asan las semanas, las marchas y los bloqueos siguen. Siguen también los congresistas poniendo a todo un país en la mecedora mientras se apilan los muertos, los que le achacan a la actual presidenta Dina Boluarte y a su primer ministro, en tanto los congresistas se toman su tiempo y discuten si es posible que haya elecciones este año.
El fantasma de Sendero Luminoso ha vuelto a recorrer las calles de Perú. La tragedia del pasado se hizo presente en el lenguaje cotidiano. En los medios, las redes sociales e incluso en el Congreso, califican como terruco
(terrorista) a cualquiera que protesta o piensa diferente. Si argumentan, opinan o discuten, son caviares
(izquierda acomodada).
Sirve como mensaje o recordatorio, pero sobre todo como algo premonitorio de lo que podría pasar si la izquierda llega al poder, aunque el gobierno de Castillo y el de la actual presidente Dina Boluarte son de izquierda
y nunca fueron calificados como terroristas.
El gobierno del profesor Castillo fue un rotundo fracaso en todo sentido y la historia le cobrará la factura a toda la izquierda peruana, desde los senderistas más recalcitrantes hasta los más tibios defensores de los derechos humanos, pasando por encima de partiditos de diferentes nominaciones, caudillos regionales, personas progresistas, intelectuales caviares, etc. Para la derecha en general, no sólo la extrema, todo se resume en que la izquierda es terrorista o filosenderista, incluidos algunos obispos, curas y todas las ONG. Una herencia pesada y difícil de llevar para los que piensan que Perú requiere cambios urgentes.
El otro fantasma que reaparece en los nubarrones de la costa y sierra peruana es el del Chino Fujimori y su alter ego Vladimiro Montesinos, otro protagonista de la historia reciente que logró derrotar militarmente a los senderistas y los del MRTA en una guerra que enfrentó a los peruanos, con un saldo aproximado de 70 mil muertos. Es cierto, terminó con el terrorismo y encarceló a su líder Abimael Guzmán, pero su gobierno propició la mayor degradación moral e institucional que se recuerde. Todo fue corrompido y degradado.
Para remate, Fujimori dejó otra herencia: la Constitución de 1993, de corte neoliberal extremo, que le deja al Estado las manos atadas para intervenir y regular; se privatizaron y malbarataron empresas y recursos públicos, se propició los monopolios y dio paso, sin condiciones mínimas, a la rapiña de las trasnacionales y los grupos de poder. A estas alturas, son evidentes los fracasos del neoliberalismo y de la política unicameral peruana. Debe ajustarse la Constitución a otros tiempos, no estar ligada a un único modelo económico y el Congreso debe tener un contrapeso en una cámara de senadores.
Otra herencia envenenada fue su hija Keiko Fujimori, que fue primera dama del padre cuando éste metió en el manicomio a su esposa Susana Higuchi y luego Keiko propició la destitución del Congreso de su propio hermano Kenji, porque maniobró de manera irregular para lograr la excarcelación de su padre Alberto por medio de un indulto, dicen que en ese momento su padre le hacía sombra. Linda familia.
Keiko Fujimori compitió y perdió en tres ocasiones seguidas en la segunda vuelta electoral. Dice que no va a volver a participar, pero en 2021 también había dicho que no lo haría y terminó siendo candidata. Tiene pocas credenciales, salvo que estudio inglés en Boston y que la chequera de Montesinos pagaba la cuenta. No obstante, tiene habilidades extraordinarias para la intriga palaciega y lo demostró con creces al controlar el Congreso y hacerle la vida imposible al presidente en turno. También le hizo la vida imposible a Castillo, al denunciar un fraude electoral que nunca existió y que por medio de los mejores bufetes de abogados quiso eliminar los votos de ciertas comunidades campesinas indígenas que votaron mayoritariamente por Castillo.
Detrás del populismo de derecha de los Fujimori se esconde un numeroso grupo de empresarios, terratenientes, contratistas y sectores medios y altos peruanos que están dispuestos a votar por ella en la segunda vuelta.
Un último fantasma que ronda entre la población es el del chavismo. Se dice que Perú se convertirá en Venezuela. La población sabe perfectamente qué pasa en aquel país, debido a que llegaron a Perú cerca de un millón de venezolanos que han contado sus penurias y peripecias.
La coyuntura se sigue complicando, el Congreso no quiere irse y ponerse de acuerdo para fijar un adelanto de elecciones para 2023, además van tomar sus vacaciones de verano.
La única salida posible para tener elecciones en 2023 es la renuncia de Dina Boluarte, pero ella se enfrenta a sus propios fantasmas. Primero se debe investigar y aclarar la muerte de 58 manifestantes, la mayoría por balas de soldados y policías. Si no lo hace, le van a pasar la factura y podríamos verla acompañando a Castillo y Fujimori.