air Bolsonaro, el ex presidente ultraderechista de Brasil, continúa muy lejos del país, refugiado en Orlando, Florida. Una vez que expiró el pasado 30 de diciembre el visado oficial con que ingresó en Estados Unidos, solicitó uno nuevo, esta vez de turista, lo cual le permitirá permanecer seis meses más en esa nación.
Sobran razones para permanecer lejos de Brasil y de la justicia brasileña.
El más reciente escándalo lo involucra en un intento de golpe de Estado – otro más– el pasado diciembre, en vísperas de la ascensión de Luiz Inácio Lula da Silva a su tercer mandato presidencial, luego de derrotar al ultraderechista en las urnas.
Pero además del intento de golpe, cada día surgen nuevas y muy graves denuncias sobre su gobierno, a medida en que se descubren datos que Bolsonaro y su bando trataron de ocultar.
Uno de los más recientes, en torno a la tragedia vivida por los indios yanomami en el amazónico estado de Roraima, demuestra que en 2022 las fuerzas armadas, siguiendo instrucciones de Bolsonaro, evadieron su intervención en al menos siete ocasiones cuando fueron requeridas para actuar con urgencia en la región.
Relacionado al medio ambiente, otro impacto: a lo largo de sus cuatro años de gobierno, el ultraderechista aprobó el uso de 2 mil 182 agrotóxicos, pese a que éste estaba rigurosamente prohibido en sus continentes de origen. Tan sólo en 2022, su último año en la presidencia, fue aprobado el ingreso de 652 pesticidas altamente contaminantes.
El viernes pasado el gobierno de Lula anunció que derogará otras 240 medidas que fueron reservadas por 100 años a iniciativas y hechos ocurridos bajo el mando de Bolsonaro.
El ex presidente decretó reserva de un siglo por doquier, hasta las visitas que la ex primera dama Michelle recibió en la residencia presidencial están en esa lista. Y quizá con razón, recién se supo, gracias a declaraciones de testigos directos, que ella recibía, en algunas de esas visitas, maletas con dinero en efectivo. Además, trascendió que utilizó la tarjeta corporativa de crédito, cuyo destino –acorde con la ley– debe limitarse a actividades directamente vinculadas con su rol de primera dama, para renovar el implante de silicón en sus senos.
Sin embargo, nada se compara, tanto en la gravedad como en lo ridículo, a lo que ocurrió la semana pasada, cuando el senador Marcos do Val denunció un intento de golpe de Estado que, de acuerdo con su primera versión, involucraba directamente a Jair Bolsonaro.
Do Val es una figura típica de los bolsonaristas
más radicales. Coronel retirado del ejército, era un don nadie hasta antes de las elecciones de 2018, cuando llevado por la ola Bolsonaro
arribó al Senado.
Se presenta como entrenador de tropas de élite
en Estados Unidos, destacadamente para su labor junto a la FBI y el SWAT. Claro, ninguna de esas instituciones admite quién es y quién no es entrenador de sus fuerzas.
En sus apariciones públicas, Marcos do Val se presenta siempre con un broche del SWAT adornando su traje. Sucede que cualquiera puede comprar tal broche por 12 dólares en Internet.
Este personaje denunció que en diciembre pasado, en vísperas de que Lula fuera declarado oficialmente presidente electo de brasil, fue convocado por el entonces diputado Daniel Silveira para reunirse con Jair Bolsonaro en la residencia presidencial. Y en esa ocasión los dos le pidieron que buscara a Alexandre de Moraes, integrante del Supremo Tribunal Federal y presidente del Tribunal Superior Electoral, para grabar, con recursos de alta tecnología proporcionados por el Gabinete de Seguridad Institucional, declaraciones que pudiesen llevar nuevamente a Lula a prisión, con la consecuente anulación de su victoria y mantener al ultraderechista en el sillón presidencial.
En una versión Bolsonaro oyó todo en silencio y luego expresó que iba a esperar a ver qué pasaba
. Y en la otra no dijo nada.
Claro, la noticia cayó como una bomba. Y ésta fue cambiando a lo largo de la semana en una formidable secuencia de inconsistencias y contradicciones, excepto en un punto específico: la reunión ocurrió, Silveira le pidió que buscara a Moraes, y Bolsonaro estaba presente.
Si habló o no, si reforzó o no la idea, poco importa: como presidente en ejercicio, presenció cuando un diputado convocó a un senador para participar en un intento de golpe de Estado y no denunció la maniobra de inmediato a la justicia.
Por omisión, de acuerdo con la legislación brasileña, se hizo cómplice.
Bolsonaro sigue refugiado en Florida, y ahora da charlas en encuentros con bolsonaristas
instalados en la región.
Empezó por decir que, en caso de que siga en el actual rumbo, el gobierno de Lula no durará mucho.
Puro golpismo. Es verdad que sin ninguna posibilidad de hacerse realidad, pero aún así, resulta perturbador en el escenario caótico heredado por Lula y por el país del peor y más abyecto presidente de la historia de Brasil.
¿Hasta cuándo?