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Un callejón sin salida para Meloni
I

talia fascina y anticipa futuros. Ya se ha dicho en alguna ocasión en estas líneas. La bota del Mediterráneo es un imprevisible laboratorio del que han emergido prematuramente milagros como Gramsci y Pasolini, desgracias como Mussolini y fantasmas como Berlusconi. Es difícil descodificar el país, lleno de laberintos sin salida y pistas falsas. La ficción bien producida es un artilugio más eficiente que la crónica periodística para tratar de desentrañar el misterio Italia, si es que semejante empresa es viable.

La serie Exterior noche ( Esterno notte, dirigida por Marco Bellocchio), que recrea el secuestro y posterior muerte del líder de la Democracia Cristiana, Aldo Moro, en 1978, es uno de esos artefactos, basados en hechos reales pero ficcionados, que abren la caja de herramientas para acceder a la sala de máquinas italiana. No duden en verla si tienen ocasión, querrán saber más de la nación y de sus convulsos años 70 –¿dónde fue tranquila aquella década?

La serie engrandece la figura de Aldo Moro, por cuya vida puede uno llegar a sufrir, a pesar de conocer de antemano el desenlace, y empequeñece a Giulio Andreotti, clave de bóveda de la política italiana durante la segunda mitad del siglo XX. Andreotti era presidente del Consejo de Ministros cuando secuestraron a Aldo Moro, líder de su partido y principal valedor del compromesso storico, impulsado por el líder comunista Enrico Berlinguer, una apertura política que posibilitó una breve colaboración entre los principales partidos políticos italianos. No gustó, dicho sea de paso, a Henry Kissinger ni a la CIA, que recordaron a Moro el precedente chileno, según narró en su día Eleonora Chiavarelli, viuda del líder secuestrado por las Brigadas Rojas. Pero esta es otra derivada.

Un capítulo de la serie muestra, en una secuencia memorable, a Andreotti recorriendo largos pasillos para reunirse simultáneamente, en estancias diferentes, con los partidos que sostienen al gobierno, con mandos militares y policiales y con el emisario del Papa VI, que quiere pagar un contundente rescate para salvar la vida de Moro. La secuencia sirve para enseñar las tripas de la que fue la máxima del Estado italiano ante el desafío planteado por los brigadistas: lo llamaron fermezza y se tradujo en la negativa a negociar con los que se consideraba poco más que alimañas terroristas.

Ha llovido desde entonces, pero la muerte de Moro y el papel del gobierno y del Estado durante su secuestro son tema recurrente en la política italiana. Es difícil no acordarse de aquella firmeza inflexible –y probablemente contraproducente– al ver la reacción del gobierno de la ultraderechista Georgia Meloni ante la larga huelga de hambre que está llevando a cabo hoy el preso anarquista Alfredo Cospito en contra del régimen de aislamiento.

Éste cumple una condena de 10 años por herir a balazos a un empresario en 2012 y otra de 20 años contra una academia de los Carabinieri (policía) en 2006. Esta última podría llegar a ser convertida en cadena perpetua tras una reciente reforma de la ley. Desde mayo está clasificado en el régimen de aislamiento 41-bis, en unas condiciones de incomunicación draconianas que en Italia se diseñaron originalmente para impedir que los líderes mafiosos encarcelados pudieran comunicarse con sus organizaciones en el exterior. Pasa solo en su celda 22 horas al día y sólo recibe visitas –grabadas– una vez al mes.

Hay aquí una primera lección del caso Cospito: todo arsenal punitivo puede ser empleado en el futuro de forma extensiva, sin importar su motivación original. Tanto el inhumano régimen 41-bis como la existencia de la cadena perpetua en el código penal han sido motivo de diversas condenas contra Italia en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

Cospito lleva ya 113 días en huelga de hambre, bebiendo sólo agua y algunos suplementos alimenticios, lo cual no ha impedido que haya perdido 40 kilos y que lo hayan tenido que trasladar a una prisión con mejores instalaciones médicas. Sus razonables demandas han recibido amplio apoyo más allá de su ideología, y el eco del caso se ha extendido a Europa. El militante anarquista, quien afirma que llevará su protesta hasta las últimas consecuencias, lleva sin comer prácticamente el mismo tiempo que Meloni al frente del gobierno.

La cerrazón de la líder ultraderechista recuerda irremediablemente a la mantenida por el gobierno italiano con Aldo Moro. El Estado no debe dejarse intimidar por quienes piensan en amenazar a sus funcionarios, expresó Meloni recientemente. ¿Cómo reaccionarían los carabineros, los policías, los agentes de seguridad, si el gobierno, a sus espaldas y violando la ley, negociase con quienes no respetan esa misma ley?, se preguntaba Andreotti mientras Moro languidecía secuestrado. El cadáver de su correligionario, abandonado un 9 de mayo de 1978 entre las sedes de la Democracia Cristiana y el Partido Comunista, lo sigue acompañando una década después de muerto. Meloni haría bien en no olvidarlo y tratar de salir, antes de que sea demasiado tarde, del callejón sin salida que ella misma ha construido.