Columna variada // Una foto que aún duele // Inexplicables jerarcos panistas
omienzo con un estado de ánimo que no me es usual: me siento optimista. ¿Razón? Amplia mayoría de la multitud consideró que la propuesta de conformar la columneta en diferentes secciones era una buena idea. No faltó quien agregara que así se aburrirían de tres formas diferentes. Como en este sexenio a mí me ha dado por mandar obedeciendo, acato. Después de la propuesta pasada, que se refirió a la despedida definitiva de Ingrid Bergman y Humphrey Bogart en el aeropuerto de Casablanca, y que no saben cuántas aprobaciones emocionadas provocó, ahora les invito a recordar otra fotografía que refleja, como pocas imágenes, el dolor, el sufrimiento, la angustia y la desolación que implica toda guerra, todo enfrentamiento bélico, aun los justos e inevitables.
Huynh Cong Út es el nombre del fotógrafo vietnamita que captó uno de los momentos más estrujantes de la infame guerra de Vietnam. Este acontecimiento se dio un 8 de junio de 1972, hace más de 50 años (tiempo transcurrido desde el primer descalabro militar sufrido por el coloso imperial y sus cómplices, y que le significó no sólo la humillación más grande de su historia, sino la pérdida de miles de vidas de sus jóvenes, los más humildes y los migrantes). Pues en la fecha señalada, sobre la pequeña aldea de Trang Bang la aviación invasora, cuyo cometido era bombardear posiciones del Viet Cong, realizó el más cobarde, malvado y criminal ataque, sin importar que se tratara de un refugio civil, abiertamente inofensivo, donde sus pobladores eran esencialmente personas de la tercera edad, niños, adolescentes y mujeres. El napalm (sustancia que abrasa todo lo que toca, en primerísimo lugar el cuerpo humano), incendió el pequeño e inofensivo poblado, incluido el templo donde habían buscado refugio los aterrados e indefensos habitantes, entre ellos Kim Phuc, pequeña adolescente, cuyas ropas se empaparon con la mortal gelatina, logró desnudarse y salir corriendo en compañía de su hermano y primos, del templo donde inútilmente habían intentado resguardarse. Huynh, quien tenía cuatro años como corresponsal de guerra para la Associated Press, logró sobreponerse al horror que la escena le provocaba y captó la imagen que pronto se conocería en el mundo entero, y que conseguiría trasmitir el clamor por la paz que ningún alegato había alcanzado en foros internacionales o en plazas y calles de la aldea planetaria. Para hacer la descripción más objetiva de esa fotografía, la busqué entre mis papeles. La tengo frente a mí y a pesar del medio siglo transcurrido, me duele y me indigna como la primera vez. Su descripción es sencilla, la trasmisión emocional y racional del impacto que provoca la imagen no lo he conseguido nunca. Se trata de cinco niños, tres hombres y dos mujeres, ninguno de ellos mayor de 12, 13 años. Kim Phuc está en el centro totalmente desnuda y sus bracitos delgados como aspas están extendidos a los lados como queriendo alzar el vuelo. Adelante de ella, un niño lanza un alarido de dolor y pánico indescriptibles. Unos pasos atrás vienen otros dos niños más pequeños, uno tomado de la mano de la segunda mujercita unos cuantos años mayor. Al fondo, cuatro soldados empuñando sus ametralladoras cierran la toma. Nunca he sabido si se trataba de miembros del ejército invasor que desde sus aviones de guerra, audaces, aguerridos, heroicos, diezmaban batallones de peligrosos infantes que, al nacer, lo hacían ya, como patriotas.
Mi intención ha sido demostrar que los órganos, sistemas, métodos, por los cuales los seres humanos nos comunicamos, no se sustituyen o se desplazan. Al contrario: se integran y enriquecen. Ojalá tengamos tiempo y espacio para ver cómo, no siempre, la imagen, por genial que sea, puede suplir a las palabras: Neruda y Sabines nos ayudarán recordando Farewell y Los amorosos, dos de los poemas icónicos de cada uno. Me reservé también un renglón para agradecer a Paquita Calvo Zapata su memoria de 50 años: ella, con algunas compañeras constituyó la primera guerrilla urbana que llevó a cabo la acción más impactante de esos tiempos: el secuestro del secretario de Turismo. Luego, trataré de entender lo inexplicable: las justificaciones que dan algunos jerarcos panistas sobre las relaciones entre su partido y la prominencia de García Luna en los gobiernos foxicalderonistas. A saber: García Luna nunca tuvo credencial del PAN
(claro, con la charolota le bastaba). O, más claro: ¿Qué tienen que ver las acciones, del director de la Agencia Federal de Investigación, con el secretario de Gobernación? Yo nunca hablé con él
, alega hoy con su torpeza consuetudinaria, el actual presidente de la Cámara de Diputados. Evidentemente, con su tonta explicación se confiesa o se incrimina.
Queda pendiente mi reconocimiento a quienes por 30 años han hecho posible una publicación imposible e indispensable, Voz y voto. Para Gloria y Jorge Alcocer, además de aplauso, gratitud: su revista es testimonio fiel de lo acontecido, y la justa crítica a lo que pudo ser mejor.
Tenemos temas para rato, sin que se escamotee, a nadie, el derecho a la opinión contraria.