contagios, atribuible en parte a la llegada de la época fría del año pero también al elevado número de personas que han rechazado vacunarse. Con este telón de fondo, los gobiernos de los Países Bajos, Francia, Austria y Suiza, además de la propia Alemania, entre otros, han implantado medidas de restricción que van del llamado pasaporte sanitario
–certificado de vacunación con esquema completo– a la obligatoriedad de recibir la inmunización para los empleados públicos, pasando por el confinamiento forzoso para los no vacunados e incluso a la vuelta a los confinamientos generalizados para toda la población, como en diversos puntos de Francia. Existe, en todos los casos, el temor de que el nuevo desarrollo de la pandemia desemboque en colapsos hospitalarios como los que se vivieron en la primera fase epidémica, cuando los centros de salud se saturaron con enfermos graves de Covid que requerían cuidados intensivos e incluso la intubación.
Desde septiembre pasado, las acciones de mitigación se han traducido en intensas movilizaciones de rechazo en las naciones referidas, así como en una nueva alza de las corrientes seudocientíficas que, con los más dispares argumentos, impugnan las vacunas existentes y reivindican el derecho de los ciudadanos a no aplicárselas.
Se configura así el horizonte de una doble crisis: la sanitaria y la social, y se corre el riesgo de que las centenas de millones de vacunas suministradas en Europa desemboquen en un fracaso.
No deja de resultar paradójico que, en tanto que muchos países pobres de Asia, África y América Latina siguen sin disponer de los biológicos en cantidades significativas y sustanciales, importantes porciones de las sociedades europeas, que las tienen en abundancia, se rehúsen a recibirlas y que el descontento con la vacunación y los confinamientos forzosos se traduzca en movilizaciones masivas, algunas de ellas, violentas.
Tal vez una de las claves para superar esta situación se encuentre en los movimientos antivacunas que estremecieron a Inglaterra y Estados Unidos en el siglo antepasado, como las ligas Antivacunación y Contra la Vacunación Obligatoria, que en 1885 lograron convocar en Leicester a unas cien mil personas para protestar contra las leyes de vacunación obligatoria emitidas años antes, o los movimientos estadunidenses de rechazo a las inmunizaciones forzosas, que derivaron en procesos judiciales y en penas de prisión para padres y madres que se negaban a permitir que sus hijos fuesen vacunados.
Acaso la lección a extraer de tales episodios sea que las inmunizaciones, por necesarias que resulten en la lógica de la salud pública, no deben ser aplicadas mediante una coerción directa ni indirecta (como lo es el confinamiento o la reducción de movilidad de la población no vacunada) y que tiene más sentido emprender campañas educativas y contrarrestar de manera eficaz y contundente la infodemia en curso, la cual pretende atribuir a algunas variantes de las vacunas anti-Covid, o a todas ellas, efectos colaterales graves o incluso letales.