La tragedia de El Pinabete // Deshumanizada actitud de los propietarios // Comparativo en gasto para el sueldo de un desventurado minero
s pleno mediodía del domingo 21 de agosto, cuando acogotado por una soterrada angustia, por un desasosiego del que no puedo liberarme desde hace ya casi dos semanas, escribo por vez primera el fatídico nombre: El Pinabete. Seguramente mi ignorancia es compartida por millares de personas en nuestro país y fuera de él que jamás habían escuchado el nombre de ese fatídico socavón en el que se hallan enterrados durante todo este angustioso tiempo un puñado de parias a los que sepultó, por una parte, la ambición enfermiza, patológica y totalmente deshumanizada de los sedicentes propietarios de las minas que constitucionalmente no lo son. Y, por la otra, la miseria más angustiosa y lacerante, es decir, la que se comparte con los padres enfermos y acabados tempranamente, porque también ellos murieron sus vidas
bajo tierra. Y las compañeras, que son mucho más que esposas, amantes o concubinas (no se olvide que compañeros son los que han compartido el pan). Esas mujeres para quienes la llamada doble jornada
sería una bendición. ¿Y la prole?, que rara vez es menor de tres vástagos.
En estas familias, que se reproducen ya sentenciadas a cadena perpetua
, la adolescencia y la juventud no existen: entran a la pubertad y a la boca de la mina al mismo tiempo. Y, ¿saben ustedes cuál es el salario mensual promedio de estos desventurados? (pocas veces es tan acertado el adjetivo para estos mexicanos que, según un creíble lexicón, significa desventura, gran dolor y sufrimiento). Pues no sólo les doy el dato, sino un comparativo para que la comprensión sea más sencilla. Veamos: el salario promedio en la región minera de Sabinas, Coahuila, es de 10 mil 500 pesos al mes. Con esta cantidad deben solventar, como dicen cristianas jaculatorias, casa, vestido y sustento para cinco, ocho o 10 personas por el periodo de 30 días. Comparativo: el mes pasado, el restaurante llamado La Table Krug, ubicado dentro del hotel no de míseras cinco estrellas, sino de una completa constelación, me refiero al St. Regis, convocó a su reunión anual de 12 comensales que debían pagar 10 mil 500 pesos por cubierto (¡vaya exclusividad!). El recinto, ofreció esa noche un menú de siete tiempos. A saber (abreviadas las descripciones no sólo por espacio, sino porque antes de la mitad ya estaría yo en El Venadito ordenando (generalmente ruego) mis taquitos de maciza, cuerito, chiquitas y chicharrón. 1 Paisaje marino: chicharrón de arroz, pan de gambas, polvo de mejillón. 2 A qué sabe el flamenco: atún y besugo con salsa de rosas y azafrán. 3 Empanadas de escamol (¡faltaba más! ¿Que no estamos en México?). 4 Pulpo & erizo: cerveza oscura y emulsión de hojas picantes, acelgas y erizo. 5 A qué sabe la guerra (información exclusiva de su corresponsal en Ucrania): cordero confitado, hongos de lluvia (no de los actuales diluvios) y naan relleno de quesos ahumados. Me salto los postres porque sólo de leerlos ya se me subió el azúcar. Conclusión: el gasto (ojo, sin bebidas) de esa maravillosa reunión de 12 bocas y 24 nalgas por unas cuantas horas de aburrición y petulancia representan un año de una modestísima vida de cualquiera de los mexicanos (y sus familias), aún sepultos en el maldecido socavón mal llamado Pinabete. Tengo mucho más que contar de esos recios, ejemplares, hombres y mujeres que subsisten en la región minera de Coahuila, pero por ahora destino los escuálidos renglones que me restan para anunciar mi determinación de disentir, públicamente, de una decisión tomada recientemente por el señor presidente López Obrador. En la próxima comparecencia ante ustedes de la columneta se explicarán las razones de su radical pero muy racional postura y llegará al extremo de solicitar al primer magistrado una reconsideración del asunto que, pareciendo trivial, tiene significado y trascendencia mayores. La columneta, fraterna y lealmente expondrá sus razones.
Twitter: @ortiztejeda