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De recesiones y cambio climático: la octava
C

omentemos una vez más. Diversas estimaciones de técnicos nacionales e internacionales especializados en análisis de la desigualdad muestran condiciones terribles en términos de distribución de ingresos y riqueza en el mundo, pero también de distribución de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI).

Sí, entre otros, los expertos del prestigiado Laboratorio Mundial de Desigualdad (WIL por las siglas en inglés de World Inequality Lab, https://inequalitylab.world/en/) muestran que la responsabilidad de la catástrofe climática que ya padecemos está altamente concentrada. No sólo hay profunda desigualdad en los efectos del cambio climático, también severas asimetrías en las contribuciones a esta catástrofe.

Sí, las emisiones de GEI –siempre observando la huella de carbono– están soportadas en la profunda desigualdad, no sólo entre países, también entre grupos poblacionales al interior de éstos. Por ello subrayan la necesidad –con la que no podemos menos que estar de acuerdo– de discernir quiénes emiten y dónde emiten los gases de efecto invernadero.

Perogrullo aconseja la urgencia de superar el análisis sectorial, incluso nacional de las emisiones globales, y recomienda identificar no sólo qué sectores o qué naciones son las de mayor responsabilidad en la devastación, sino qué grupos poblacionales son los mayores responsables. Para muestra un botón de los datos del Climate Inequality Report 2023. Retomemos unas de sus preguntas esenciales: ¿quién debe reducir sus emisiones?, ¿ dónde, a qué ritmo y cuándo, si en verdad se desea –se requiere– tener un balance de cero emisiones en 2050? (https://wid.world/wp-content/uploads/2023/01/CBV2023-ClimateInequalityReport-2.pdf). El 10 por ciento de la población mundial con los mayores ingresos es responsable de la mitad (48 por ciento) de las emisiones y solamente el uno por ciento de la población más rica produce más emisiones que la mitad de la población con menores ingresos en el mundo. La mitad pobre sólo emite 12 por ciento, básicamente por sus necesidades en el hogar y sus requerimientos de transporte. ¿De qué volúmenes anuales por persona se trata, según este reporte? De 1.4 toneladas de CO₂ equivalente en el caso de esa mitad pobre del mundo, de 28.7 toneladas para ese 10 por ciento rico y –admirémonos– de 101 toneladas de CO₂ equivalente por persona al año, para el caso del uno por ciento de la población mundial muy rica.

No olvidemos –insisten en señalarlo los técnicos del WIL– que la mitad pobre del mundo sólo cuenta con 2 por ciento de la riqueza mundial para soportar cualquier cambio orientado a resolver la crisis climática. Tampoco –insisten– en que el grupo poblacional del 10 por ciento de ricos cuenta con las tres cuartas partes de la riqueza (76 por ciento) para soportar cambios que obligan a invertir recursos. Y menos aún, que los muy ricos del uno por ciento de la población mundial concentra 38 por ciento de la riqueza acumulada, considerando –como indica el reporte del WIL– suma de activos financieros y no financieros netos de deudas. En todas estas estimaciones –se subraya en el reporte– se ha integrado la huella de carbono. Es decir, no sólo las emisiones producidas en el consumo –analizando los patrones típicos de cada grupo poblacional–, sino también las vinculadas a los procesos requeridos antes y después. Esto, sin duda, no debemos olvidarlo nunca, para hacer un juicio y una evaluación más rigurosos, pese a los asegunes que siempre comporta hacer comparaciones internacionales y poblacionales. Y menos aún ignorarlo al convocar a la sociedad a nuevos hábitos y al diseñar y evaluar políticas públicas que impulsen procesos virtuosos que enfrenten de forma eficiente y justa –nunca ignora orígenes y causas de la desigualdad– la catástrofe climática que ya vivimos. De veras