Opinión
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El extraño enemigo
F

rancisco González Bocanegra escribió el himno de México en 1854, inflamado de patriotismo. Sus arrebatadas estrofas bélicas proceden del dolor por una inmen­sa pérdida frente a una garra inexpugnable. El sentimiento de rabia impotente abarcaba a grandes sectores de unas élites políticas divididas que empezaban a sentirse mexicanos. Fue un revés sin contemplaciones asestado por una fuerza militar superior. El ejército imposible, uno compuesto por todos – el cielo, un soldado en cada hijo te dio–, habría sido incompetente para modificar el destino. El Tratado de Guadalupe Hidalgo firmado el 2 de febrero de 1848, obligó al gobierno mexicano a entregar 55 por ciento de su territorio al extraño enemigo, el imperio en ciernes: Estados Unidos. Incluía los actuales estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México, la mayor parte de Arizona y Colorado, y partes de los actuales Oklahoma, Kansas, y Wyoming.

El desastre consumado fue sin retorno. La exaltación de México por los mexicanos, que las élites han visto como patrioterismo, tiene esa llaga rotunda como antecedente. EU pudo engullirnos íntegramente en otro momento de la historia, para beneplácito de esas élites, pero las mayorías, especialmente las cimentadas en las culturas ancestrales, tienen en el territorio su base más profundamente vital. México existe gracias al pueblo mexicano, y pese a las élites. Recibimos aho­ra al extraño enemigo que llega como siempre, entre sonrisas y gesticulaciones dizque bobas, hello, hello, soy su amigou (el que sobre ustedes manda, y sobre muchos más en el orbe).

México y EU tienen en la agenda de sus asuntos candentes a resolver, entre otros, el de los migrantes: los hijos de la dominación y la explotación internacional encabezada por EU. Pero el punto de partida del gobierno gringo es que viene a resolver un problema de México, y de otros países que expulsan población. Nos hace el favor de atender a la nube de mendicantes, impotentes para resolver su vida. Por eso, antes de llegar, Biden ya tomó sus decisiones, las que va a acordar con México, alineadas a las de Donald Trump. El pasado 5 de enero, tras firmarlas, dijo (el lenguaje desaliñado es propio del mandamás): Mi mensaje es el siguiente: si usted está tratando de salir de Cuba, Nicaragua o Haití, usted tiene, o han acordado iniciar un viaje a Estados Unidos, no, no se limite a aparecer en la frontera. Quédate donde estás, y aplica legalmente desde allí. A partir de hoy, si no lo solicitas a través del proceso legal, no serás elegible para este nuevo programa de libertad condicional. En otras palabras, si usted se limita a aparecer en la frontera, se quedará en México. Aplicable a cubanos, venezolanos, nicaragüenses, haitianos; y aunque no fueron mencionados, se aplicará por supuesto a cualquier otro, siempre que se trate de un desarrapado.

La paciencia y la resiliencia deben acompañarnos, indefinidamente. Frente a un agente extraño y perturbador, hemos de adaptarnos porque no tenemos forma de eludirlo. Hacerlo con la mayor inteligencia, siempre será el reto. Cuando Trump tomó la decisión de cambiar algunos aspectos del TLC, lo hizo acordándolos con México: te voy a acordar 15 por ciento de impuestos a tus exportaciones si no cambias este y aquel asunto del ­tratado.

Ese instrumento está vinculado a las inversiones externas. Los gobiernos más poderosos, pero más aún las empresas extranjeras, parten de que nos benefician viniendo a operar a territorio mexicano. Los capitales privados nos hacen el favor de venir a crear empleos; como si los beneficiados por el empleo de la fuerza de trabajo mexicana no fueran las empresas extranjeras. Sin empleo no hay utilidades para el capital. Deberíamos recordárselo siempre.

México tiene una dependencia económica histórica respecto de EU. El TLCAN la profundizó severamente, porque estrechó el campo de posibilidades de la decisión mexicana, respecto a la dirección de su desarrollo. Más aún tratándose de una decisión del gobierno de Salinas, en el marco de la absoluta inclinación de su cerviz al neoliberalismo naciente. Las mayorías no tuvieron acceso a esa decisión de entregar el destino de la economía mexicana al sector privado, en primer lugar a las firmas extranjeras. El capital ha decidido dónde y en qué ramas económicas invertir. Esas decisiones, no es necesario subrayarlo, fueron tomadas buscando la mayor rentabilidad, no indagando qué inversiones mejorarían la estructura productiva del país, ni cuáles podrían satisfacer las necesidades de las mayorías. Son cuestiones que no tienen cabida en un marco neoliberal. Pero es el que ha gobernado desde Salinas, ahora con los cambios de la 4T.

El neoliberalismo ha comenzado a debilitarse, al menos ideológicamente. Es hora de revisar nuestra dependencia. Las condiciones macroeconómicas dependen en buena medida de México, pero nunca han sido parte de la negociación para un mejor futuro de los mexicanos: para eso. Que no sólo cuente el extraño enemigo.