l Islam y el homo sacer. En 2016, en la batalla de Alepo, que enfrentó a las fuerzas aliadas del gobierno de Bashr-al-Asad, Hezbolá y la aviación rusa contra el Ejército Libre de Siria y el Frente Islámico, murieron más de 60 mil civiles. Se calcula que otros 20 mil fallecieron de sed, hambre y enfermedades en los días posteriores. Lo atroz de la batalla consistió en que ambos mandos militares se encarnizaron contra la parte de la población que se encontraba en los barrios ocupada por cada uno de ellos. En ningún momento, nadie en Occidente, ni en la mayor parte del mundo, levantó la voz para detener la carnicería. La sombra del Estado Islámico amenazaba con expandirse y Washington apoyaba a los rebeldes para mermar la influencia rusa.
Cada vez que las maquinarias occidentales de guerra han emprendido su labor de diezmar al Islam (como sucedió en la guerra entre Irán e Irak) y en las invasiones estadunidenses a Irak y Afganistán, el mundo parece desconectar todas las fibras de su empatía mínima. En el bombardeo contra Libia, Obama llegó a decir que se trataba de bombas humanitarias
. Por el contrario, el reciente temblor que sacudió a las ciudades de Turquía y Siria, Aleppo, en particular, y que ha cobrado más de 25 mil víctimas, despertó la consternación y la solidaridad mundiales. La empatía parece tener extrañas predilecciones y sus caminos son inescrutables. Cuando se matan (o se induce la muerte) cientos de miles de musulmanes en un genocidio tras otro, se aplaude a las bombas. El homo sacer hace su aparición. En cambio, cuando nos impele la naturaleza, el efecto es como si cada uno se sintiera amenazado. Paulatinamente el concepto de humanidad debería entumecernos… de desazón (y miedo).
Honor a Proteo. Proteo, un can mexicano que apoyaba las labores de rescate en el terremoto en Turquía y Siria, ofrendó su vida tratando de salvar a seres humanos. Rescató a un menor de 14 años y recuperó otros tantos cuerpos. Las primeras noticias informaban que murió a causa de un derrumbe. Ahora sabemos, según la declaración de su binomio, el soldado Villegas, que la causa de su muerte fue la negligencia de quienes lo llevaron hasta ahí. Proteo contaba con nueve años, demasiados para intervenir en el frío extremo de esas localidades. Doble negligencia: la del ser humano al que le es indiferente el sufrimiento animal y, más aún, la del empleo de solidaridad innata de los canes (nunca correspondida) al explotarlos en labores de alto riesgo. Husmear drogas, perseguir y atacar delincuentes, introducirse en deslaves y derrumbes, detectar bombas… cada uno de estos llamados trabajos
afecta a los animales igual que nos afectaría a nosotros. Pero éste es tan sólo un minúsculo detalle de un dilema fundamental: la rapacidad humana frente al mundo animal.
La muerte animal hoy. Vivimos con ellos. Hacen que nuestras vidas sean menos desafectadas, más íntimas y un poco más alegres. Nos brindan lealtad y hasta un amor incondicional. Alivian nuestros momentos de tristeza y decepción. Canes, gatos, loros, tortugas, etcétera, inducen a nuestros niños al mundo del cariño y la compasión. Son el último sinónimo sobreviviente del término hogar.
Pero una vez que han sido definidos como ganado
comienza el oneroso espectáculo del animal “ sacer”: el animal cuya muerte no sólo no parece afectarnos, sino que incluso se celebra. En un número de la revista Fractal (91, enero-abril/22), coordinado por Wendy González, un grupo de filósofos, poetas, historiadores, sociológos y periodistas, activistas del animalismo actual, exploran esta fatal contradicción, la cual acaba de hacerse patente de nuevo. Cuando Marcelo Ebrard tuiteó sobre la misión de los binomios mexicanos en Turquía y Siria, recibió 2 millones de me gusta
de manera casi inmediata. ¿Cuántos de estos tuiteros que conviven con perros no sólo los vejan, castigan y olvidan en azoteas y patios confinados o los abandonan a su suerte en las calles?
O el dilema magnificado. Los laboratorios de ciencia los usan en experimentos en los que mueren después de una larga agonía. La industria tabacalera los emplea para medir la eficiencia de sustancias tóxicas. Todas las pestañas que embellecen a las mujeres provienen del pelo de los visones y chinchillas, así como su vestimenta en nombre del glamur; los zapatos de la piel de cabras y vacas. Los zoológicos los privan de su libertad para amenizar a la sociedad del espectáculo. Los delfines y las orcas son abducidos a nadar en el equivalente de un par de metros cuadrados, cuando en realidad son seres oceánicos. Decenas de millones de vacas, cerdos, gallinas y borregos esperan una muerte inclemente en los rastros provocada por el actual delirio alimentario.
La desolación de Proteo es la imagen de hasta dónde podemos llegar a servirnos del otro animal.