Falló la Corte contra ciudadanos
o sucedido ayer en la Suprema Corte de Justicia de la Nación debe llenar del más grande oprobio la historia de esa institución porque fue, sin duda alguna, la negación de la voluntad del voto, es decir, borraron de una vez al ciudadano y por más que digan clavaron un puñal a la democracia. Dicho de otra manera: dieron un golpe de Estado incruento. Así de vergonzoso.
La cosa es fácil de dilucidar: para los ministros de la Corte el ciudadano no existe y su voluntad menos. Me explico: para empezar, debemos tener en claro que quienes no fueron electos juzgan las decisiones de los representantes populares, lo que plantea, sin duda, que sus decisiones no se guían por los intereses que el voto decidió proteger, sino por las ideas que ellos consideran válidas para anular lo que ordena la representación popular mayoritaria.
Olvidaron –es una forma de calificar sus rencores– que la separación de poderes es una condición de la democracia y que desde la Constitución de 1857, en su artículo 39 –hoy el derecho se halla en el 30– se establece que “la soberanía nacional reside esencial y originalmente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo –no de la SCJN– y se instituye para su beneficio. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar y modificar la forma de gobierno. Ir en contra de esa idea desde una tribuna donde nadie fue electo por la gente sí podría llamarse golpe de Estado.
Así de grave resulta la decisión del odio que tomó la Suprema Corte de Justicia de la Nación, es decir, nueve de los 11 que estuvieron en la sesión.
Y no se trata de si legislaron o sustituyeron de facto al legislador –diputados y senadores–, sino de la negación del voto, la desaparición de la ciudadanía.
La reflexión que debemos hacernos es: ¿para qué votar si todo lo que representa será atacado por un cuerpo de notables impune? ¿Para qué votar si el voto puede ser anulado en el hecho cada vez que esos notables lo dispongan? ¿De qué sirve un poder construido por la voluntad de las mayorías si nueve individuos lo pueden destruir?
Así de grave es la decisión de los nueve, que a final de cuentas no enseña la importancia de que el voto sea el rasero con el que se mida todo acto que refiera a la democracia. Ya les habíamos dicho aquí, en este espacio, que la piyamada de la derecha, encabezada por el PAN, antes que buscar un cambio a las propuestas conocidas como plan B o un coto de justicia querían reflectores porque estaban seguros de contar con la SCJN.
El asunto ha terminado, la Suprema Corte de Justicia de la Nación derrotó a la ciudadanía, que no deberá quedarse de brazos cruzados por la humillación que le ha infligido la SCJN, sino que debe tomar conciencia para demostrar el valor del voto y del ciudadano antes que ese grupo y otros de la misma ralea lo desaparezcan por completo.
De pasadita
Texas, donde casi 20 por ciento de sus habitantes es mexicano o de origen en nuestro país, se ha convertido en el reducto del racismo y la supremacía racial en aquella nación.
No es posible, de ninguna manera, pensar que el tiroteo de la semana pasada, cuando murieron ocho personas, y el atropellamiento del domingo, fueron asuntos aislados, tiene su base en un solo eje: el odio racial del que se aprovechan también los vendedores de armas.
Texas es un bicho venenoso, sobre todo para los mexicanos que buscan nuevos horizontes allende el Bravo, como decía el clásico, y si no, nada más recuerden que el gobernador ya mandó un helicóptero artillado para defender
su frontera. Otra masacre se avizora.