l querido embajador Jorge Eduardo Navarrete nos advierte contra el peligro, ¿el pecado?, de la reiteración, pero, indulgencias aparte, es el propio mundo el que en su deambular parece haber caído en una circularidad enajenante.
No sólo hemos vuelto a vernos frente a frente
con la inflación y el fantasma de una recesión, sino que los bancos centrales parecen haber entrado en coalición armada contra el crecimiento e incurren, ellos sí, en una reiteración no sólo cansina sino corrosiva en su receta destructiva: no hay más remedio contra la inflación que poner freno a la dinámica económica. Y si esto nos lleva a una recesión, pues que este ricino sea bienvenido.
Inflación y recesión son los espectros del mundo en esta nueva fase de su globalización. Esta última, por cierto, en vez de girar sobre su propio eje, auspicia desplazamientos que no por serlo son portadores de buenas nuevas. Negar su circularidad y pretender abrirse camino desde unas coordenadas nacionales y nacionalistas más que difusas no puede sino llevarnos a desencuentros mayores donde se mezclen el litigio comercial, que es en realidad estructural por lo energético, con reclamos guardados, pero no olvidados, de nuestros vecinos y socios debido a nuestra equívoca conducta ante Rusia y su criminal invasión, Ucrania y demás.
Lo cierto es que estos episodios ocurridos o por ocurrir pueden ser leídos como repeticiones que podrían llevarnos a emular a Cortázar y gritar, eso ya lo leí (toqué) mañana
. No se necesita oír a Charlie Parker para apropiarnos de su personaje; en todo caso, baste con buscar entre los libreros perdidos y de la perdición aquella célebre colección de relatos del gran argentino para refrescar nuestra aporreada memoria.
Con reiteraciones topamos, pues, pero no podemos evadirlas. Frente a esa nefasta complicidad de inflaciones rejegas y recesiones acosadoras no sobra reiterar que esta inflación no es, en lo principal, de demanda sino de oferta, escasa e inelástica, en buena medida asociada a los vericuetos de una globalización, por decir lo menos, inconclusa. Y, en lo tocante a la recesión que no pocos califican ya como deflación, debe reiterarse que no cayó del cielo como penitencia del Señor, sino que es el fruto, por empecinado, envenenado, de unas decisiones políticas erróneas y reiterativas crecientemente nocivas para la máquina económica en su conjunto.
El Estado, embrocando los gobiernos de la alternancia sin excepción, se embarcó en una cruzada estabilizadora que no ve más equilibrios que los fiscales y nos llevó a un pantano de cuasiestancamiento que ha corroído estructuras productivas y sociales hasta llegar a los tuétanos del carácter social donde se teje y desteje la ruptura de la cohesión y las jerarquías son puestas en entredicho por el menos bragado.
Hablamos no sólo de relaciones añejas alojadas en lo profundo de la economía política sino de una cuestión de poder y de gobierno que la transición a la democracia no ha querido encarar de frente y a fondo. Rumbo a lo que podría ser un encontronazo mayor con nuestros socios en el TME-C, es urgente dirimir, mediante la mejor de las deliberaciones a nuestro alcance, si alguna, sobre la mejor opción de una especie de gobierno de emergencia de la economía que pueda atreverse a salir al paso a las bullentes tendencias a la salida
que diría Hirschman, prestas a traducirse en abierta deslealtad.
Y no al gobierno, que vaya que tiene que lidiar con fugados y desleales, sino con el Estado y el sistema político donde ha podido encontrar asiento lo que nos queda de posibilidades de una estabilidad que no dañe las capacidades productivas ni ponga contra la pared lo poco que anda por ahí de voluntad política para el desarrollo.
Por lo pronto despido a mi querido amigo y colega Jorge Eduardo de estas páginas, y le reitero mis mejores deseos para él y los suyos.