l fallido magnicidio de Cristina Fernández de Kirchner exhibe de modo dramático el grado de descomposición política alcanzado en Argentina a resultas de la permanente campaña de odio desatada por los partidos y diversos medios de comunicación de derecha contra la vicepresidenta, los personajes cercanos a ella y toda persona que comulgue con la izquierda o el progresismo.
Como se ha resaltado en las últimas horas, quizás el hombre que intentó disparar contra la ex mandataria actuó por cuenta propia y no pertenecía a ninguna agrupación, pero es tan erróneo como engañoso tratar de presentarlo como un desequilibrado
que salió de la nada, movido por nada más que sus impulsos irracionales. Por el contrario, el frustrado magnicida encarna la culminación de la violencia contra Cristina, ejercida o alentada desde los grandes conglomerados de medios, los gobiernos locales de oposición, las tribunas legislativas, las redes sociales y todo espacio en el que la derecha encuentra cajas de resonancia.
Si se llegó a este extremo, es sólo porque durante años se han normalizado acciones y discursos no contra las ideas de la líder peronista, lo cual sería corriente en una democracia, sino contra su propia vida e integridad. Desde la implacable persecución judicial que busca ponerla tras las rejas sin prueba alguna de los presuntos ilícitos de que se le acusa, pasando por los llamados de legisladores a imponerle la pena de muerte, el uso de símbolos como guillotinas o bolsas que semejan a las empleadas en el manejo de cadáveres con su nombre escrito en ellas en las manifestaciones antigubernamentales, y hasta facilitar que grupos radicales apedreen la oficina donde se encuentra, son todos ejemplos de la creación de un ambiente en el que la vida de la vicepresidenta es vista como un objetivo legítimo por sectores de la derecha.
Ya se sabe que quien intentó asesinar a Cristina Fernández era seguidor de páginas neonazis en redes sociales, había participado en programas de televisión en los cuales criticaba los programas sociales implementados por el peronismo desde los tiempos del fallecido presidente Néstor Kirchner, y se jactaba de su odio hacia esta familia de políticos. Si bien su participación en los medios no sugiere complicidad o implicación de los mismos en el atentado, es muy indicativa del clima que prevalece en muchos de ellos, que han dejado de lado cualquier misión informativa para poner sus tribunas al servicio de un linchamiento mediático, semejante al que ha antecedido a golpes o tentativas de golpes de Estado recientes en Bolivia, Brasil, Ecuador o Venezuela, y no muy distinto del que se ha emprendido en nuestro propio país durante el presente sexenio, cuando se han publicado llamados a matar a los simpatizantes del partido gobernante.
Las reacciones de funcionarios y legisladores derechistas dejan ver que no tienen ninguna disposición a rectificar pese a la gravedad de lo ocurrido el jueves y que, por el contrario, están decididos a llevar más lejos su glorificación de la violencia. Por el bien de todos los argentinos, cabe desear que las mayorías den la espalda a políticos carentes de escrúpulos y que los ciudadanos sepan encontrar un cauce pacífico a sus diferencias.