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Fidelidad al proyecto
A

juzgar por los sondeos de aceptación del ejercicio presidencial y por las encuestas de intención de voto dividida en partidos, se mantiene sólida entre la ciudadanía la mayoría que en 2018 votó por emprender una transformación nacional de gran calado. La apuesta de Morena es conservar ese respaldo y ampliarlo a fin de ganar la Presidencia en las elecciones del año entrante y lograr mayorías calificadas en las cámaras que permitan realizar las reformas constitucionales requeridas para desbloquear, profundizar y extender las políticas públicas que la transformación requiere, particularmente en los ámbitos energético, electoral y judicial.

En este escenario, la alternativa de la derecha oligárquica, carente de programa político y de figuras capaces de revertir la tremenda desventaja de sus partidos, será romper esa mayoría social. ¿Cómo? Pues adoptando como bandera extraoficial a una de las personas que se perfilan para encabezar la continuación del proyecto transformador. Será una operación clandestina y vergonzante, porque el PRIANRD y su jefe máximo, Claudio X. González, no pueden ofrecer abiertamente su respaldo a nadie de quienes aspiran a coordinar la defensa de la transformación; una suerte de desvío de las intenciones de voto de la derecha hacia una de las figuras que se perfilan para suceder al presidente Andrés Manuel López Obrador.

Pero incluso en el dudoso caso de que ese respaldo se ofreciera sin compromisos de por medio, sería un regalo envenenado, pues quien lo recibiera tendría que acusar recibo de una base social distinta a la que durante muchos años ha defendido e impulsado el proyecto obradorista, y modular su discurso para hacerlo aceptable a sectores de la clase media y el empresariado que hasta hoy, pese a las derrotas sucesivas y la declinación de PRI y PAN, siguen dando su voto a esos partidos. Pero con ello, quien se desempeñara de tal forma perdería el respaldo de muchas de las bases tradicionales del movimiento y del partido de la Cuarta Transformación. Sería, pues, una apuesta electoralmente incierta de corrimiento hacia el centro con el pretexto de atenuar o eliminar la polarización política, para tratar de formar una mayoría cuya esencia quedaría irremediablemente distanciada del radicalismo con el que se ha operado el cambio político, económico, ético y social en curso. Y a fin de cuentas, el intento, de resultar triunfante, desembocaría en una trágica restauración del viejo régimen.

Ni López Obrador ni Morena inventaron la polarización; fue un subproducto inevitable de las imposiciones neoliberales de 1988, 2006 y 2012, cuando la oligarquía pisoteó sus propias reglas para robarse o comprar la Presidencia. Para ello recurrió a campañas de satanización de la oposición de izquierda que inocularon un odio perdurable en un grupo poblacional que hasta la fecha necesita recibir dosis diarias de difamación y desprecio, dosis que los medios abastecen con plena disposición. Y la forma correcta de superar la polarización no consiste en rendirse a la andanada cotidiana contra el gobierno, sino en desmontar las más evidentes mentiras que la integran y en demostrar, con hechos y acciones, su falta de sustento.

En tal circunstancia, el curso de acción más inteligente para quienes aspiran a coordinar la defensa y la continuación de la transformación consiste en mantener y extender la mayoría electoral que se fue conformando en la historia del movimiento y que se ha consolidado con la gestión presidencial en curso. Y sería conveniente tener claro que esa mayoría no reclama claudicaciones, concesiones ni atenuaciones en aras de superar la crispación política, sino lo contrario: ratificar la radicalidad de este cambio nacional y confirmar las líneas rojas que son factor fundacional del movimiento: promover una transformación moral que acabe con los remanentes ideológicos neoliberales y recupere los valores y principios de la generosidad, el desinterés y el predomino de lo colectivo sobre lo individual; privilegiar la atención de las necesidades de millones por sobre los reclamos de unos cientos o miles; gobernar con honradez y austeridad; atender a las minorías desfavorecidas; abstenerse de acuerdos inconfesables con grupos de interés; combatir la corrupción sin concesiones; fortalecer los mecanismos de democracia participativa; romper los nexos entre el poder económico y el político; procurar el bienestar del país en general y mantener una política exterior soberana, solidaria y pacifista.

En otros términos: mientras mayor sea el apego de los aspirantes al espíritu y al programa de la 4T, mayores serán las probabilidades de que ésta supere la prueba de la sucesión presidencial y salga unida y fortalecida de los comicios del año entrante. En cambio, las tentaciones de variar, atenuar o distorsionar los lineamientos sobre los que ha operado la regeneración nacional incrementarán los riesgos de su división, su fracaso y hasta su cancelación.

Twitter: @PM_Navegaciones