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Pancho Villa: Katz y Taibo
E

n las notas al capítulo cero de su Pancho Villa, dice Paco Ignacio Taibo 2:

“Los libros se hacen con otros libros o contra otros libros. Quede aquí entonces un elogio a la estupenda biografía de Villa escrita por Friedrich Katz… Mientras estaba escribiendo tuve que preguntarme muchas veces: ¿por qué hacer una nueva biografía de Villa si la de Katz es un libro monumental? Y afortunadamente me respondí: porque quizá los enfoques son diferentes; mientras Katz hizo una muy completa sociología del villismo, yo seguí fielmente al personaje, tratando de que no se me escapara la historia de vida. Espero que mi versión le guste”.

El libro de Paco empezó a circular en septiembre de 2006 y lo adquirí de inmediato en una venta de pánico que agotó todos los ejemplares de la primera edición en cosa de una semana. Y me sorprendió saber que no se conocían, que nunca se habían visto Paco y don Federico (como aprendí a decirle al profesor Katz de su amigo y discípulo Javier Garciadiego).

Un mes después, cuando en octubre de ese 2006 ambos presentaron en sociedad mi libro La División del Norte, tuve el privilegio de introducirlos: camino al evento pasé por Paco a su casa, en esos días en que pasábamos tardes enteras en el plantón de Reforma hablando justamente de Pancho Villa. Juntos pasamos por don Federico al pequeño hotel en que gustaba quedarse, a pocas calles de casa de Paco. Se saludaron con estrecho abrazo y de inmediato se pusieron a charlar como si se conocieran de toda la vida. De esa vez y de otras, me consta que ese espero que mi versión le guste de Paco, se quedó corto: para don Federico, Paco había captado la esencia de la personalidad del Centauro del Norte y las razones profundas por las que tantos mexicanos lo siguieron hasta la muerte y por las que sigue estando presente en talleres, cantinas, restaurantes, salones ejidales y hogares de toda la República.

En los años anteriores a esa escena les había encontrado yo un rasgo común (entre tantos otros): frente a la pequeñez, la mezquindad y la envidia tan comunes en el mundo de los historiadores académicos, son increíblemente generosos. A esas mezquindades se debe quizá que el mundillo académico, en su torre de marfil en la que sólo se leen entre ellos, descalifica el trabajo de aquel que ha llevado a Pancho Villa a más lectores que nadie (con la posible excepción de Martín Luis Guzmán… y este durante casi 90 años): Paco ha transformado la relación de millones de mexicanos con Pancho Villa, con la Revolución y con nuestra idea de país.

A su vez, don Federico estaba por encima, muy por encima de esas pequeñeces, sin duda porque no tenía nada de pequeño. Y hay que recordar otras coincidencias villistas en ese templo a la gastronomía, la historia y la cultura chihuahuenses que fue el café Calicanto, presidido por el otro erudito villólogo y comprometido militante de las causas del pueblo, Jesús Vargas Valdés. Me llega el rumor de que Calicanto será reabierto…

La derecha historiográfica y los odiadores de Villa descalifican a Taibo, pero no se atreven a hacerlo con Katz, quizá porque don Federico ya no está entre nosotros para ponerlos en su sitio. Y los buenos historiadores académicos, que los hay y muchos, lo aprecian como uno de los mayores mexicanistas del siglo XX.

Y en este Año de Villa, de modo sorprendente a los propagandistas de la leyenda de odio antivillista, a los jilgueros de la derecha más elitista y antipopular, les ha dado por la friolera de citar a don Federico y apoyarse en citas suyas… sacadas de contexto. Omiten el sentido general de su maravilloso libro, apostando a que su pequeña audiencia nunca lo lea. Se lee en las conclusiones del Pancho Villa de Katz (1998): No pretendo dar una respuesta final a los muchos problemas que Villa y su movimiento han planteado ni resolver las controversias que han suscitado. No cabe duda de que aparecerán nuevos documentos y nuevas interpretaciones sobre uno y otro. Además, como ha ocurrido con Danton, Robespierre y otras grandes figuras revolucionarias (y Villa, se piense de él lo que se piense, fue una gran figura revolucionaria), cada generación lo verá desde una perspectiva diferente, de manera que seguirá discutiendo el tema aún durante mucho tiempo. Espero haber contribuido a poner en claro los parámetros de esa discusión.

Vaya que lo hizo: es un libro extraordinario que no hay que dejar de leer. A un cuarto de siglo de su publicación, el libro de Katz ya es un clásico, como lo es también el de Taibo, con sus millones de lectores y sus decenas de traducciones. Vale decir, con José Ortega y Gasset, que los clásicos no lo son por sus soluciones, porque toda solución queda superada. En cambio, el problema es perenne. El clásico lo es por su aptitud para combatir con nosotros.

Son libros paralelos y sus autores lo decían. Descalificar a Taibo para apoyarse en Katz sólo muestra la mezquindad y la pequeñez de quienes lo hacen.