En 22 días de conflicto, por el territorio de esa nación han transitado 291 mil 230 desplazados
Sábado 19 de marzo de 2022, p. 5
Budapest. Un moderno caballo de Troya derribó las murallas que Hungría levantó, no hace mucho, para evitar el paso de refugiados de las guerras en Medio Oriente. El éxodo desde Ucrania avanza hacia el oeste, consiguiendo penetrar las antes reacias barreras húngaras.
Los nuevos desplazados tienen la atención de Europa. Reciben el apoyo humanitario requerido en situaciones de crisis de esta magnitud. Cientos de miles que escapan de la guerra son recibidos con cordialidad y empatía. No es para menos, están lejos de casa, de sus arraigos y sueños. La historia documenta que en situaciones similares el accionar ha sido disímil.
En medio de la crisis humanitaria en Europa del Este, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) señaló que todos los desplazados, sin importar de dónde provengan, merecen igual atención y apoyo.
Para nosotros, cada vida es preciosa y todos merecen la paz
, dijo Duniya Aslam Khan, oficial de prensa de esa agencia.
Remarcó que Ucrania representa la crisis de más rápido crecimiento de refugiados del mundo; Afganistán, la más prolongada (cinco décadas con aún 2.7 millones de desplazados fuera del país y 2.6 en el interior), y Yemen, una de las peores crisis humanitarias.
En los puntos fronterizos húngaro-ucranios, pero sobre todo en la estación de trenes Keleti, en Budapest, se escenifica el radical cambio de posición en la política de acogida de Hungría. Al descender del ferrocarril en esta capital, los refugiados ucranios encuentran la solidaridad que han recibido en otras naciones durante su travesía.
Al cruzar la frontera –con Ucrania o a través de naciones vecinas como Moldavia, Polonia y Rumania– y dentro del edificio que resguarda la terminal ferroviaria, se dispusieron operativos para atender a los desplazados.
Esa solidaridad no fue la característica ante crisis similares en otros momentos. Entre 2015 y 2016, los medios documentaron la posición en esta región del mundo en torno a la diáspora de iraquíes, afganos y, sobre todo, sirios, para quienes las fronteras eran impenetrables pese a que –como hoy lo hacen los ucranios– huían de la guerra.
El régimen ultranacionalista húngaro del primer ministro Viktor Orbán –aún en el poder– protagonizó en esos años el rol de contención de miles de personas que atravesaban, por mar y tierra, cientos de kilómetros con la esperanza de llegar a zonas de paz, en busca de una nueva oportunidad.
Orbán construyó una valla al sur de Hungría para detener la llegada de los refugiados de Medio Oriente y calificó a los migrantes musulmanes de ejército invasor
, además de vincularlos con el terrorismo.
La tensión llegó al máximo en septiembre de 2015. La policía húngara cerró la estación de trenes y suspendió los viajes a Alemania y Austria, a donde buscaban ir los desplazados de entonces, mismas naciones a las que desean llegar los que huyen de Ucrania.
El cierre del histórico edificio diseñado a finales del siglo XIX por Gyula Rochilitz y János Feketeházy causó que cientos de sirios acamparan afuera en condiciones infrahumanas. Se estimaban 2 mil ingresos diarios de desplazados a territorio húngaro.
En aquella crisis, una escena dio la vuelta al mundo: la periodista húngara Petra Lázló fue captada cuando pateó a una niña migrante y zancadilló a un hombre que cargaba a su hijo mientras decenas intentaban cruzar la frontera húngaro-serbia.
Giro de 180 grados
Hoy, la sociedad civil húngara –que se movilizó en la crisis de 2015– se volcó de nuevo para ayudar a los desplazados con donaciones, acogiéndolos en sus casas, escuelas y centros municipales. Voluntarios reparten comida, medicamentos y otros enseres; otros atienden y juegan con los niños y, los que hablan ucranio o ruso, se mueven estratégicamente por la estación para orientarlos sobre las corridas de tren o autobús hacia Alemania o Austria –los destinos más solicitados–, opciones de alojamiento y las posibilidades que ha abierto Hungría de brindar asilo temporal.
Los desplazados que reaccionan con mayor velocidad y pericia suelen ser los primeros en las largas filas que se forman en torno a las taquillas. En cada convoy arriban cientos y al día se calcula que la cifra rebasa 3 mil llegadas.
La mayoría desea seguir el camino. La urgencia no permite una pausa. Acompañados por voluntarios o policías se deslizan a través del caos en la terminal ferroviaria. La demanda es tan alta que deben esperar horas, incluso uno o dos días para abordar.
En la estación, la ayuda oficial difiere. El color de piel o el físico genera recelo en la policía húngara. De un tren procedente de Rumania descienden unas 20 personas, muchos de ellos niños. No parecen ucranios y eso alerta a los agentes, que los interceptan. Como lo hicieron al cruzar la frontera, una vez más esta familia debe mostrar sus documentos y acreditar que residía en Ucrania y huye de la guerra.
En otro extremo, una familia albana busca apoyo por todos los medios. La abuela se sienta en un rincón, sobre el piso. Junto a ella, permanecen seis niños, el más pequeño en brazos de su hermana mayor de no más de 10 años. El padre corre por los pasillos en busca de orientación. En la mirada de los seis pequeños se nota desconcierto mientras su vieja llora. A señas –un brazo detrás del otro en posición de disparo– intenta explicar que salieron de la guerra.
Frente al éxodo ucranio, Hungría transmutó de muro a puente. En 22 días de la invasión rusa a Ucrania, esta nación ha recibido y visto transitar por su territorio a 291 mil 230 desplazados.