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Resucitando a Pedro Garfias
V

er a María de Alva, la excelente novelista regiomontana, en la Feria del Libro de Monterrey y adentrarme en su novela sobre un solitario personaje venido de España en los años 40 fue un regreso al pasado. Hace más de cuatro décadas, en las calles que rodeaban los diarios Excélsior, Novedades y El Universal, en Bucareli y Paseo de la Reforma (se decía que varios editorialistas escribían su columna en el Ambassadeurs) era fácil reconocer a Pedro Garfias sentado frente a una mesa de café. Muy abandonado por sí mismo pero muy querido, todos lo festejábamos.

Ahora, María de Alva lo convierte en héroe, el personaje principal de su excelente novela, Un corazón extraviado.

–Cuando yo era alumna de la carrera de letras en el Tec de Monterrey, el profesor de literatura española nos dijo: Hay un poeta del 27 enterrado en Monterrey, y eso ejerció una fascinación sobre mí porque en esa época Monterrey era una ciudad a la que no se le reconocía nada de cultura...

–¿Cómo no se le iba a reconocer, si en Monterrey Alfonso Reyes es un príncipe?

–Eso sí, pero Alfonso Reyes vino a la Ciudad de México. En esa época, Monterrey contaba con el Tec y la Universidad Autónoma de Nuevo León, uno o dos museos y eso era todo. Para una estudiante de 19 años, en los años 80, pensar: Hay un poeta del 27 aquí enterrado, amigo de Federico García Lorca, me pareció una historia fascinante. Esa fascinación por Pedro Garfias nunca la perdí. En la librería Cosmos, fundada por exiliados de España en Monterrey, entré adolescente a comprar libros y ahí los dependientes me dijeron: El fantasma de Pedro Garfias anda por aquí.

–¿Por eso se apasionó por la vida de Pedro Garfias?

–Esa historia se metió en mi cabeza desde muy joven. Luego me pasó algo muy curioso aquí en la Ciudad de México. Viví en la colonia Juárez y me quedaba muy cerca El Péndulo de la Condesa, y fui un día, caminando, y me encontré un disco de Víctor Manuel y Ana Belén, y lo compré. Ya en mi casa, escuché Asturias, ese gran poema hecho canción, pero no sabía que su autor era Pedro Garfias, el poeta enterrado en Monterrey, y eso me lo hizo muy fascinante y poderoso. Empecé a sentir tristeza porque muy poca gente sabe quién fue Pedro Garfias, es un poeta muy perdido.

–¿No tuvo el alcance de León Felipe o de Juan Rejano?

–No figura en la foto famosa del Ateneo de Sevilla ni tampoco en la primera Antología poética del 27, de Gerardo Diego, como que quedó fuera del canon de grandes autores españoles exilados en México. En 1938 fue soldado en la guerra civil; Antonio Machado le entregó el Premio Nacional de Literatura y considero que es el poeta más importante del país. ¿Cómo puede ser que Garfias se haya perdido tanto?

–¿En España no se editó su poesía?

–Se sabe poco de su existencia. Supe de él sólo por investigadores de la Universidad Complutense de Madrid y por otro estudioso de Sevilla que lo escogió, pero la gente común y corriente no lo conoce y en las librerías no se encuentra un solo libro suyo. Más allá de Pedro Garfias, la pregunta que me gustaría que hiciera algún investigador es: ¿Por qué unos se pierden y otros se hacen famosos cuando sus méritos son muy semejantes?

Muchos factores contribuyen a la fama de un poeta. En el caso de Pedro Garfias, sus circunstancias no fueron las adecuadas, no conoció al editor indicado, la guerra y el exilio le hicieron mucho daño; debemos cuestionar un poco por qué varios escritores o pintores figuran poco o nada.

–Recuerdo al pintor Arturo Souto, maestro de Vicente Rojo…

–Vivimos en un mundo muy perverso, donde sólo ciertas cosas alcanzan el reconocimiento gracias a la publicidad y muchas son olvidadas porque no tienen la menor idea de cómo promocionarse. Algunos llegan por razones publicitarias y no por méritos de creación. La publicidad lanza cualquier cosa, a pesar de sus pocos méritos. Eso a mí me da mucha desesperación, por eso me apasionó escribir sobre Pedro Garfias. Cuando pude encontrar sus tesis de doctorado, me di cuenta de que tuvo una vida apasionante y es una pena que no se conozca.

–¿Qué hizo de emocionante?

–Estuvo en Madrid en los años 20 y 30, una época en sí emocionante: el fin de la monarquía, la entrada de la segunda República, el voto para la mujer, la guerra civil, el levantamiento de Franco, por sólo citar la situación política pero, además, él estuvo rodeado por todos los grandes artistas de la Generación del 27, la efervescencia artística de su época que desgraciadamente fue acallada por la guerra y luego la dictadura. Pedro Garfias sí obtuvo cierto reconocimiento porque fue Premio Nacional y luego soldado en la guerra, y tuvo bastantes aventuras como soldado. Él y Miguel Hernández son los únicos poetas que fueron soldados.

Otra cosa que me da mucha ternura es la precariedad económica con la que siempre vivió, a diferencia de Salvador Dalí o Luis Buñuel, que venían de familias acomodadas. Tampoco eso le ayudó; batallar siempre con el dinero impidió que se desarrollara como otros que comían todos los días...

–De él se decía mucho que el alcohol iba a matarlo

–Pero el alcohol vino después, Elena.

–Conocí a Juan Rejano, a León Felipe, a poetas y escritores que entrevisté en el café París y todos decían que era muy difícil ayudarlo porque él escogía la cantina. Juan Rejano era muy amigo de Garfias y estaba siempre en el café Madrid... León Felipe vivió un tiempo en el observatorio de Tonantzintla con Guillermo Haro y le dedicó un poema. También Fernando Benítez le dio trabajo a Elvira Gazcón, a Luis Cardoza y Aragón, de Guatemala, y a muchos más que hicieron México en la Cultura y dieron un fundamento escrito a la cultura mexicana de los años 20. De Rejano decían que era un rey moro y de Garfias que a la una de la tarde ya estaba perdido.

–Juan Rejano siempre fue muy cercano a Garfias porque llegaron juntos en el Sinaia, vivieron muy pegados. Es cierto que Pedro Garfias fue alcohólico pero la falta de dinero viene de muy atrás. En el caso de Pedro Garfias no sólo fue el alcohol, sino una serie de pérdidas importantes. Lo que creo es que no se le reconoció lo suficiente. A él lo frustró mucho que Gerardo Diego no lo incluyera en su Antología poética del 27.