ace unos años, al comentar mi colega, la sicoanalista Fátima Bellido, los graves y deplorables acontecimientos que vivimos, así como la variedad de formas y espacios en los que se manifiestan, llegamos a preguntarnos sobre los posibles indicadores que podrían ayudarnos a pensar el futuro. Veinticuatro horas después me entregó un escrito con algunas reflexiones que transcribo:
“El epicúreo, escéptico e irónico Anatole France manifestó una vez que si pudiera escoger de entre la basura algo de lo que se publicara 100 años después de su muerte, tomaría una simple revista de modas para saber cómo se estaban vistiendo las mujeres. Agregaba que las fantasías de las féminas le dirían más sobre el futuro de la humanidad que todos los filósofos, los escritores, los predicadores o los científicos del momento.
“Aunque sólo han transcurrido 84 años desde la muerte del autor de El crimen de Silvestre Bonnard, decidí asomarme con curiosidad al espec-táculo colorístico que ofrece una revista de modas actual, mientras afuera se suceden los destrozos provocados en el mundo por el delirio neocon y la realidad es transformada en pesadilla por el liberalismo arrollador.
“Lo primero que se ve en una revista de este tipo es un abuso de anunciantes en elegante papel couché. A lo largo de casi 400 páginas desfilan ante nuestros ojos decenas de artículos de piel (bolsas, zapatos, cinturones), vestidos, chaquetas, camisas, pantalones, lencería, perfumes, cosméticos, relojes, joyas, gafas y accesorios varios, todos ellos convertidos en objetos de deseo gracias al arte de fotógrafos extraordinarios y el encanto de modelos (ellas y ellos) bellísimos. Estos últimos llaman la atención porque, maquillados de manera especial, parecen seres fantasmales, robots o maniquíes desprovistos de alma, que deambulan, llenos de ambigüedad sexual, en las lindes entre lo vivo y lo muerto.
“En los artículos ‘de fondo’ (más bien son de superficie) se dan recetas o consejos para convertirnos en sex symbols, construir el look, tener chic, ser inteligentes y poderosos, alcanzar el éxito que avasalla, provocar envidia y mantener siempre una figura juvenil y esbelta; es decir, ser criaturas ‘perfectas’, ‘glamurosas’ y casi casi ‘celestiales’.
“Cuando uno cierra la revista, apabullado por tanta sandez cocinada por publicistas, lo primero que se piensa es que la moda es la encarnación de la vanidad y de lo efímero. Borges dijo en una entrevista que ‘el comercio ha fabricado la creencia general de que cada año la gente debe vestirse de un modo distinto’.
“Lo que yo encuentro en estas publicaciones es una ficción que supuestamente sostiene o inventa la vida. Cioran pensaba (lo cito de memoria) que la frivolidad es el antídoto más eficaz contra el mal de ser hombres. Parece que inventamos nuestras apariencias para los demás, pero en realidad las creamos para nosotros mismos, porque no queremos darnos cuenta de que estamos enfermos de soledad y de vacío y que el universo es solamente un subproducto de nuestra tristeza.
Con los trapos de la banalidad intentamos inútilmente cubrir nuestra desnudez original y nos negamos a ver que es la vida, y no la muerte, la que real y verdaderamente nos asusta, aunque la muerte siga siendo el final inevitable, la más íntima dimensión de todo lo viviente, la verdad que nos despoja del tiempo.