n la cultura política hegemónica las nociones sobre triunfos y fracasos, victorias y derrotas, suelen aludir a situaciones muy concretas, en general vinculadas a los objetivos finales de los actores en juego.
El concepto de victoria se aplica al amplio abanico que va del triunfo electoral hasta la toma del poder como consecuencia de un levantamiento o una guerra popular, como sucedió en 1979 en Nicaragua, y antes en muchos otros países. Sin embargo, en no pocas ocasiones se celebran victorias, digamos tácticas o puntuales, cuando se aprueban determinadas leyes o se superan dificultades importantes.
Las derrotas, en cambio, gozan de tan mala reputación, que pocas veces suelen ser asumidas por los responsables de las mismas que, por el contrario, suelen atribuirlas a factores externos fuera de su competencia.
La derrota electoral del Frente Sandinista en 1990, por seguir con el mismo ejemplo, fue tan brutal que paralizó a sus actores antes que propiciar una reflexión profunda sobre sus razones. Del mismo modo puede leerse el triunfo de la revolución rusa, en 1917 y la disolución de la Unión Soviética en 1991, que en no pocos análisis suele atribuirse a la traición
del entonces presidente Boris Yeltsin.
En este momento no es la trayectoria del sandinismo o de otras victorias/derrotas lo que me mueve a escribir estas líneas, sino algo mucho más reciente y, creo, trascendente: el desalojo de la Casa de los Pueblos, Altepelmecalli, en Puebla, por la Guardia Nacional y la policía estatal para entregarla a la multinacional Bonafont/Danone.
Si nos guiamos por la cultura política al uso, estamos ante una clara derrota de las 22 comunidades y de la organización Pueblos Unidos que impulsaron la recuperación de la planta, y ante un triunfo de los gobiernos federal y estatal. Por el contrario, la clausura de la planta, el 22 de marzo de 2021, Día Internacional del Agua, debió haber sido considerada una victoria.
Creo que las cosas son completamente diferentes. Propongo dejar de utilizar argumentos y conceptos que, siendo adecuados para reflexionar sobre los conflictos interestatales, o para quienes tienen por objetivo ocupar el Estado, no los son en absoluto para abordar las resistencias de los movimientos sociales y los pueblos en movimiento.
¿Qué sería la victoria para un pueblo originario? ¿Y la derrota? Es evidente que no se relacionan con lo que festejan, o lamentan, los políticos del sistema, y aún sus seguidores.
Los objetivos de los pueblos no tienen relación básica con agendas externas
, ya sea con los calendarios electorales, las revueltas para tomar el poder o para bajar a alguien del mismo, sino con lo más interno
y profundo de un pueblo: su sobrevivencia como tal, la persistencia de lo que hace que sigan siendo pueblos. O sea, su diferencia respecto de la cultura y los modos hegemónicos, o de arriba.
La gran derrota de un pueblo sería su desaparición como pueblo, la pérdida de territorios, lengua, modos de vivir y de relacionarse entre sus miembros y con los entornos. Claro que necesitan frenar las obras de infraestructura en curso y poner límites al saqueo. Pero no lo hacen para conseguir mayor visibilidad en los medios de arriba o más poder de negociación, sino porque la economía extractiva del saqueo los coloca en riesgo como pueblos.
Quiero insistir en que los modos de acercarnos a las resistencias de los pueblos originarios, y los abajos que resisten, implica dejar de lado la cultura hegemónica (mediática, caudillista, colonial y patriarcal) para comprender las razones y los objetivos de cada acción. El gran triunfo
del cierre del pozo de Bonafont fue que los pozos de los campesinos volvieron a llenarse de agua y que ese espacio de muerte se convirtió en espacio de vida para todos los que quieren frenar el saqueo.
Más que de triunfos o derrotas podemos hablar de pasos adelante, pasos al costado, o retrocesos, en el largo caminar de los pueblos sobre sí mismos. La resistencia de los pueblos nahuas de la región cholulteca, tiene décadas en su fase actual y siglos si seguimos el rastro de su tiempo largo.
Hacen falta otras varas para medir avances o retrocesos de los abajos: cómo está la organización, cómo están los corazones y el estado de ánimo; qué tanto participan las mujeres y las jóvenes en las actividades; siguen siendo diferentes porque respetan sus modos o se empiezan a recostar en lo mercantil y abren sus territorios a la lógica del capital.
Son éstos algunos de los aspectos que les permitirán seguir caminando, durante el tiempo que sea necesario.
En la política hegemónica, se trata de caminar en línea más o menos recta hacia un objetivo, a veces atravesando enormes sacrificios, para comenzar a descansar (así se lo imagina) cuando se llega al poder.
En la lógica de los pueblos, como ya enseñó el Viejo Antonio, se camina en redondo y nunca se deja de caminar, porque resistir y luchar no es un medio para
, sino la forma de vida elegida para seguir siendo.