e ha vuelto a meditar sobre las consecuencias derivadas de la deuda publica: interna y exterior. La discusión ha surgido debido a dos factores principales. Uno: el nivel alcanzado durante la pospandemia, cercano o superior al PIB. Dos: por el violento incremento de los intereses de su servicio. Al conjugarse ambos factores son varios, por no decir todos, los países que han entrado en problemas para un retorno al crecimiento. Uno que no esté comprometido por la cortedad de los recursos públicos efectivos. Y más que ese crucial concepto, lo verificable es la presión que, la deuda, implica. Las posturas ante la problemática varían según se vea a esta deuda como subordinación y control del capital o como factor de auxilio para el desarrollo. Esta ya es una vieja discusión que se ha cimentado en el imaginario colectivo de los pueblos que sufren sus consecuencias. Las reacciones van desde la abolición completa de las deudas hasta una serie de medidas que pueden ayudar a transformarla en palanca de crecimiento. Recientemente el Nobel de Economía Jeffrey Sachs propuso algunas soluciones ( La Jornada, 7/5/23), aunque un tanto idealizadas.
Para entender bien el presente del caso mexicano hay que retroceder a 2020, tiempo en que se debatían medidas para paliar los terribles efectos económicos de la pandemia. Con la inesperada paralización de la fábrica nacional, buena parte de la crítica opositora se alineó detrás de la urgencia de endeudarse para auxiliar a las quebrantadas empresas del país. Esa fue la receta, un mucho obligada, que la oposición visualizó como necesaria y urgente. Ante la negativa del gobierno obradorista a transitar por esa ruta, las condenas se generalizaron e hicieron ríspidas. Se estaba, se aseguró con toda clase de argumentos –pretendidamente contundentes–, al borde de una catástrofe de crecimiento y gobernanza.
En la medida en que se resistió la conseja de la cátedra se empezaron a utilizar rutas no usadas con anterioridad. Las ayudas directas a los afectados, en cambio, empezaron a fluir. Se dirigieron, sin la intermediación acostumbrada, a los que padecían las consecuencias del desempleo ocasionado por el enclaustramiento pandémico o por la quiebra de los pequeños emprendimientos populares. Entidades éstas, capaces de sostener el acostumbrado sustento masivo. Se criticó entonces el poco volumen de recursos diseñados para los préstamos o para las ayudas a fondo perdido que se emplearon con las pymes.
Tal ruta fue una cuidadosa y solidaria idea que tardó un tanto en mostrar su capacidad de maniobra. Este esfuerzo se sumó al masivo apoyo derivado de la política social emprendida por el gobierno desde el inicio de su periodo. Atender la demanda fue la estrategia seguida y, un poco después, comenzó a provocar lo que se proponía: un paliativo emergente o, tal vez, aceptable contribución de fondo. La economía empezó a caminar empujada, desde dentro, por dicha demanda que, tiempo después, se ha constituido en el actual motor de empuje. De ésta no aceptada manera por el conservadurismo se pudo salir avante el álgido momento. Ahora, libre de esa exigida deuda adicional, pueden entreverse mejores alternativas de desarrollo. De haber contraído deuda adicional, como muchos países lo hicieron, se hubieran lastrado las finanzas públicas de hoy. El feroz incremento de los intereses, desatados por la inflación concomitante, no ha sido un problema mexicano. Sí lo ha sido, en cambio, para las naciones que prestaron oídos al acostumbrado endeudamiento. Hoy claman por ayuda que sólo les llegará de organismos multilaterales que, como bien se sabe, exigirán dolorosos sacrificios ya experimentados.
Es necesario también examinar, en retrospectiva, el destape de deuda interna que surgió desaforada durante el salinato. Desde la misma hacienda pública se urgió a los gobernadores y sus endebles tesorerías estatales, a endeudarse. Vino entonces un periodo de franco desbalance regional. Se prohijó generalizado abuso que, por lo demás, terminó en franca corrupción. Desde entonces se sujetó a los ciudadanos del interior del país a soportar pesados compromisos. Recursos de deuda que, además, fueron desviados con patrimonialista dispendio. Y, por si esta estrategia no hubiera sido suficiente, durante el periodo panista y anexo priísta, se empezaron a sugerir, por renombrados neoliberales (capitaneados por Pedro Aspe y discípulos) adicionales endeudamientos estatales. Se proclamaron formas pretendidamente sofisticadas –bursátiles– gravando las transferencias federales. Se ha llegado así a un endeudamiento mayúsculo que, sumado, alcanza medio billón de pesos. Este fenómeno incapacita a muchos de los gobiernos estatales. Salir de este atolladero dependerá del auxilio de las fuentes federales siempre y cuando éstas puedan, en efecto, responderles.