n el siglo XX tres décadas marcaron la historia del continente, también el desarrollo, expansión y trasformación de las ciencias sociales latinoamericanas. Fueron tiempos de revoluciones triunfantes, invasiones, guerra sucia, golpes de Estado cívico-militares, unidos a una propuesta neoliberal. De los años 50 a los 80 América Latina vive en una montaña rusa. Eso se reflejará en sus ciencias sociales. De la euforia de la década de los 60 e inicios de la de los 70, a una sensación de derrota tras la caída del Muro de Berlín. Sometidas a un estrés derivado de la guerra fría, los textos anticomunistas y una sociología ad hoc inundaron las aulas universitarias. Su influencia en América Latina corre en paralelo a la publicación del libro Las etapas del crecimiento económico: Un manifiesto no comunista, de W.W. Rostow (1960).
Tres décadas en las cuales los estudios latinoamericanos marcaron la agenda académica e investigación. Con patrocinio de la Unesco, en 1957 se crea la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) y el Centro Latinoamericano de Investigaciones, con sede en Brasil. En 1961 Raúl Prebisch, secretario ejecutivo de la Cepal, encarga al sociólogo José Medina Echavarría, exiliado español, armar el Instituto Latinoamericano de Planeación Económica y Social (Ilpes), y en 1967, bajo la dirección de Aldo Ferrer, se funda el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales. Los centros de estudios de la realidad latinoamericana se generalizan en las universidades de la región. La Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS) toma fuerza. Sus congresos son una convocatoria abierta. Los debates no dejan indiferentes. En su interior, se cruzan las tradiciones de las ciencias sociales y el pensamiento propio latinoamericano. Desde la sociología de la modernización hasta el marxismo latinoamericano. Sus presidentes atestiguan esta afirmación. Rafael Caldera, Aníbal Quijano, Pablo González Casanova, Manuel Diegues Jr, Guillermo Briones, Daniel Camacho, Agustín Cueva, Marco Gandásegui, Denis Maldonado, Theotonio dos Santos, Gerónimo de Sierra, Luis Suárez, Heinz Sonntag y Emir Sader. Pero no será hasta su 20 Congreso, celebrado en México en 1995, cuando ALAS elige por primera vez a una mujer como su presidenta, Raquel Sosa. Pasarían otros 20 años para el siguiente caso, en el 30 Congreso, 2015, donde la presidencia de ALAS recayó en la costarricense Nora Garita. En 2017 tomó el relevo la uruguaya Ana Rivoir.
Flacso e Ilpes serán una escuela de cuadros académicos, políticos e investigadores, cuyo protagonismo en labores de gobierno será relevante. En este periodo la sociología latinoamericana genera su propio marco teórico y consolida su presencia internacional. Aquí, algunos textos relevantes del periodo: Pablo González Casanova (1963) La democracia en México; Siete tesis equivocadas sobre América Latina, Rodolfo Stavenhagen (1965); André Gunder Frank (1966) El desarrollo del subdesarrollo; Orlando Fals Borda (1967) Subversión y cambio social; Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto (1969) Dependencia y desarrollo en América Latina. Sergio Bagú (1970): Tiempo, realidad social y conocimiento; Darcy Ribeiro (1971) El dilema de América Latina: Estructuras de poder y fuerzas insurgentes; Antonio García (1972) Atraso y dependencia en América Latina. Hacia una teoría latinoamericana del desarrollo; Theotonio dos Santos (1972) Socialismo o fascismo: El nuevo carácter de la dependencia en América Latina. Ruy Mauro Marini (1973) La dialéctica de la dependencia; Vania Bambirra (1974) El capitalismo dependiente latinoamericano; Agustín Cueva (1977) El desarrollo del capitalismo en América Latina. Seguramente, su ensayo cierra una etapa: la búsqueda de una explicación global al desarrollo de las estructuras sociales y de poder latinoamericanas. Lo que Cueva denominó la vía oligárquica del desarrollo del capitalismo. En contrapartida, Gino Germani (1967) América Latina: Política y sociedad en una época en transición será el exponente más destacado de la autodenominada sociología científica, neutral valorativa. El golpe de Estado contra el gobierno de Salvador Allende, Chile 1973, marcará un antes y un después. El 11 Congreso de ALAS, llevado a cabo en Costa Rica (1974), daría cuenta de ello. Las ponencias compiladas por Daniel Camacho en la editorial Educa, Debates sobre la teoría de la dependencia y la sociología latinoamericana, expresan la ruptura. El pensamiento crítico latinoamericano se fractura. Ello tendrá repercusiones en ALAS y consecuencias en la sociología latinoamericana.
En las dos últimas décadas del siglo XX la crítica al pensamiento marxiano se generaliza. Las ciencias sociales se reacomodan en el mercado. Las instituciones privadas dictan la agenda. Los universitarios producen para sus carreras académicas. Muchas investigaciones serán irrelevantes, otras tendrán como finalidad el control social, centrándose en las dinámicas de los movimientos sociales para desarticularlos, en la gobernabilidad o la democracia para limar sus aristas. El Plan Camelot derivado a las universidades, ahora con la complicidad de la sociología institucional. ALAS se verá afectada por esta dinámica perversa. Hoy, dos corrientes cohabitan en su interior; una ligada a los centros hegemónicos del saber eurocéntrico y otra articulada a la tradición del pensamiento crítico latinoamericano. Comprometida, subversiva e irreverente con el poder. Hoy, en tiempos de la colonialidad del saber, el 33 Congreso de ALAS debe repensar qué camino tomar. Las nuevas generaciones de científicos sociales latinoamericanos deben ser conscientes de esta lucha teórica y política. En tiempos del capitalismo digital, el cambio climático y los tambores de guerra alentados por Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) dibujan un escenario complejo. En esta coyuntura, es necesario arriesgarse, recuperar y recrear lo más valido del pensamiento clásico latinoamericano, única opción para construir una alternativa emancipadora presente en la tradición humanista. Pensar para ganar, no sólo para resistir. Ese es el mensaje que lanzó no hace mucho Pablo González Casanova, hagámoslo realidad.