Esa vieja frase de canción // Cargar con los pecados de la pareja originaria //¿Trabajarpara comer?, ni que fuera en el INE o la SCJN
n repetidas ocasiones, la columneta se ha afiliado a la versión de que la cosecha de mujeres nunca se acaba; sin embargo, ha sostenido también la convicción de que, desde los orígenes, esta cosecha nació con mal fario: cuando desde del Altísimo se condenó a la primera generación de esa cosecha femenina a horrendas penalidades que se había granjeado al haberse dejado seducir por un asqueroso vecin@ (¿la serpiente o el serpiento?). Como ven, la desigualdad de género es en verdad histórica, pero gracias a la generosa ubicuidad de la @ nos libramos de cometer a estas alturas un pecado discriminatorio. El entripado celestial fue cósmico (no podía ser de otra manera). Por eso los castigos fueron inconmensurablemente rudos y eternos para la pareja originaria y sus descendientes, o sea, nosotros meros. Hasta antes del flagrante desacato, Adán y Eva, huéspedes honorarios del maravilloso Paradise Resort en el que habían sido alojados, fueron luego fulminantemente echados a la calle, víctimas de un violento y cruel desahucio.
Ésta era la versión de lo acontecido con mis súper pretéritos ancestros que yo sostenía a pies juntillas durante mis años tiernos. Cuando dejé de ser hombre (o niño) de un solo libro
, cambié el Catecismo del padre Jerónimo Martínez de Ripalda (uno de los primeros best sellers), por otro hitazo editorial nombrado El joven de carácter, cuyo autor, monseñor Tihamér Tóth (yo escribiría su nombre tan sólo con mayúsculas), escribió cerca de 20 libros que cimbraron las irracionales, anticientíficas e inhumanas versiones del origen del universo, de la humanidad y de su futuro. Leí esos libros espeluznantes que me hacían ver que entre Adán y Eva la mujer era la merecedora del castigo más rudo, infamante y peligroso por ser la inductora. El hombre tenía que ganar el sustento con el sudor de su frente. Si los tiempos fueran otros, los miembros del Consejo General del INE, los 11 ministros de la SCJN, los capitostes de algunos organismos autónomos, y de tribunales y juzgados, se hubieran amparado contra esa violación a sus derechos de origen divino (verdad axiomática y norma evidentemente regresiva: ¿trabajar para comer? ¡Dios no lo quiera! Pero como ya se enteraron, sí lo quiso). A la mujer le fue pior. Pese a la prisa de poblar el planeta y a que la duración del embarazo no se redujo de los nueve meses que conocemos, a Eva se le sentenció: parirás con dolor.
Imaginen ustedes el reto terrible que cada parto significaba, dado que, como bien se sabe, en esos tiempos aún no existía el milagro de la anestesia epidural.
Pues vaya que me he ido hasta la cocina (antigua, obviamente), para fundamentar el alegato que explicará las razones de lo que un amigo calificó como mi complejo de cruzado por la reivindicación femenina y la equidad de género
. Hay, sin embargo, un comentario que sí me preocupó por su seriedad y fundamentos, a saber: Ortiz, entendiendo tu reclamo frente a una realidad que nos envuelve y que nos corrompe: la violencia absolutamente enfermiza, el afán destructivo contra un ser humano como nosotros y con el cual las diferencias lo convierten en imprescindible. Le debemos, para empezar, la existencia y luego la maravillosa posibilidad de transmitirla. Si hay razones para destruir todo lo anterior, es algo que debe inscribirse en el terreno de la insania mental y estudiarse con atingencia y prontitud en nuestra compleja masa cerebral. Pero te pedimos que reflexiones: ¿conviene más dar terribles mandobles en la columneta todos los lunes, aunque la gente se acostumbre y hasta se aburra? Lo que se repite vez tras vez ya no sorprende, acaba por considerarse normal. Piénsalo y seguramente tu sistema de alarma y prevención, así como de denuncia y consignación, serán más eficaces en un momento preciso. No dejes de investigar e informar, pero que sea más que tiro de escopeta, disperso y al azar, uno de rifle, específico y preciso, pero seguro. Te van a sobrar hechos comprobables
. Mientras tanto: la brecha laboral de género podría tardar 132 años en cerrarse y peor aún, según la ONU, al ritmo actual se necesitarán tres siglos para lograr esta igualdad. Dicen.
Twitter: @ortiztejeda