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Aprender a morir

Servicios ficticios

L

a justicia, ese otro constructo de la mente para evitar que el ser humano enloquezca con más frecuencia, si bien tiene que ver con la razón −¿de quién?− y la equidad, muestra escasa aplicación en la historia de los racionales, la mayoría acostumbrados a obedecer y la minoría a imponer leyes y normas de vida según sus intereses, por lo general en contraposición con la salud del planeta y del resto de sus habitantes.

Entonces el servicio, entendido en épocas remotas como esclavitud y servidumbre a cargo de prisioneros de guerra y de pueblos conquistados, con el tiempo se fue convirtiendo en poderosas organizaciones públicas y privadas destinadas, en teoría, a cuidar privilegios y a satisfacer necesidades del público, clientes, usuarios o ciudadanía. Al despertar del sueño guajiro del libre mercado, las cosas se vieron en su triste desproporción.

Así que cuando justicia y servicios descubrieron la rica veta de impunidad que les ofrecía una legislación rezagada y una normatividad favorable a sus utilidades, por no mencionar el lastimoso desempeño parlamentario de las democracias, la calidad de unos y de otra descendió a niveles alarmantes, no obstante la indignación y frustración de cuantos esperan unos mínimos de equidad a cambio de lo que pagan.

¿Por dónde empezar? ¿El antojadizo remate de la red ferroviaria nacional porque no hubo interés en afinar sindicatos y renovar infraestructura? ¿Las desvergonzadas privatizaciones de carreteras, segundos pisos o servicios de agua hechas con dinero público? ¿El retorno de la banca a empresas extranjeras cuyos desbocados intereses y burocratizados sistemas electrónicos no tienen límite? ¿La mitotera inquietud por la protección animal mientras los ancianos continúan sin un documento de voluntad anticipada? ¿El abuso cínico de las aerolíneas cuando alguien solicita cambiar las fechas de un vuelo?

¿Un transporte público urbano cedido a particulares incapaz de ser eficiente, puntual, limpio y seguro porque no hay autoridad que lo exija? ¿El incorregible y redituable negocio de repavimentar calles y avenidas para que al poco tiempo resurjan baches y aparezcan nuevos hoyos? ¿La desalmada señalización de vialidades precisamente en las desviaciones y no 500 metros antes? ¿El humor involuntario de candidatas prometiendo impulsar un sistema de salud especializado en atender al adulto mayor?, más los que usted padezca y lo que se acumule esta semana.