En juego, la suerte de millones
n pocas horas se efectuará una de las más trascendentes elecciones en Estados Unidos en el último cuarto de siglo, porque estarán en juego la agenda progresista del presidente Biden y la del Partido Demócrata, que él representa. La Cámara de Representantes en su totalidad, la tercera parte del Senado y los gobiernos de algunos estados se renovarán. En caso de que ese partido gane la mayoría de alguna de las dos cámaras, el programa de gobierno de Biden muy probablemente quedará en el limbo. Lo más importante es que la democracia, como tradicionalmente la han entendido los estadunidenses, podría sufrir una seria regresión.
La mitad de los candidatos que postuló el Partido Republicano han llegado a esta elección con el apoyo de Trump y con él, después de dos años, continúan insistiendo sin pruebas en que Biden llegó a la Casa Blanca por una votación fraudulenta. Con ese escenario, no sería extraño que, de triunfar, iniciaran juicios e investigaciones contra los funcionarios que, con todos los elementos necesarios, certificaron la elección, lo que podría crear las bases para una controversia constitucional cuyas consecuencias nadie se atreve a pronosticar. Otra cuestión no del todo descartable es que en un Congreso de mayoría republicana se pudieran sentar las bases para que Trump regresara a la presidencia en la próxima votación.
Hasta ayer, había gran incertidumbre sobre cuáles senadores en por lo menos cuatro estados triunfarían y a la postre determinarán la mayoría en el Senado. Aunque hay grandes posibilidades de que la Cámara de Representantes quedará en manos de los republicanos, no se descarta una sorpresa. La economía vuelve a ser el centro del desenlace. No es muy difícil entender por qué el electorado ha reaccionado contra el gobierno, por su incapacidad
para resolver la carestía. No se le puede exigir que entienda que en esta coyuntura el gobierno no es directamente responsable de algo que afecta al planeta entero; ha intentado superar la grave carestía, pese a los obstáculos de los legisladores conservadores. Un Congreso de republicanos tampoco lo arreglará y probablemente lo agravará en perjuicio de las mayorías más desprotegidas.