Opinión
Ver día anteriorJueves 25 de agosto de 2022Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La tienda de don Pepe
A

veces era sólo por el gusto de escuchar una voz amable en torno a cualquier cosa. Don Pepe estaba siempre de buen talante y presto a vender sus mercancías: una lata, un pepino, harina, leche o refrescos con el mismo ánimo con que alguien vende un caballo o un automóvil. Y, por supuesto, a comunicar o escuchar alguna noticia o conseja.

Ese trato humano de don Pepe o su esposa entrañaba llevar el complemento de la provisión semanal en el súper sin tener que pagarlo porque se había olvidado la billetera en el otro pantalón donde tampoco había dinero. La clientela recibíamos los favores de ese matrimonio de buenos comerciantes en los que la venta era una extensión del afecto familiar o de la amistad. Disposición, flexibilidad, buenos modos.

Un día apareció, a 50 pasos de la tienda de don Pepe, un Oxxo. Mal augurio. No pasó mucho tiempo sin que aquel pequeño y grato comercio y sus dueños desaparecieran del breve paisaje urbano de nuestro barrio al poniente de la ciudad.

Ahora el diseño de las llamadas tiendas de conveniencia con el nombre de Oxxo se reitera por todo el Monterrey metropolitano, por todo el estado, por todo el país. Su presencia es tan penetrante como codiciosa su voluntad de aumentar las utilidades de unos dueños que nadie ve, con quien nadie trata salvo sus pares en lugares exclusivos y excluyentes. Ejemplo: la acción del Club Campestre, que es uno de sus preferidos, puede valer en dólares el equivalente a 100 mil pesos. Puede adquirirla no sólo quien tenga esa cantidad, sino quien reúna ciertas características sociales.

La oh competitividad le ha llevado a los Oxxo a expender tacos. Con ello, a expulsar del mercado a los pequeños expendedores de la típica comida. La compulsión de vender; el animus de aumentar las utilidades de la controladora (Femsa) provenientes de una cadena que integra ya casi 20 mil expendios.

Quien entra a un Oxxo se encontrará con servicios comerciales y bancarios (compra de comestibles, bebidas, desde luego las cervezas producidas por Heineken de la que la antigua Cervecería Cuauhtémoc-Moctezuma vino a ser una de sus subsidiarias; adminículos electrónicos, formas para hacer depósitos a cuentas bancarias, pago de electricidad, gas, agua). Y con un personal anónimo para el cual el cliente no es sino algo similar: una acción en la máquina registradora. Nada qué ver con el cliente tradicional, que acumulaba crédito y credibilidad a los ojos de quienes lo atendían de manera personalizada. Los compradores ni siquiera pueden tener acceso a un baño, algo que pudiera esperarse de una firma comercial de grandes alcances, de la exigencia sanitaria del gobierno o de un gesto de conmiseración en términos de caridad cristiana (sus dueños profesan el credo católico).

Con las grandes cadenas de tiendas, ya sea en su concepción macro (Walmart, HEB, Soriana, Chedraui), o en la de las tiendas a la vuelta de la esquina, el pequeño comercio se empezó a reducir y a quedar desplazado. Con ello se restó potencial a este comercio y a las necesidades del consumidor.

Ambos tipos de tienda restaron al pequeño comercio competencia y a su clientela la posibilidad de mantener un trato comercial definido por la confianza mutua entre ella y los responsables del establecimiento. Esta relación entre la tienda del barrio y su clientela se tornaba en un diálogo donde la frecuencia creaba relaciones que humanizaban el intercambio. El cliente encontraba entre quienes lo atendían –generalmente sus dueños–, no sólo el detalle de lo que buscaban, sino la atención amable y a menudo cierto crédito cuando no tenía manera de cubrir el importe de las mercancías que requería.

El comercio de venta al menudeo, que se beneficia de la economía a gran escala por cuanto a la adquisición de las mercancías expendidas, debilitó, y aun extinguió, tanto al pequeño comercio como al cliente que busca una relación humana, de comprensión ante la automatización que parece contagiar a los empleados de su modus operandi.

Los efectos nocivos del comercio en grandes tiendas y en las de conveniencia, que operan en cadena, se profundizaron, no sólo desde el punto de vista comercial para los pequeños empresarios, sino desde la óptica social y humana. El gran público quedó excluido de los beneficios que le aportaba el pequeño comercio tradicional –y que le sigue aportando a diversos sectores sociales– por el hecho simple de que esos establecimientos suelen conseguir cierto grado de identificación con la colonia o con el barrio.

Ese modo de comerciar implicaba e im­plica una práctica positiva para ambos ac­tores de la compraventa donde resultaba, a veces tras el típico regateo, más cómodo para el cliente la compra de los artículos adquiridos, tanto por el precio como por el trato.

La mala noticia es que no ha habido inversionistas creativos que sepan combinar las bondades de tiendas como la de don Pepe con las ventajas modernas de presentación, almacenamiento y venta de las mercancías.