Cuando Japhet Amador sacudió el bat en la segunda entrada, sólo deseaba que la pelota volará sobre la barda del estadio. Era domingo y cinco días atrás había pegado el jonrón 199 con la franela de los Diablos Rojos del México. Desde entonces su cabeza estaba ocupada con esa obsesión colectiva, porque era una hazaña que esperaba toda una afición. Sólo dos escarlatas históricos habían alcanzado antes la cifra de 200 bambinazos con el equipo.

Esa jornada de doble cartelera obligada por la lluvia de los días previos, El gigante de Mulegé no estaba cómodo. Se sen-tía sin ritmo para saldar su deuda en la caja de bateo ante los Mariachis de Guadalajara. El palazo rotundo y memorable no llegaría en ese partido y lo sabía.

Era mucha presión. Lo busqué desde el primer juego, pero la verdad es que me sentía con demasiada ansiedad. Sabía que no iba a llegar, relata.

Los escarlatas ganaron, pero Amador no consiguió el esquivo vuelacercas. Todos se retiraron al vestidor del estadio Alfredo Harp Helú a la espera del segundo juego. Ahí el bateador descargó el estrés, habló con el equipo y se preparó para cumplir su historia.

Segunda entrada y sin carreras. Amador preparó el golpe al lanzamiento del pítcher de Mariachis, Elvis Araujo. Sonó el tablazo. Los aficionados tienen el oído educado y ya sabían que ese podía ser el esperado batazo. El gigante de Mulegé sólo miró.

Lo único que deseaba era que la pelota se fuera. Afortunadamente salió el batazo y después de eso me sentí mucho más relajado. Me saqué de la cabeza ese jonrón, contó Amador.