El peor de todos nuestros problemas
n fuerte contraste entre la solidez de los regímenes latinoamericanos está en la forma como éstos estructuran constitucionalmente al Poder Ejecutivo debido a las peculiaridades políticas de cada régimen. Varios sistemas otorgan un poder excesivo al Legislativo, al grado de permitir que éste intente tantas veces como considere indispensable destituir al Poder Ejecutivo. Esto no sólo contraviene el sabio consejo de Simón Bolívar, de consolidar al Poder Ejecutivo, sobretodo en los regímenes que se producen después de largos periodos autoritarios. Por razones estrictamente históricas, sin ningún mérito de nuestra parte, el régimen mexicano ha logrado una clara permanencia y solidez del Poder Ejecutivo, a tal punto que puede considerarse el único en un vasto continente marcado por los golpes de Estado y los abusos.
No podemos estar seguros de cuánto más durará esta larga tregua institucional, pero lo que se logra ver hacia el futuro es que a pesar de haber crecido en forma notable, la oposición en México carece de intención y fuerza de un programa y de un personaje o conjunto de personajes que puedan representar un peligro de inestabilidad.
México no ha sido hasta hoy ejemplo institucional. Cuando he preguntado a mis alumnos de la licenciatura de derecho en la UNAM cuál es el peor problema de México, en una forma prácticamente unánime han contestado que es la corrupción o, dicho en otra forma, la impunidad. También han apuntado que la diferencia en las clases y castas sociales es fruto de esa corrupción, y no hay duda de que este criterio es compartido por todas las generaciones mexicanas, desde las que se vieron involucradas en lo que llamamos Revolución hasta las más recientes.
La actual generación repudia la descomposición social y los abusos de los poderosos, y el actual gobierno considera, como mis alumnos, que el peor de todos nuestros problemas es la corrupción. Se han tomado algunas medidas importantes para disminuir este fenómeno, pero estamos muy lejos de haberlo superado. Será hasta el final de este sexenio cuando podamos hacer un arqueo suficiente como para saber qué avances o retrocesos hemos tenido en estos temas. Mientras tanto, tendremos que esperar a un juicio superior e imparcial de la historia, que calificará el actual régimen y sus buenas intenciones.