n un recorrido por el Cardiocentro Pediátrico William Soler, su director explica la condición de varios de los pacientes que han sido internados allí. Entre los padecimientos están los males congénitos, la cianosis, el trastorno del ritmo cardiaco y el defecto del canal atrioventricular. Localizado en La Habana, al cardiocentro llegan pacientes de todas las provincias de Cuba y también se ha tratado a niños de 40 países.
William Soler perteneció al Movimiento 26 de Julio y fue asesinado cuando tenía 15 años por las fuerzas de Fulgencio Batista, en 1956. Fundado en 1986, el centro que lleva su nombre es parte de la red cardiopediátrica nacional a donde se remiten casos de cardiopatía con necesidad de estudios especializados, intervenciones quirúrgicas o rehabilitación. Al darlos de alta, los pacientes son monitoreados por los cardiopediatras en sus provincias de origen y, de ser necesario, pueden reingresar al centro, el cual puede continuar con su tratamiento aunque sean adultos. Como todos los servicios de salud en la isla, los procedimientos son gratuitos.
El sistema de salud cubano es ampliamente reconocido por la cobertura universal que ofrece a su población y los impresionantes índices de salud que con ello ha alcanzado su población. Esto incluye una baja tasa de mortalidad infantil (equivalente y aun menor que la de países ricos como Estados Unidos), una expectativa de vida comparable a la de países ricos (más alta que Estados Unidos) y la virtual eliminación, desde hace tiempo, de la malaria, cólera, difteria, sarampión, rubéola, fiebre tifoidea, tos ferina y la tuberculosis, que tanto siguen afectando a los países del llamado tercer mundo.
En Cuba, las enfermedades que cobran la vida de la población son las mismas que en países ricos: cáncer, cardiopatía o ataques cerebrales, que están asociadas con el envejecimiento.
Algunos han nombrado a esta situación –la de un país pobre, del sur global con índices de salud equivalentes a los del primer mundo– la paradoja cubana. Más paradójica parece la situación si se considera que, aunque la nación caribeña destina una alta proporción de sus gastos a la salud, las cantidades que gasta per capita son mucho menores no sólo a los de países como Estados Unidos, donde las cantidades son irrisorias, pero también comparados con Brasil y México.
Si el sistema de salud cubano se analiza de cerca, el misterio desaparece. Desde el triunfo de la revolución, en 1959, la salud ha sido una de las más altas prioridades del gobierno que, contra viento y marea, ha concebido, diseñado y rediseñado un sistema en el cual el tratamiento médico es realmente un derecho humano. Los principios que lo rigen y lo hacen tan efectivo son el enfoque a la salud preventiva sobre la curativa, la atención a las condiciones en las cuales vive la población, el seguimiento constante al paciente, la movilización del capital humano más que el tecnológico, así como la responsabilidad del Estado, y no del mercado, de proveer el acceso, los recursos y la organización del sistema de salud.
La llamada paradoja cubana es aún más llamativa si se consideran los enormes obstáculos a los que este pequeño país se ha enfrentado. El primero data del triunfo de la revolución cuando, de 6 mil médicos que tenía la isla, la mitad partió, en su mayoría a Estados Unidos. El segundo fue durante el periodo especial, en los años 90, cuando, tras la desintegración de la Unión Soviética, Cuba perdió su principal fuente de intercambio mercantil, lo que desató una fuerte crisis económica. El tercero ocurre ahora, en principio por la emergencia sanitaria del covid, que suprimió el turismo a la isla, con lo que se eliminó una de las principales fuentes de divisas y, después, las 243 sanciones impuestas por la administración de Donald Trump –y hasta el momento mantenidas por Joe Biden–, que con particular crueldad impiden hasta las transacciones económicas más básicas.
Entre las acciones del gobierno de Trump estuvo poner a Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo, condición risible si no fueran tan trágicas sus consecuencias. Si el bloqueo estadunidense de por sí ya impedía intercambios económicos con este país y sus subsidiarios en el exterior, esta condición complica severamente la habilidad de la isla de efectuar transacciones económicas internacionales porque los bancos de otras naciones temen represalias por interactuar con un país en esta lista, aun si su presencia en ésta huelga de la más elemental evidencia.
Así juega el imperio con las vidas de los cubanos.
Volvamos al Cardiocentro Pediátrico William Soler, donde su director hace un recuento de las labores de su personal, la historia de la institución tras casi 40 años y los retos que enfrenta. La crueldad del bloqueo se ejemplifica con la situación de una pequeña que apenas está por cumplir un año de edad. Necesita un marcapasos, un aparato que se puede conseguir a unos cuantos kilómetros, en Florida. Sin embargo, el bloqueo impide obtenerlo. Entonces, se tiene que recurrir a países mucho más lejanos en Europa o Asia, aunque el pago se complica, pues los bancos no pueden –o no quieren– aceptar el dinero de un país que Estados Unidos ha puesto en la lista de patrocinadores del terrorismo.
Mientras la vida de este pequeña sigue en juego, como la de quienes en Cuba dependen de aparatos, medicamentos o piezas de equipo médico que, sin el bloqueo, se podrían adquirir sin complicaciones. Es la política que por 60 años ha hecho Estados Unidos para castigar a un país que escogió la autodeterminación y le importa poco quién paga el precio de ese bloqueo.
* Profesora investigadora del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Autora del libro Unintended Lessons of Revolution, una historia de las normales rurales.