arios de los aspirantes republicanos a la candidatura presidencial de su partido para las elecciones en Estados Unidos del año entrante han venido radicalizando su discurso en una competencia por el voto de los sectores más reaccionarios, xenófobos y racistas del país vecino. El más destacado en ellos es el gobernador de Florida, Ron DeSantis, quien parece ser, hoy por hoy, el más serio rival del ex presidente Donald Trump –quien está envuelto en diversos procesos judiciales por una numerosas de imputaciones– en la carrera por la nominación.
Ayer, DeSantis presentó un minucioso plan para blindar la frontera sur del país, semejante a las fantasías de Trump sobre la construcción de un muro limítrofe desde San Diego hasta Laredo, pero más radical. Además de semejante obra –cuya inviabilidad por diversas causas quedó fehacientemente demostrada durante los cuatro años de la administración del magnate neoyorquino–, DeSantis ha propuesto dotar a los estados y condados de facultades para perseguir a los migrantes, en abierta oposición a la atribución exclusivamente federal de la aplicación de las leyes migratorias, facultad que se vio reforzada la semana pasada por un fallo de la Corte Suprema de Justicia. Adicionalmente, el gobernador republicano plantea negar la nacionalidad por nacimiento a hijos de migrantes nacidos en Estados Unidos, denegar toda petición de asilo presentada por un ciudadano extranjero y aplicar impuestos a las remesas que los trabajadores procedentes del exterior envían a sus países de origen, entre otras medidas.
Así, la pugna entre los aspirantes republicanos por ver cuál de ellos propone las acciones más atroces y crueles en contra de los extranjeros en situación irregular se ha convertido en uno de los ejes principales de la disputa por la candidatura.
Lo exasperante del caso es que con ello, los protagonistas de esta competencia vergonzosa impulsan el corrimiento a posiciones cada vez más cavernarias del conjunto de la clase política y que atizan las fobias racistas de los entornos sociales dispuestos a creer el embuste de que casi todos los males de la superpotencia proceden de la llegada al país de trabajadores extranjeros sin documentos.
Un ejemplo de esta distorsión de la realidad es la extendida creencia –difundida por los medios informativos más reaccionarios– de que los migrantes son los principales responsables de la introducción de fentanilo a territorio estadunidense, una creencia groseramente falaz que dificulta el combate a la comercialización masiva de esa y otras sustancias altamente adictivas, en la medida en que soslaya la existencia de estructuras criminales que operan por todo Estados Unidos y que están integradas, en su gran mayoría, por ciudadanos de ese país.
En tal circunstancia, resulta impostergable que los políticos republicanos responsables, que los hay, se deslinden del racismo y la xenofobia y que los sectores progresistas y democráticos de la nación vecina se movilicen para ofrecer información verídica, combatir el odio como instrumento de afanes electoreros y contrarresten las peligrosas tendencias políticas e ideológicas que satanizan a los no estadunidenses y que se hermanan, en éste y otros aspectos, con esa demagogia de extrema derecha característica del fascismo.