l Presidente anunció hace poco, que enviaría al Congreso un proyecto de reformas a la Constitución para que la Guardia Nacional, impulsada por él, pasara a depender de la Secretaría de la Defensa Nacional. A bote pronto, legisladores de oposición, sin dar alguna razón, sin aguardar al debate, declararon que no votarían por esa propuesta, a sabiendas de que sin su voto no pasaría. Reformar la Constitución requiere mayoría calificada.
Ya habían advertido que ningún proyecto de López Obrador, el que fuera, contaría con su aprobación. Ignoraron el proceso parlamentario que exige un debate e intercambio de razonamientos, antes de la decisión y olvidaron que cada legislador, en conciencia y oyendo pros y contras, debe votar libremente.
El Presidente, dijo entonces, que, para lograr su propósito, emitiría un decreto personal. Peor –dijeron sus críticos–, estará entonces violando la Constitución y redondeará la militarización del país; entonces, tronándose los dedos, angustiándose, arguyeron: Ahora sí estamos en una dictadura y seremos otra Venezuela
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Recordaron que en tiempo de paz los soldados deben estar en sus cuarteles, de los que no pueden salir sino a pelear con el enemigo, dispuestos a matar o morir. Lo que propone este Presidente es militarizar al país, para no sé que designios malignos.
Hago un paréntesis. Un par de viejos amigos, hace ya años, discutieron un buen rato, yo sólo fui testigo, sobre el trabajo de los militares, uno de ellos, además de capitán primero, era licenciado en derecho, el otro era el ingenioso e inteligente (ya no está en este mundo) Eduardo Martínez de la Vega, autor de unos cuentos para contadores que debieran conocerse más.
Eduardo argüía que los soldados eran unos parásitos, que no hacían nada bueno ni útil para nadie, ni para ellos mismos. El capitán jurista, algo amoscado, alegó que los militares son muy trabajadores, no paran; en la madrugada, antes de que salga el sol, se paran de la cama al toque del clarín, se asean a toda prisa, sacan brillo a sus botas, cepillan sus uniformes y apresurados, no sin antes dejar tendidos sus camastros, salen al patio a formarse.
De ahí en adelante, decía el capitán, no paran ni un momento, marchan, hacen ejercicio, saludan a la bandera, van al rancho
, vuelven a la formación, obedecen a sus superiores y así todo el día, hasta la hora de dormir, a la que llama otro sonoro toque. Eduardo, sacaba de sus casillas a su interlocutor, preguntando socarrón para qué servía a la patria todo eso, si no había guerra, ni asonada, ni siquiera un motín.
Ambos, pienso, tenían algo de razón, como casi siempre sucede.
Es que uno de ellos pensaba en el Ejército del siglo XIX; aguerrido y defensor con variada suerte, del territorio y soberanía, un año si y otro también; españoles, franceses, ingleses, estadunidenses, nos invadieron y el pueblo armado, convertido en Ejército Mexicano, se batió constantemente, por la patria; Eduardo pensaba en el Ejército de mediados del siglo XX.
Todavía poco antes de la Segunda Guerra Mundial, Cárdenas armó a campesinos y obreros y luego, Ávila Camacho creó la reserva y organizó el Servicio Militar Obligatorio, para quienes cumpliéramos 18 años.
Después no ha habido guerras y el tiempo corrió, cambiaron costumbres y modelos. ¿Por qué, entonces, se rasgan las vestiduras? El Ejército se está convirtiendo en algo diferente a aquel otro, heroico y sacrificado, ahora, conserva las mismas cualidades, pero en tanto hay paz, se ocupa de actividades benéficas para todos.
Durante años, no tan lejanos, el Ejército o se aburría en sus cuarteles o salía a enfrentarse a su propio pueblo, a manifestantes diversos, a estudiantes, a maestros de la CNTE.
Veamos con buenos ojos el cambio; el Ejército sigue entrenándose para defender la patria, su honor, su integridad, su soberanía. Para eso está. Pero qué bueno que tenga el plan DN-III para salvar vidas y bienes, y ahora construya aeropuertos y caminos; ¿por qué nos asombra que use su entrenamiento y su disciplina para vigilar instalaciones de Pemex, para tender vías, para apoyar la vacunación y rescatar mineros?
La Guardia Nacional tomó sus primeros elementos, no de soldados entrenados para abatir al enemigo, sino de policías, de la Marina y de la Defensa, entrenados para investigar, preservar pruebas y lugar de los hechos y cumplir órdenes de los jueces. Son militares, pero también investigadores, peritos y guardianes del orden y ahora, en sus cursos de capacitación, además del manejo de las armas, aprenden derechos humanos y equidad de género.
Vamos bien. ¿Por qué aferrarse al pasado y pensar en un Ejército del siglo XIX, si estamos en el XXI. ¿Por qué querer volver al Ejército represor de Tlatelolco, si estamos abriendo camino a uno nuevo, constructor, solidario y cercano a la gente? No se trata de militarizar al país, se trata de hacer civil y popular al Ejército.