os gobiernos de Washington y Berlín hicieron oficial ayer el envío a Ucrania de sus tanques más poderosos, los Abrams y Leopard II. Desde semanas atrás, socios de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) presionaban a Alemania para que mandara los blindados de su arsenal o al menos autorizara la entrega de los que obran en poder de otros países, pero el gobierno germano había condicionado el permiso a que Estados Unidos hiciera lo propio.
Aunque el uso de estas armas pesadas demorará unos meses por necesidades logísticas y, sobre todo, por el tiempo de entrenamiento necesario a fin de que el ejército ucranio pueda explotar su potencial adecuadamente (si bien no se descarta que esta capacitación ya se haya efectuado en secreto), el presidente Volodymir Zelensky ya lo calificó de un paso importante para la victoria
en el esfuerzo por expulsar a las tropas rusas de la nación invadida. Por su parte, el Kremlin reaccionó asegurando que se trata de una decisión extremadamente peligrosa, que lleva el conflicto a un nuevo nivel de confrontación
, al mismo tiempo que minimizó su importancia sobre el terreno.
Los anuncios de la Casa Blanca y la cancillería federal desataron una especie de competencia entre países occidentales por ver quién está más presto a enviar tanques, en particular los Leopard, altamente codiciados por Kiev debido a sus capacidades y su disponibilidad en toda Europa. La estampida armamentista ha estado presente desde el inicio de lo que Moscú denominó operación militar especial
en Ucrania, pero con la transferencia de blindados cobra un cariz más inquietante tanto porque se pasa de ayudar a Zelensky en la defensa de su país a dotarlo de capacidades innegablemente ofensivas, como por la ampliación en el número de estados involucrados: ya se habla de negociaciones con Marruecos para el envío de tanques de fabricación soviética (con los cuales están familiarizados los soldados ucranios) a cambio de armamento moderno estadunidense.
Ha sido evidente desde meses atrás, y hoy ya no puede expresarse de otra manera: la OTAN y sus aliados no tienen interés alguno en la paz, sino en atizar la guerra y escalar su letalidad, sin consideración alguna por las vidas humanas ni por las repercusiones globales del conflicto en el este europeo.
Para entender cómo se ha llegado a este extremo, además de los intereses geopolíticos de los estados y el afán de lucro de los fabricantes de armas, hay que observar el papel de los medios de comunicación hegemónicos. Como señaló ayer el presidente Andrés Manuel López Obrador, si el canciller alemán, Olaf Scholz, propenso a adoptar posturas equilibradas, cedió a enviar tanques pesados al frente de batalla fue en buena medida por la presión mediática, episodio que constituye una muestra del poder mediático usado por las oligarquías en el mundo para someter gobiernos
. Las palabras del mandatario evocan las advertencias vertidas hace más de una década por la persona que más ha hecho para desnudar la conducta ilegal y abusiva de Washington en sus operaciones internacionales, Julian Assange. Entrevistado en 2011, el comunicador aseguró que casi todas las guerras del medio siglo anterior iniciaron a causa de las mentiras de los medios, afirmación plenamente probada en casos como la invasión a Irak en 2003, justificada por televisoras, emisoras radiofónicas y prensa escrita con el bulo de las inexistentes armas de destrucción masiva.
Esta manipulación mediática obedece a afanes mercantilistas, al puro amarillismo, así como a designios ideológicos tanto de gobiernos como de corporaciones privadas, y en el conflicto bélico en curso ha alcanzado extremos deplorables al azuzar la violencia, exagerar, forzar lecturas sistemáticamente parciales de la realidad, siempre omitiendo la información histórica y contextual que podría permitir a la ciudadanía comprender las razones y los antecedentes que llevaron a la situación actual.